Capítulo 4. Alan

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En cuanto me he despertado, he venido a la casa de mis padres para recoger un par de cosas más de mi habitación y llevármelas al piso. Ayer preparé una lasaña riquísima para cenar, y Dulce y yo nos comimos cada uno un trozo mientras veíamos una película en la tele del salón. Desde el primer momento me ha caído bien y ojalá se convierta en una buena amiga; me dijo que nunca había probado una lasaña tan deliciosa. En cambio, Leo es todo lo contrario y aún no he decidido si me cae bien o mal, porque no me parece que sea un chico al que le guste hablar, pero me ha dado la sensación de que es bastante curioso y no me he tomado a mal que entrara en mi habitación para cotillear mis cosas. Y tampoco se unió a nosotros en la cena, aunque esta mañana, al mirar la nevera, me he dado cuenta de que faltaba un trozo de lasaña y me he reído para mis adentros.

—Alan, me tienes que hacer un favor. —Mi hermana Hannah irrumpe en mi habitación mientras guardo un par de camisetas en una caja.

Dejo de hacer lo que estoy haciendo y la miro.

—A ver, dime.

—Esta noche Gisela y yo nos vamos a una fiesta —me cuenta con el semblante lleno de ilusión. Ha empezado a hablar y ya sé que no me va a gustar lo que me quiere pedir—. Van a ir los chicos que nos gustan y hemos pensado, si no te importa, que les dijeras a papá y a mamá que nos vamos a quedar en tu nueva casa viendo pelis contigo. Ya sabes que últimamente están muy estrictos y quieren que sea una monja de clausura.

—Ni de coña —respondo de inmediato, clavando mis ojos en los suyos—. No pienso mentirles a papá y a mamá para que te vayas de fiesta. Si se han vuelto estrictos, es porque se preocupan por ti. Lo hacen por tu bien.

Antes no eran así de sobreprotectores. Siempre habíamos tenido un poco de libertad a la hora de salir, pero desde lo que me ocurrió, son menos permisivos. Si salía a la calle, aunque sólo fuera para pasear a Dora, les tenía que decir a dónde iba y a qué hora iba a volver. Si me demoraba, tenía a mi madre llamándome cada cinco minutos.

—¿Por mi bien? —cuestiona Hannah abriendo mucho sus ojos castaños—. ¡Tengo quince años! ¡Debo divertirme!

Yo también me he vuelto un pelín sobreprotector con mis hermanos al ser el mayor, pero, sobre todo, lo hago porque no quiero que pasen por lo que pasé yo.

—Pídeles permiso a ellos.

—Sabes que me van a decir que no. Gisela se lo ha pedido a la tía Sandra y no la ha dejado —me dice intentando ablandarme el corazón—. Por eso te pido que nos ayudes. Ya no somos niñas pequeñas y tú siempre has sido el favorito.

Suelto un suspiro.

—He dicho que no, Hannah.

Hi dichi qui ni, Hinnih —replica haciendo muecas de burla, igual que hace mi madre cuando se enfada con mi padre. Después, se gira y su larga coleta pelirroja me golpea en toda la cara antes de marcharse de mi cuarto, corriendo.

Continúo metiendo cosas en la caja hasta que aparece mi padre en el umbral de la puerta, acariciando entre sus brazos a Patata, un gato naranja y obeso que tenemos, y él sólo hace eso cuando está nervioso.

—¿No te llevas tu guitarra? —me pregunta al entrar en mi habitación, señalando con la cabeza la guitarra, que descansa en una esquina, escondida en su funda—. Hace mucho que no tocas.

—Algún día, papá —respondo, y miro el instrumento con nostalgia.

La verdad es que echo mucho de menos tocarla, pero no me atrevo. No quiero que mis sentimientos aparezcan; ahora están escondidos y congelados.

Miro a mi padre, que no para de acariciarle la cabeza a Patata a la vez que este ronronea, disfrutando del masaje.

—¿Por qué estás nervioso?

Somos dos diamantes en el universo (Publicada en físico)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora