-¿Crees que habrá sufrido mucho antes de morir?
-¡Quién sabe Mercedes! Ha muerto como nació y vivió: solo. Apenas tenía relación con la familia ni con los vecinos, no iba a la taberna...Parecía como si quisiera esconderse del mundo. Nunca se dejó ayudar.
-¡Berta! Su cojera tampoco le ayudaba mucho...aparte de los dolores que soportaba, una desgracia así te deja marcado de por vida.
Estoy saludando a mis sobrinas pero no me miran. Creo que no me ven. Están muy entretenidas hablando de mí, de mi muerte... Mercedes, la del pelo corto, con sombrero y abrigo negro es mi sobrina mayor, la primogénita de mi hermano Alfonso, que en paz descanse, y Berta, la del abrigo marrón y media melena rubia es hija de mi hermana Beatriz. Mercedes siempre fue dulce y compasiva. De niña se ofrecía como soporte para ayudarme a caminar pero mi orgullo siempre me impidió quererla como se merecía. Berta era harina de otro costal. Mucho más fría y distante, apenas tuvimos relación.
-Los demás no son culpables de nuestras desgracias.
-No, pero tú sabes bien que todos le señalaban. Los niños se reían de él, le imitaban cuando andaba y él se daba cuenta de todo. En más de una ocasión pude ver cómo asomaban las lágrimas a sus ojos mientras los chavales corrían detrás de él retándole a que les siguiera. La imagen era desoladora.
-Yo creo que exageras. Hay mucha víctima andando suelta. Además si no supo darse a respetar no es nuestro problema.
Una vez escuché a mi padre decir que hay personas que nacen sin alma. En aquél momento era muy pequeño y no entendí muy bien el mensaje; con los años me di cuenta de que no era exactamente así. Todos nacemos con alma, pero algunos desgraciados la pierden por el camino, sobre todo si la vida les ha brindado menos premios que castigos. Entonces dejan de ser humanos para asemejarse a los animales volcando su maldad en los más débiles. De eso, sé mucho.
