[8]

14 5 1
                                    

El tiempo no era algo de lo que dispusiera Minki. Al menos no en ese momento.

Habían pasado dos días en los que se despertaba y sus padres ya no estaban, por lo que el tercer día se levantó un poco antes y se presentó en el comedor, incluso vistiendo aún su pijama. Sus padres estaban desayunando con su típica rutina. Cigarrillos, televisión, periódico.

— Buenos días.

— Te levantaste temprano. —Fue lo único que dijo su madre mientras encendía su cigarrillo y revisaba unos papeles.

— Necesito... —Exhaló—. Debo hablar con ustedes. —Sus padres lo miraron en silencio. Un silencio abrumador que parecía de ultratumba, bajo un par de miradas que esperaban por las palabras como si fueran una jauría de lobos acechando a su presa.

— ¿Y? —Irrumpió su padre. — ¿Qué es tan importante?

— Esto... —Tomó asiento en el mismo lugar que ocupaba todos los días, escuchando las noticias de la televisión y respirando olor a café y humo de tabaco—. Mamá, ¿puedes apagar eso? —Se ganó una mirada fugaz de su madre, y sin decirle algo más, apagó la televisión. — Me refería a tu cigarro. —Aclaró con voz baja.

— ¿Estás tratando de molestarme? —Lo reprendió casi al instante.

— No.

— Tu padre y yo estamos muy ocupados ahora. Necesitamos ganar este caso o estaremos en problemas, si no tienes nada importante que decirnos vuelve a la cama. Ni siquiera te has cambiado.

— Temía no encontrarlos si me tardaba un poco más.

Su madre exhaló con un poco de fastidio dejándose hacer presente. Presionó su cigarrillo en el cenicero y volvió a mirar a su hijo.

— ¿Qué? —Fue todo lo que dijo molesta.

— Esto... yo... —Tartamudeó, nervioso por las miradas juzgadoras de sus padres— yo...

— ¿Qué, hijo? ¿Qué? Deja de hablar así, parece que no te enseñamos a hacerlo. Cabeza arriba y hablar claro.

— Sí, mamá.

— ¿Qué tienes que decirnos?

— Es-estoy embarazado.

De nuevo silencio. Sus padres, que tan firmes estaban hace apenas un momento, ahora estaban atónitos, mirándola en completo silencio y con los ojos casi tan abiertos como un plato.

— Ll-llevo casi dos semanas de...

— ¡No! ¡No estás embarazado! —Se alteró de inmediato su madre.

— Mamá...

— ¡No puedes embarazarte!

— ¿De quién? —Habló su padre con profunda voz.

— ¿Eh?

— Hace dos semanas aún estábamos en Florida. ¿Con quién te revolcaste!

— Papá. —Habló bajito y desviando la mirada hacia la mesa.

— No es posible. —Se rindió su madre a la realidad y llamó a su esposo por su nombre.

— ¿Quién es el padre? —Habló enojado él.

— Mi... mi... mi novio. —Tartamudeó entre asustado y a punto de llorar.

— ¿Qué te siguió ese imbécil hasta Florida?

Mamá a los 23Donde viven las historias. Descúbrelo ahora