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---- « KawaHima » ---- 

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♦ | Intento de Omelette | ♦
  


 Estaba seguro que iba a poder hacerlo solo. O eso pensó hasta que vio cómo lo hacía la pequeña Himawari. "No me saldrá", pensó de inmediato el pelinegro.

Lo cierto es que tenía hambre y no se aguantaría más. Si ella no le cocinaba, tenía que hacerlo él. El problema es que ni siquiera sabía agarrar un sartén, encender la hornalla o preparar un simple huevo frito. Es que era una hazaña y la niña lo hacía como si fuera la tarea más sencilla del mundo. Vertió los huevos, los mezcló y lo colocó en la sartén. ¿Cómo haría? No tenía idea. El otro preparado fue fácil. Solo era poner arroz a cocer en la vaporera. Nada difícil. Himawari le dijo que pusiera la temperatura exacta y al acercarse hasta el aparato, descubrió que no entendía nada.

—Ah...¿Cómo?

Himawari se volteó hacia él, se incorporó a su lado y tocó varios botones, le enseñó cómo debía hacerlo. Era un completo inútil.

—Lo siento, no soy bueno con esto.

—No te preocupes, todos aprendemos—sonrió.

Amaba su sonrisa. Sin preocupaciones. ¿Cómo lograba sonreír sin mostrarse insegura? Ahora dudaba de sus conocimientos. Confiaba en él cuando ni siquiera él lo hacía. Himawari se ofreció a enseñarle a cocinar para evitar pedir ayuda. Y ahora que la veía cocinar con tanto amor, hasta sintió ternura. Tragó saliva con fuerza y tocó los botones correspondientes. Esperó a que el ruido retumbara e indicara que estaba todo bien. Lo apagó y sacó un poco.

Se detuvo detrás de ella, sus cabellos azules eran esponjosos, hacia tiempo se preguntaba por qué olía tan bien. Hizo una mueca y al dejar el pote con el arroz hecho, colocó su mano sobre su cabeza, frotándola con cariño.

—Déjame hacerlo.

—Kawaki—sonrió divertida—. No quiero que te quemes. Dijiste que no sabías...

El la miró avergonzado y se inclinó a su altura, Himawari se sonrojó y se apartó apenada. Desvió la mirada, abrumada.

—No quiero ser una molestia para ti, enana—la apartó y tomó el mango de la sartén para agitarla, colocó el arroz tal como se lo indicó. Lo revolvió desconfiado.

Himawari llevó ambas manos hacia atrás y lo miró en silencio, sonrió y sin poder evitarlo, se abrazó a su cintura. Kawaki se sobresaltó y su rostro se puso rojo como un tomate.

—¡Hima, harás que queme esta cosa ...!

—Te doy energías—dijo entusiasmada y la miró con ojos ensoñadores. Kawaki no podía evitarlo.

Se veía adorable con esa expresión. No debía. Lo sabía. Hace días se lo preguntaba, ¿por qué no dejaba de mirarla? Sus ojos cristalinos lo cautivaban, lo seducían y sus labios rojos, tentadores...¿Podría? Su sensei vino a su mente y luego Boruto. No saldría vivo de allí si lo intentaba. Estaban solos en la casa. Boruto se había ido a una misión, Hinata haciendo compras y Naruto cumpliendo su rol como Hokage. Estaban solos.

No pasaría nada. Tragó saliva. Se inclinó sobre ella, la sujetó del cuello con delicadeza y acarició su rostro, Himawari parpadeó confundida por la caricia. Sus mejillas se tornaron rojas como un tomate. Se puso nerviosa al sentirlo tan cerca, podía sentir su aroma masculino, excitante. Ya no era tan niña como antes, pero seguía siéndolo para él. Y para todos los demás. Kawaki apoyó su frente sobre la suya y acto seguido besó la comisura de sus labios, lento, fue directo a sus labios. La besó pausado, delicado, sin mostrarse apresurado. Himawari cerró los ojos y le siguió el juego, lento, adictivo, eso eran sus labios. Eso significaba besarse.

Se soltaron cuando empezaron a sentir un olor extraño en su nariz. Kawaki volteó con brusquedad hacia la sartén. ¡Se había quemado! ¡El omelette se había quemado! Himawari no podía creerlo, seguía en trance por el beso, pero luego empezó a reírse sin poder contenerse. Kawaki se ruborizó por su burla.

—No es gracioso, no podré comer esa asquerosidad.

—Se ve rico...—dijo entre risas y sacó el omelette para ponerlo en un plato. Agarró una cuchara y cortó un pedazo, lo untó y se lo entregó en su boca—. Ah....

—Ah...—abrió su boca y mordió el bocado. Sin poder evitarlo le robó otro beso inocente. Himawari quedó pasmada.

Minutos después Hinata se incorporó y notó que su hija estaba tensa, con el rostro sonrojado y de espaldas a Kawaki. ¿Qué había sucedido? Nunca lo sabría, porque Kawaki la había besado tantas veces que hasta sentía pena por lo que había pasado luego de ese intento de omelette.  



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