-La noche del día antes-

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23:37 horas. En algún lugar del bosque.

—¿No crees que es demasiado tarde como para estar buscándolos? A lo mejor ya  encontraron un sitio cómodo para dormir—pregunta el muchacho, evitando sonar asustado.

—No—replica el hombre severamente—. Ellos tienen que estar por aquí. Y no nos iremos hasta que los encontremos.

El muchacho, que se llama Luke, hace tronar sus dedos y resopla. Se arrepiente de haber aceptado acompañar a su vecino a buscar a su hija. ¡Vaya estupidez de su parte!

—Pero es tan linda…

—¿Dijiste algo?—inquiere el hombre, de nombre Eduardo, arqueando las cejas. Apunta a Luke en la cara con la linterna.

—No. Estaba pensando en voz alta.

Eduardo se encoge de hombros. ¿Por qué será que su hija, Diana, no lo ha llamado aún? Ella no se comporta así con él.  No. Al menos desde que su madre falleció.

—¿Tienes idea de hacia dónde podemos ir?—chilla Luke, esquivando las malezas con asco.

—Sí—contesta inseguro el hombre.

—Este bosque es muy grande.

—¿Y?

—Nada. Solo comentaba.

Luke resuelve que debe callarse. Eduardo está preocupado y eso lo pone de mal humor. Muy mal humor.

Avanzan a través de los largos y tortuosos árboles. Esquivan pozos llenos de barro y troncos caídos. La luz que despliega la linterna es pobre, y a Eduardo le da la sensación de que en cualquier momento las baterías se van a agotar.

De pronto, entre la oscuridad que se extiende por el bosque, se oye un chirrido aturdidor.

Un fino escalofrío recorre la columna espinal de Luke. Eduardo se detiene bruscamente y dirige el pálido haz de luz de su linterna hacia el punto donde, según él, se produjo el inquietante sonido.

—¿Qué fue eso?—tartamudea el joven, frunciendo la nariz.

—Seguramente fue un animal en celo—repone el hombre, no muy convencido—. Nada de qué alterarse.

—¿Y si fueron Diana y sus amigos?

Eduardo titubea.

—No, ellos…

Otra vez el ruido. O más bien el chillido.

—Mierda, hay que ir irnos ahora—aconseja Luke, girando sobre sus talones y quedando de espaldas a Eduardo.

—¿Crees que me quedaré de brazos cruzados mientras…?

El chirrido resuena dentro del cerebro del muchacho, haciéndolo cerrar los párpados y obligándolo a taparse los odios. Aprieta los dientes y cruje la mandíbula. Se agacha con el objetivo de apartar semejante sonido de su cabeza.

—¡Basta!—grita desesperado.

Y el silencio se hace presente. Luke traga saliva, confundido, y abre los párpados. Está mareado y le duele el cráneo.

Aparta sus manos de los oídos lentamente. Siente que algo no anda bien. ¿Qué?

—¿Eduardo?—murmura, temeroso.

Respira hondo. ¿Por qué sus dedos están húmedos y pegoteados? ¿Por qué le arde tanto la pierna izquierda?

Con un notable temblor en su cuerpo, producto del miedo y la confusión, observa sus manos.

Sangre.

Luke lanza un grito de horror y retrocede un par de pasos. Aquello no puede ser real. ¿Verdad? No puede serlo.

Lo es, dice una voz gruesa en su consciencia, y tú lo hiciste.

—¡¿Hice qué?!—aúlla el muchacho—. ¡¿Quién carajo eres?!

Luke choca contra algo tieso y tropieza. No tarda en percatarse que el culpable de su caída es el cadáver de Eduardo. El hombre está descuartizado, picado como si fuera carne bovina. Su cara está desecha y le faltan los dos ojos.

Mírame.

Al lado del cuerpo hay un machete tapado de sangre.

—No—murmura Luke, uniendo las piezas del rompecabezas—. Yo no…

Sí, lo hiciste.

Las náuseas carcomen su estómago. Un líquido ácido asciende por su esófago.

¡Mírame ahora!

El muchacho se incorpora con dificultad. Unas sogas invisibles controlan los movimientos de su cuerpo. ¿Qué carajos?

Achina la visión. A un costado de un árbol, cerca del cadáver de su vecino, hay una figura alta, altísima. Tiene los brazos y las piernas largas, y viste un traje negro perfectamente ajustado al cuerpo. No tiene cabello ni ojos ni boca ni nariz. Su cabeza parece una bola de cristal blanca de forma ovalada.

Frank es arrastrado hacia arriba por una fuerza intangible.

Quiere gritar pero no puede. Está mudo.

Quiere llorar pero no puede. No tiene lágrimas.

Quiere moverse pero no puede. Está inmóvil.

El espectro está estático en su sitio. Da la sensación de ser un objeto inanimado… pero Luke sabe que no lo es. Al fin y al cabo él conoce la leyenda.

Muérete.

El muchacho empieza a vomitar. Siente un sabor agrio en la boca. ¿Está masticando chicle? Lleva los labios hacia adelante y escupe. Dos estructuras redondeas caen vertiginosamente sobre el pasto seco.

Son dos ojos desgarrados.

Luke hace arcadas y continúa vomitando. Vomita sangre. Sus vestimentas se tiñen de un rojo oscuro.

Y la figura sigue ahí. Observando la escena sin inmutarse.

Los brazos de Luke empiezan a rotar sobre el eje de sus huesos. Los músculos se contraen y se despedazan dentro de su piel. El dolor es indescriptible. Las piernas, siguiendo el orden de los miembros superiores, también empiezan a virar, resquebrajando nervios, arterias, ligamentos, articulaciones…

Las vísceras dentro de su cavidad abdominal comienzan a arder. Luke sabe que están siendo destruidas. Y que están sangrando mucho. Demasiado.

De repente, produciendo un ruido ensordecedor, el espectro se mueve. Se desplaza, como si flotara, hasta el muchacho. Se para frente a él e inclina su cabeza.

Luke sabe que va a morir.

Unos dedos helados y babosos lo sujetan del cuello.

Entonces sucumbe, para siempre, en la oscuridad completa.

♦♦♦

Disculpen la tardanza, pero volví. Gracias a todos lo que leen, de verdad.

Pronto nuevo capítulo!

La venganza de SLENDERMANDonde viven las historias. Descúbrelo ahora