Eran las 4 a.m, recién abría los ojos, tenía que ir a trabajar, vigilando las cargas de valores en el banco. Como siempre me levanté, quité la sábana fina y el acolchado pesado y felpudo, descalzo y en calzoncillos crucé la puerta, me dirigí a la izquierda, al baño, después de orinar, me miré en el espejo. Un poco deprimido giré la llave del agua fría, me mojé la cara, me quedé un instante meditando en lo mal que había dormido, seguí con el resto, cepillar dientes, peinarse y desayunar.
Llegue temprano al trabajo, faltaban diez minutos para entrar y me armé un cigarro de tabaco negro. Cuando lo termine, tire la colilla en el cesto de basura. Entré, el oficial encargado de bajar el dinero y las reservas de oro estaba muy cansado, debió de viajar mucho, teniendo en cuenta que son tres horas hasta el pueblo más cercano.
El banco quedaba, a unas cinco calles de la casa, y desde aquí se escuchaban los gritos, en un pueblo de pocos habitantes, una casa maldita es una tortura y un arma de doble filo, pues en el Valle no existían asaltos, o secuestros, el único mal era esa endemoniada casa que masacrada las noches de paz. Volvi a mi después de imaginar que carajo había ahí dentro, los oficiales ya habían terminado y necesitaban mi permiso para dejar el lugar. Controle cada uno de los cargamentos y los deje marchar.
Llegue a casa, el banco abrió las puertas a las 8 a.m, yo ya estaba en la cama a punto de tomar una siesta matutina.
Empecé a imaginar entredormido como era por dentro aquella casa, porque sucedía todo esto, en una de mis inútiles alucinaciones me imaginé una casa enteramente nueva, blanca, con muebles de color roble oscuro y personas habitandola, que por la noche ponían una cinta de ruidos, gemidos y gritos desgarradores para asustar al pueblo. Y como si fuera un rayo, sonó el teléfono. Me levanté, caminé hacia el. Atendí.
- Hoy han pasado tres días desde que mi tía falleció, es un dolor muy inmenso, como ya sabrán he dedicado mucho tiempo a visitarla y tratar de mejorar su estancia y transición en el instituto de recuperación mental. Lo que nos queda de ella, es su mirada, perdida pero llena de vida. Era una mujer lúcida, a veces si se hacía silencio se podía sentir que se levantaba y caminaba por la habitación, aunque este acostada. Su mente nunca se detuvo, pero si sus cuerdas vocales. Escribía mucho y cuando alguien quería ver sus letras, saber que o quien era, entenderla para poder nadar en su mente. Ella simplemente, gritaba. Reservada, algunos pensaban que estaba loca, yo prefiero creer que nos cuidaba, quien sabe que turbios peces nadaban en su mar de pensamientos. Siempre la extrañaremos, Serena Ana Hernandez. Que en paz descanse. - Baje del pequeño estrado y me senté, no llore. No creo que le gustase verme llorar, en donde sea que esté.
El funeral fue a cajón cerrado, hacia frío había mucho sol y por algún motivo no me sentía triste, sentí un alivio. Ella había dejado de sufrir. La última vez que la visite hacia una semana estaba perfectamente bien, se sentía en su respiración. Estaba postrada en la cama, mirando al techo, de un momento a otro se levantaba como siempre y escribía un poco, bebía agua y volvía a la cama. Una cosa fue extraña, fueron dos segundos al despedirme que note una mueca. Ella sonrió. Y la hiel me recorrió la piel.
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La Carta
Mister / ThrillerSerena una mujer de veintidós años, periodista, ingresa a un extraño lugar junto con su equipo, después de una serie de extraños sucesos, es la única en salir por cuenta propia, y lo único que dejó, sus últimas palabras y las únicas que pudo contar...