VODKA SMELL

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H O N E Y E D

Aún ahora, - Seungwan - pronuncio tú nombre en silencio, cierro los ojos, y puedo sentirme volver a los veranos en la calurosa Italia. Al cielo con sus gordas pinceladas, y los dedos pegajosos por el durazno.

Me siento todavía recostada en la cama y con el cuerpo ardiendo, el día en el que el taxi te dejó junto al sendero de nuestro pórtico. Con tu camiseta anaranjada, el cabello sujeto en una floja coleta, y mucha piel a la vista.

Me recuerdo, yo, a la coreana que no creció en Corea, que, por sus rasgos tan delicados la consideraban un trofeo, la que se había mudado a la bota, porque a su padre le ofrecían un trabajo mejor, y que por ser un erudito, le llegaban estudiantes, o maestros jóvenes en busca de su sabiduría, cada verano desde que recuerdo.

Puede que todo comenzase, cada comida que pasé al lado tuyo, con tu piel bronceada por los días en Sicilia, los muslos siempre al aire, la ceñida cintura en anchos ropajes, y con los pequeños pies siempre apuntando a la playa.

Que al echarte la primera mirada, parecía no apetecerme nada el tocarte, y así, me sentí, y dejé, endulzar por tus brillantes ojos, aún a la luz del cálido sol, por esos rasgos tan redondos y divertidos. Y justo cuando imaginé el arte que harían tus labios si se alzasen en, aunque esa, una minúscula curva, te percatarse de mi, y mis ojos imprudentes escondidos detrás de mí padre, el cuerpo me titubeó en su lenguaje y se calentó entero. Me estabas sonriendo, así, sin descaro, como leyéndome la mente, consciente de que mis sueños nunca le harían justicia a esa perfecta hilera de dientes.

Ahí si que me debatí la posibilidad de no querer sólo tocarte.

Que te llegué a pensar sólo como en una estudiante más en busca de mi padre. Ese picor molesto que me haría mudarme a la habitación de junto a pasarme el interminable verano. Que te irías, tal como llegaste, siendo poco.
Más aún con esas, nada me impidió empezar a verte como algo más que una simple estudiante, y que, para mí sorpresa, me hacía ilusión el imaginarte, en nada más que ropa interior, durmiendo en mi cama, usándo mis colchas.

- Y... ¿Qué se puede hacer por aquí?

Cuando me encargaron el día de tu llegada mostrarte la casa, yo sabía, por el entusiasmo con el que tus pupilas se dirigían de mi a la ventana, que lo último que querías era quedarte entre esos muros.
Y, a cuestas de toda esa multitud, que tanta fascinación tenían por tu país de origen, como lo tenías tú por pisar con los pies descalzos el caliente sendero, pude jalarte de la camiseta cuando nadie nos vió.

- En sí, nada. Esperar a que termine el verano.

Ahora estábamos ahí, con los pies sucios y el cabello desordenado, con las palmas en el manubrio de la bici, el rostro sonriente y mojado, sintiendo la sombra que reflejaban los recintos, conversando.

- ¿Entonces que se hace en invierno?

Tontamente reí, sabiendo la respuesta que brotaría de mis labios. Ella lo entendió, y con una sonrisa socarrona, no me dejó contestar.

- No me digas, esperar a que llegue el verano, ¿a que sí?

Ah, como adoraba que me leyera la mente.

- Realmente, en Navidad, todo esto se convertiría en un pueblo fantasma si no viniesemos.

(· · ·)

Sin embargo, puede que hubiese empezado mucho antes de lo que yo imaginaba. Que cuando te miré, incipiente y aburrida, no me ví en postura de hilar nada, e incluso antes de que tu escencia se impregnara en mi para siempre, se pasaron ya las semanas previstas, y ya has hecho maletas, o si no, estas a punto de hacerlo, mientras peleas para poder asimilar algo que estuvo en tus pérdidas narices, algo que mostraba inminentes síntomas de deseo.

SUMMER EYES ➳ WENRENEDonde viven las historias. Descúbrelo ahora