III

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Pasó el resto del día preguntándose si lo que había visto en los ojos de Johnny eran celos. Porque eso le había parecido.



Estaba seguro que el castaño había notado el moretón en su cuello y que eso lo había incomodado. ¿Estaría comprobando su teoría? Hacía ya rato que su mente le jugaba pasadas con sueños subidos de tono en los que Mark adornaba de preciosa manera su cama, desnudo y deseoso, piel perlada de sudor y labios hinchados de besar. Cada día deseaba más al a veces esquivo canadiense, pero sabía que tenía que irse con cuidado. Iniciar una relación con él, compartiendo lugar de trabajo, era casi una receta para el desastre.



Pero el deseo era el deseo y eso lo había llevado a confesarle a su hermano el asunto de Johnny. Yukhei, siendo el loco que era, le había propuesto dejarle una marca para comprobar la reacción del muchacho y ver si era correspondido. Era una locura, pero estando ebrios al final lo habían hecho y mira, había dado resultado. Johnny parecía bastante incómodo con la idea de imaginarlo con otro — u otra — en la cama.



Ahora venía la pregunta del millón: ¿qué iba a hacer al respecto?



Pasó el resto del lunes pensando en la respuesta. Llegó el martes y la hora de gimnasio se hizo eterna cuando Mark no apareció. Jaehyun no sabía nada y Johnny comenzó a pensar cosas raras. ¿Y si ahora él se había desquitado buscando a algún otro? La sola idea le hizo agregar más peso a su ejercicio de pierna.



Cuando llegó a la oficina y vio que el castaño estaba allí, conversando relajado y sonrojado mientras una de las chicas lo molestaba por el visible morado en su cuello, su vista casi se volvió rojo bermellón. Entró como un huracán y se encerró en su oficina por el resto del día. Su asistente casi puso un letrero de no molestar.



¿Era así como iban a jugar?, ¿yendo y viniendo, enviándose ese tipo de mensajes? Estaba furioso. Pero debía aceptar que él había iniciado todo, llegando con ese moretón en su cuello. Era de esperar una respuesta, aunque claro, no esperó una así.



Mark fue sabio en no acercarse a la oficina ese día. Si entraba, seguramente Johnny iba a perder la compostura e iba a decir algo de lo que luego iba a arrepentirse. ¿A cuenta de qué iba a celarlo? No eran nada... pero sí había atracción. Y mucha, al parecer. Bufó y desordenó sus cabellos, la tersa piel del castaño y esos labios estaban volviéndolo loco.



Y esa miradita que de lejos le había dedicado, como diciendo “te tengo en mis manos”, había sido la cereza del pastel. Casi había deseado arrastrar al muchacho a su oficina y hacerlo suyo sobre la mesa de caoba que constituía su escritorio. Vaya si no era una de sus tantas fantasías.

Boss. (Adaptación - Johnmark)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora