: En algún sitio de Georgia sobre las tejas de una casa sensilla había una jovencita recostada sobre ellas, contando los minutos que pasaban hasta que se hiciera de noche, pero se había aburrido. Así que decidió bajar para revisar si no había nada nuevo que hacer en su casa
Y no, no lo había, nunca lo hacía.
Desde el principio de todo el caos que azotó a la población mundial ella se había visto forzada a encerrar su supervivencia en una borbuja, aquel lugar no era la casa de un desconocido, no era una bodega vieja dónde había buscado refugiarse del peligro constante, aquel sitio frío y pequeño abrazado por la soledad y el silencio abominante era su hogar, el que había sido siempre, ahí había vivido toda su vida, y era genuinamente irónico pensar que en verdad si pasaría el resto de sus días ahí.
Ella no saldría de el nido que su madre construyó con esmero a mudarse a un sucio departamento, para empezar desde cero, no compraría después su propia casa con el dinero de su trabajo, no iba a salir de ese hoyo en dónde estaba, por un único y sencillo motivo: El mundo dónde iba a hacer todo eso y más, ya no existía.El nuevo mundo le mostraba frente a sus narices una franja amarilla con letras mayúsculas negras, como aquellas que colocan en las calles, y esa franja de color potente le escribía: no.
No tendrás una casa.
No vas a mudarte.
No vas a encontrar el amor.
No tendrás un auto.
No tendrás hijos.
No hay un mundo dónde tus sueños se puedan cumplir, ya no.
Pero, decidía no pensar en eso.
Pensaba en su comida, porque tenía mucha hambre, también pensaba en que tenía que alimentar a su aún mascota peluda, y pensaba en otras muchas preoridades que tenía en su día a día para sobrevivir con éxito.
Ella tomó su pequeña mochila del suelo de su habitación, se calzó sus botas, y escondió su figura en un abultado y grande hoddie grisáceo que había pertenecido a su padre. Antes de salir por la puerta, mentalmente recorrió la lista de cosas que tenía por hacer, y si ya estaban hechas.
Número uno: vigilar. Lo había estado haciendo casi todo el día, desde el tejado.
Número dos: ordenar inútilmente la casa. Si no era ella no había nada más que desordenara su hogar, y todo estaba en orden.
Número tres: ir al granero. Lo haría antes de ir por más comida al bosque.
Número cuatro: no había número cuatro.
Las actividades restantes las dejaba en segundo plano, no le afectaban demasiado y eran demasiado banales cómo para no poder dejarlas para luego.
Y emprendió camino una vez tomó la ballesta y una considerable cantidad de flechas correspondientes. La noche no tardaría en caer y si no quería ser presa fácil, más le vale a un ciervo enorme cruzarse en su corto camino.
Cuando iba a cazar no hacía un gran recorrido, tan sólo se alejaba un poco del granero para no perderse y poder llegar a prisa, además, tan afortunada era que solía cazar cosas con habilidad.
Su madre la había enseñado bien a usar su ballesta, quién diría que seria todavía más afortunada de saberlo hacer justo ahora, cuando antes era sólo su pasatiempo.
Abrió la puerta principal de el granero cuidando que ninguna gallina se escapara, igual no podrían ir muy lejos, el alambrado que cubría el perímetro del granero no se lo permitiría. Dejó sus cosas en el suelo sin tener cuidado y camino adentro en busca de lo que necesitaba, huevos.
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I Found You; Daryl Dixon
RandomLo que ella tiene, no es una vida. No tiene significado, pero ellos se lo darán.