XIII. Seis meses

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Akutagawa suspiró por décimo segunda vez en la tarde.

Su —aún lo está pensando— amigo lo convenció de pasar más tiempo juntos para reforzar nimiedades como la confianza, compañerismo y un montón de palabrería sentimental que no recuerda porque se aburrió en la primera oración. Tampoco es como que se esté quejando mucho, Atsushi respeta su espacio y acepta participar en las cosas que a él le gustan con tal de no perder su interés por la dudosa amistad que mantienen. Debe resaltar como una virtud el empeño que le pone cada día para que crezca; Akutagawa solo se había habituado a batallar por la atención de Dazai cuando era su tutor, pero ahora se está acostumbrando tanto a la presencia del albino molestándolo en su habitación, el receso, fuera de clases o cualquier otro sitio que esa diminuta espinilla clavada en su pecho ha empezado a picar otra vez.

El miedo al abandono.

A no ser suficiente para los demás.

—Akutagawa, ¿me estás escuchando?

Giró hacia el llamado, Atsushi lo observaba sentado desde el suelo con su espalda apoyada en el costado de la cama. Fijó su atención al libro que sostiene entre sus manos, no logró identificar en qué párrafo se quedó antes de desvariar. Sabe que el chico lo sigue mirando a la espera de una explicación porque siente la intensidad de sus ojos, pero ni siquiera él entiende esa empatía que comienza a sentir por Atsushi desde su conversación en la máquina expendedora y que lo lleva por las nubes en los últimos días. Determinó que lo más sensato será ignorar el tema, consejo recomendado al cien por ciento por todos sus conocidos.

—Estaba leyendo, ¿qué quieres?

—Oh, no te preocupes, puedo esperar a que termines tu lectura.

Frunció el ceño, esa amabilidad no le ayuda a poner en orden sus pensamientos.

—Ya lo hice, ahora dime qué quieres —exigió a la par que cerraba el libro de golpe. Atsushi pegó un saltito por el ruido y se intimidó un poco por la actitud demandante de Akutagawa.

—B-Bueno... —su tartamudeo demostró la valentía que perdió para hablar— no sé cómo decirte...

Akutagawa gruñó, acaba de recordar una de las razones por las que odiaba al albino, esa absurda cobardía lo enferma a niveles inimaginables. Atsushi percibió el cambio en el semblante de su compañero por lo que se apresuró a contarle.

—Verás, creo que ya hemos llegado a cierto punto de confianza, ¿no? —rodando los ojos, Akutagawa asintió— entonces, bueno, pensaba que tal vez tú podrías ayudarme o aconsejarme en un problema.

—¿No es lo que siempre le pides a Dazai-san?

—Incluso yo puedo ver que no es buena idea seguir haciéndolo.

Quiso aplaudir y se tentó mucho en felicitarlo por usar el cerebro una maldita vez en su vida hasta que recordó la prohibición de cero insultos por esa semana. Chasqueó la lengua.

—¿Y bien? ¿Ahora seremos como esas ridículas adolescentes que se cuentan sus secretos mientras se pintan las uñas entre ellas y leen revistas de chismes?

Ante el tono despectivo, Atsushi metió disimuladamente las tres revistas que había traído bajo la cama, por suerte no aceptó el esmalte negro que Naomi le ofreció diciendo que combinaría perfecto con el pálido color de Akutagawa y estilizaría sus delgadas manos.

—No exactamente —contestó nervioso— pero sí hay algo con lo que me gustaría que me ayudes, creo que eres el único que puede darme la respuesta que quiero.

Aquello captó su interés.

—¿Qué cosa?

—Últimamente estuve pensando mucho en mí... en mis aspiraciones, lo que me propuse al llegar a la academia. Tenía una meta en mente —evitó comentar que nació precisamente después de su desastroso primer encuentro— pero hoy, en la clase del profesor Kunikida, cuando habló unos minutos acerca de los ideales de cada persona, me di cuenta que no he avanzado nada.

DARCH【Shin Soukoku】Donde viven las historias. Descúbrelo ahora