Capítulo 2: El regalo del Tío Abuelo Algie

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Neville, se calzó sus pantuflas y bajo corriendo al piso de abajo para ver a su Tío abuelo Algie, hacía más de un año que no lo veía y estaba ansioso por hablar con él. Bajó las escaleras de dos zancadas, pero al llegar al salón redujo la velocidad por si su abuela lo veía corriendo dentro de la casa. Giró a la derecha, para dirigirse al pasillo donde estaba la puerta de la cocina, pero se detuvo un instante para mirarse delante del espejo, aquello no era muy propio de él ya que no solía ser de los que se fijan constantemente en su imagen, pero esta vez era diferente. Quería causar buena impresión a Algie así que levantó la mano y con unos rápidos e ineficaces movimientos intentó tirar su cabello para un lado y peinarse. Al entrar en la cocina sin embargo, solo vio a su abuela sentada tomando café.

-¿Dónde está el tío Algie? - preguntó Neville desconcertado.

-Ya te he dicho que vendría, pero no te dije que ya estuviera aquí.

-Y… - empezó Neville.

-Vendrá esta tarde, sobre las cuatro.

En la cara de Neville se dibujó una inmensa sonrisa de oreja a oreja. Su abuela en cambio, hizo un gesto extraño con la cara.

-Anda Neville, ves al baño y péinate ese pelo, que lo llevas todo desenmarañado.

Y así era, a pesar de aquel mínimo esfuerzo por parte del chico de peinarse, su cabeza parecía un nido de pájaro al que un huracán lo había sacudido.

Más tranquilo que la última vez, Neville salió de la cocina, giró a la izquierda y se dirigió al baño. Se colocó delante de la pica e intentó peinarse mojándose un poco el pelo con agua, cuando hubo acabado, parecía que se hubiese duchado ya que se había mojado tanto el pelo que cuando se levantó esta chorreaba por su cuello, empapando su pijama. Neville cogió la toalla y se secó un poco la cabeza, los hombros y la cara. Estuvo observándose unos segundos en el espejo, sin inmutarse de las múltiples heridas que tenía en la cara cicatrizando, con la mente completamente en blanco, sin pensar en nada. Cuando se dio cuenta de que estaba perdiendo el tiempo, apuró para secarse las manos y salió del baño. Volvió a girar a la derecha y pasó por delante de la cocina. Al ver que Neville no entraba, su abuela le preguntó inquisitivamente:

-¿Neville, querido, no vas a desayunar?

Eso no era algo extraño, ya que hacía días que su abuela tenía que obligarlo para que se sentase en la mesa a comer.

-Sí abuela -contestó Neville con sinceridad- pero primero voy a buscar a Trevor.

-Ah -comentó Augusta aliviada- ese sapo tuyo, creo que lo he visto en el patio interior.

-Sí, lo dejé ayer ahí cuando empezó a venir gente por mi cumpleaños, me daba miedo que alguien lo pisara sin querer y tampoco quería tener que estar llevándolo todo el rato encima. Sería de mala educación.

La señora Longbottom sonrió levemente y dijo:

-Tienes toda la razón Neville.

El muchacho siguió recto y atravesó el salón, hasta llegar a las puertas de cristal que llevaban al patio interior, las abrió y entró a una especie de micro bosque que era lo suficientemente grande como para tener una pequeña fosa pantanosa.

La abuela de Neville, había hechizado el patio hacía ya unos cuantos años, y ahora era muchísimo más grande de lo que parecía por fuera. Dentro había una gran cantidad de árboles de todo tipo desde sauces hasta robles, incluso un pequeño invernadero, donde Neville se entretenía durante casi todo el día cuidando de sus plantas. También estaba el pequeño pantano donde florecían multitud de camalotes. Y justo al lado, una casita hecha de madera de la cual emanaban graznidos todo el día. Allí dentro la señora Longbottom se dedicaba a criar a cuervos, que cuando crecían soltaba dentro del propio patio. Siempre había tenido una extraña relación con esas aves, tal vez se debía a que ella era una Black, aunque no le gustaba mucho hablar de ello.

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⏰ Última actualización: Jul 21, 2019 ⏰

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