No era posible. Era la primera vez que fallaba en su intento de hacer aquello. Bueno, hubo una vez. Pero no. No quería recordarlo.
Ya habían pasado 24 horas desde que pulsó aquel botón, pero nada había pasado. Estela no se había asustado ni una pizca. Es más, comentó alegremente que ella se llamaba así. Por eso tenía que llevar aquello a otro grado.
La joven miraba por la ventana lateral de su coche. La tempestad seguía siendo debastadora. La lluvia ya había causado inundaciones en varios puntos del país. Sin embargo, a ella no le había afectado en absoluto aquel horrible tiempo. Todo aquello era parte de su plan.
La muchacha siempre solía tener un plan B. Pocas cosas había que pudieran sorprenderla. Siempre parecía ir un paso por delante. Lo que sí la había descolocado un poco fue la aparición de Aldan, un muchacho huérfano cuyo propósito principal parecía ser seguir a aquella chica. Ella no podía negar que sentía un poco de lástima por él. Lo comprendía muy bien. Pero no podía ayudarlo. Cada ser debe seguir su camino, sin atarse a nadie ni a nada.
Y ella sabía perfectamente que su propósito era uno muy diferente al del chico. Él también lo sabía. Desde el momento en que la conoció, de hecho. Él la vio por primera vez en plena misión. Aún recordaba las palabras que le había dedicado.
«No deberías acercarte a mí, no soy la típica persona alegre que todo padre quiere para su hijo.»
«Yo no tengo padres», había contestado éste.
Por un instante, la joven sintió simpatía por él.
«Si yo los tuviera, no creo que con mis dieciocho años estuviera haciendo esto. Lo siento mucho. Ahora debo irme.»
Aldan no pareció contentarse con aquello.
«Dime tu nombre al menos.»
Ella, tras unos momentos de duda, le respondió.
«Llámame Adrienne.»
Y desapareció de aquél lugar.
Con el tiempo, empezaron a conocerse mejor. Aldan no dejaba de aparecer en todas partes. Había descubierto el origen del nombre de la joven. Adrienne era un nombre de origen francés que significaba oscuro. No era su nombre real. Adrienne le había contado que aquél nombre lo había elegido ella, que no recordaba su verdadero nombre. Aldan enseguida dedujo que le venía a la perfección. No había más que oscuridad y frialdad en su alma.
Adrienne sacudió la cabeza deshaciéndose de aquellos recuerdos. Debía concentrarse en la misión. Si lo que ya había hecho no había funcionado, tendría que hacer algo más. Nada ni nadie se lo impediría.
Salió del coche con dicisión. Antes de tocar a la puerta de aquella mansión, sacó la navaja de su manga. La lluvia ya la había calado de arriba a abajo, pero no le importaba lo más mínimo.
Un hombre de unos ochenta años abrió la puerta. Al ver a la pobre muchacha de pie y tan mojada en la puerta de su casa, le concedió una amable sonrisa.
- ¿Quieres pasar? Vas a resfriarte si sigues ahí.
Adrienne pasó adentro escondiendo un poco la navaja.
- Resfriarme no es mi principal problema ahora mismo, pero gracias - murmuró con frialdad.
Lo último que hizo el agradable anciano fue cerrar la puerta de su casa, pero abrírsela a la muerte.
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Estela esto es para ti.
HorrorNo sé por qué estoy escribiendo esto, tengo la sensación de que mis dedos teclean solos, controlados por algo superior a mis pensamientos. Ni siquiera sé lo que vendrá a continuación. Sé que tú tampoco lo sabes. Creo que lo descubrirás pronto. Buena...