Una vez conocí a una flor que venía de un pantano. La habían sembrado en la esquina del jardín, junto a la petunia más hermosa del cantero.
La petunia venía de un invernadero, en donde la habían protegido del sol y del frío cual princesa de un palacio, por lo que su tallo había crecido con delicadeza. Su perfume era el deseo de las abejas, y sus pétalos la envidia de los malvones.
A la flor del pantano nadie la apreciaba. Había pasado frío, inundaciones y sequías, y había sobrevivido a herbívoros que habían querido arrancarla de raíz. No era hermosa como la petunia, pero su tallo era más fuerte.
Recuerdo aquel día en el que una tormenta llegó al jardín. El agua calló a borbotones, arrastró la tierra del cantero y se llevó consigo a la petunia. La flor del pantano sigue aquí, en su rincón, con su rusticidad y simpleza, aferrada a cimientos fuertes que construyó la hostilidad de la naturaleza. Aquel día entendí que existe otra belleza que no se aprecia con los ojos.
Yo sigo aquí enamorado de esa flor que todos creen fea, porque me ha demostrado que de nada sirven las apariencias, y que lo que realmente vale es lo que no se ve, eso que nos da fuerza para aferrarnos al mundo.
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Susurros
Short StoryEn sueños interrumpidos a mitad de la noche, llegan hasta mis oídos ciertos susurros insistentes, que me cuentan historias extraordinarias e inimaginables, a veces llenas de inocencia y enseñanzas y otras veces con hechos perturbadores y espeluznant...