XXIII

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Sus ojos se cerraban cada vez más, el brillo se apaga constantemente, cada minuto, cada segundo, dolía, joder dolía como el infierno, no solo el tener aquella puñalada profunda en la espalda, si no al observar a la persona que poseía aquella daga ensangrentada.
El alma murió pero su espíritu se hizo más fuerte.

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