4. Hogar dulce Hogar.

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Las emociones eran rasgos que Lucía podía ver con facilicidad, sentirlas como propias, incluso manejarlas antojo.

Y al caminar por aquel callejón sentía la lujuria correr por los cuerpos de los hombres, adultos jóvenes, entre los 25 y 30, sí, la edad justa en el que su alma sabía a vida, como fruta madura. Con un beso podría escurrir hasta el último aliento de cualquiera...

—Mi amor, ven, juega con nosotros—, dijo el primero.

—Tenemos un poco de bebida para que te relaje—. Siguió el otro.

—Yo tengo algo más que va a hacer que te relajes.

Las carcajadas estallaron.

La brisa desarreglo su cabello, no estaba de humor para esas cosas hoy, además ya era tarde, en poco tiempo empezaría a oscurecer.

—Vamos amor, acompañanos—, esta vez su voz sonaba más cerca.

—Tenemos algo que te hará feliz.

Las pisadas sonaban más cerca, aceleradas.

—No quiero problemas—, les dijo ella, también acelerando su paso.

—Nosotros tampoco chiquita.

La rodearon. Eran cuatro, estaban acelerados, olían a alcohol, a lujuria, a deseos indecentes y violentos.

—Ven, te va a gustar, a todas les gusta—. La tomó con violencia de la muñeca.

La furia era un instinto a flor de piel en un demonio. En Lucía tenía un efecto interesante, podía calentar su piel tanto, que quemaba.

—¿Lo sientes? Es el fuego del infierno—. Él retiró la mano con rapidez. La palma roja le ardía.

Los otros se alejaron, su intinto les instaba a huir. Pero ella no lo iba a permitir, necesitaban escarmiento. ¿Acaso no era esa la razón por la que respiraba? Hacer justicia.

—Han sido unos niños muy malos—, su voz sonaba irritada.

Los cazadores ahora eran la presa y no podían huir. Inmóviles como estaban Lucía rozó al primero con la yema de su índice, un rafaga de imágenes se conectaron de la mente del hombre a la de ella, sexo, salvaje, violento y abusivo, era lo que aquel hombre disfrutaba. Ya lo había hecho antes, sentía placer con la agresión, lo podía ver claramente en sus recuerdos.

—Vaya, vaya, y el demonio soy yo...

Su índice, aún en la mejilla del hombre, bajó, lentamente en la más suave de las promesas, sobre el cuello del hombre petrificado. Envolvió su cuello con su mano y empezó a calentarla ante la vista atónita de los otros, que no podían emitir palabra, ni huir.

El hombre empezó a debatirse, pero no era mucho lo que podía hacer, el olor a carne quemada hizo que Lucía sonriera.

—Ya basta—. Una mano le tocó el brazo extendido y caliente.

Ella lo soltó de inmediato, Gabriela al tocarla se había quemado.

—¿Estas bien?

No lo estaba.

—Dejalos ir—. Exigió.

Lucía la vio confundida, indecisa.

—No, ellos...

—Sueltalos.

—Se lo merecen...

—Por favor, deja que se vayan, su merecedio lo tendrán cuando...

—¿Cuándo?

Ella lo sabía. Pero queria obligar a Gabriela a decirlo.

Nuevamente la ira se había apoderado de ella, ni si quiera necesitaba mencionar el día... sólo con poner en su mente el pensamiento del fin... del fin de todo, ella podía enloquecer.

Las sombras de los individuos estaban conectadas a las de Lucía, y cuando ésta alzó su mano las sombras recorrieron su brazo hasta la punta de sus dedos como hilos negros de titiritero, esperando la orden... una orden oscura con olor a muerte.

—Ya estan ante mi, ¿para qué esperar? Si puedo hacerlos pagar ahora.

—Detente, tu no eres así—. Respondió Gabriela. Enlazó sus dedos con los de Lucía. Y la unión resplandecio en la oscuridad del callejón. Las sombras volvieron a sus dueños que recuperaron de pronto el control de sus piernas y huyeron.

Gabriela la beso e imprimió en sus labios poco de su poder.

—¿Te sientes mejor?

—No ustes tus poderes comigo Gabriela... Ya estoy harta de este lugar, regresemos.

—Pero no te he ganado.

—Mi yo tampoco, olvida esa apuesta, no quiero ganar ningún humano para el mal... ellos solos hacen el trabajo sucio.

Gabriela endureció su rostro pero no dijo nada.

—Volvamos entonces. ¿A tu habitación? Podemos retomarlo de donde donde lo dejamos.

Sonrió, lasciva.

—Eres demasiado perversa para ser un ángel.

—Y tú demasiado recatada para ser un demonio.

Sonrió coqueta y la abrazó, un halo de luz las rodeó y desaparecieron.

*

El bosque era frío y húmedo. Un claro rodeado por las secuoyas gigantes más altas de la tierra forman un círculo perfecto que mantiene protegido el hogar de los ángeles. Dentro, en ese lugar sagrado se albergan todo tipo de árboles, especies y clases de todas las partes del mundo en representación a la diversidad de seres humanos que existen.

El edificio era también circular, estaba hecho de madera pura y viva, que los ángeles habían hecho crecer según su voluntad.
No construían con la madera igual que los humanos, no, si la tarea de los ángeles es cuidar la obra de Dios, no tienen derecho de quitarle la vida a nada, ni a un árbol.

Pero con el poder que se les habia otorgado habían creado esa fortaleza, una pirámide circular, lo suficientemente grande para albergar a las jerarquías angelicales.

Lucía y Gabriela estaban afuera, era el momento de despedirse.
Lamentablemente a Lucía no le espera un lugar tan hermoso como aquel.

Lucía la besó. Sabía que pronto la iba a ver, pero sentía ya la añoranza de estar con ella.

¿Desde hace cuánto se había vuelto indispensable en su existencia? 

—Te veré mañana—. No era una pregunta, no pedía permiso, Lucía le hacía ver algo que era un hecho.

Gabriela estaba acostumbrada, suspiró. Extendió sus alas, libres al fin, inmaculadas, impolutas, blancas, con la fuerza suficiente para soportar su peso, perfectas,  entonces se alzó en vuelo y se fue.

Lucía no tenia prisas, la morada de los suyos estaba justo debajo de la de los ángeles, bajo tierra, se abría como una boca monstruosa que era el reflejo simétrico de la morada de los ángeles.

Ella también extendió sus alas, negras, porque era el color que había tomado la maldad. Su morada estaba en lo más profundo del lugar, en el círculo más pequeño, reservado para el primer ángel caído.

Ahí todo era lúgubre, tenía una forma cónica invertida; cual infierno dantesco y sus paredes estaban formadas por la obsidiana más pura y brillante que existía. En ese lugar, que antaño había sido un volcán, había caído su padre, por orden divina se abrió cráter profundo donde él, tan ansioso de poder, iba a gobernar. Ahí estaba el Lucero, hijo de la Aurora, primer ángel caído, Satanás, su padre...

Ángeles y DemoniosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora