Fue exactamente un dieciséis de junio de mil novecientos noventa y siete cuándo lo conocí, a él, Park Jimin.
Yo apenas contaba con siete años de vida, y él, se veía cómo un bebé, un tierno infante con cinco años de edad.
Dos años marcaban la diferencia, pero aún así, no me molestaba en absoluto, es más, adoraba al tierno niño de ojos azules y pecas. Todo en Jimin era arte.
Lo vi por primera vez en un recital de Navidad, vestido de vaquita con un adorable puchero en sus labios. En verdad había agradecido a mi madre por llevarme a ese lugar, dónde conocí al amor de mi vida.
Descubrí qué los padres de Jimin eran dueños de aquél jardín de infantes, donde cada domingo iba a cuidar a mi hermana pequeña, con la esperanza de verlo, o al menos, escuchar su risa.
Aveces estaba sobre el mostrador, jugando con carritos a la vista de su madre, y sólo en ocasiones, en el patio, haciendo un castillo de arena.
Era irreal todo lo qué llevaba ser él, desde mínimas acciones cómo respirar o jugar, lo hacían ver cómo un ángel.
Sus diminutos lunares en zonas estratégicas, sus labios gorditos y sus ojos cómo ranuras de alcancía. No me casaría nunca de verlo, nadie lo haría en su vida.
Nuestro primer acercamiento fue normal, jugamos los dos y descubrí qué no podía pronunciar bien la letra R, por la falta de uno de sus dientes delanteros.
Le dije qué de grandes tendríamos un castillo tan hermoso cómo el qué hizo, y qué sería mi principe para vivir ahí solos, juntos.
Tal vez fui algo intenso, pero nada era de importancia cuando logré escuchar su melodiosa risa. En ese momento supe qué quería escucharlo reir por siempre.
Los años pasaron, y llegó nuestro primer beso.
Yo con diez y el apenas con ocho, literalmente, cumplidos ese mismo día.
Nos escapamos un rato y fuimos a un lago cerca de su casa, sentandonos en una vieja banca mientas la música de Lennon llenaba nuestros oídos.
Justo cuándo The Beatles empezaba a cantar, me acerqué lentamente, tomando su mano y preguntándome porqué Dios nos había puesto tantas terminaciones nerviosas en esa parte exacta de nuestro cuerpo. Pude sentir lo suave qué era esta, y lo delicada también.
Jimin apoyó su cabeza en mi hombro, y luego de eso pasó.
Junté nuestros labios y nos quedamos quietos por unos cinco segundos, qué no fueron nada incómodos, era nuestro primer beso.
Jimin y yo nos besamos un trece de octubre a media noche, frente a un lago dónde patos nadaban, dónde Lennon cantaba su famosa canción. Fue el mejor día.
Tan sólo éramos unos niños, no sabíamos todo en este mundo, ni siquiera sabíamos multiplicar diez por dos, pero lo qué sí teníamos en nuestra mente, era de qué en verdad nos queríamos mucho, sintiendo qué teníamos todo, y a la vez nada qué perder.
Juro por Dios qué lo quería demasiado.
Al entrar a secundaria fue un poco más duro de llevar todo en secreto.
Miradas y cariños entre la oscuridad y cubículos del baño eran nuestra única muestra de afecto durante el día, nuestro momento mágico qué apenas duraban pocos segundos, pero se sentían eternos.
No me gustaba eso, yo quería gritarles a todos qué Jimin era mi novio, no importaba qué teníamos doce y catorce, o qué apenas éramos unos pre adolescentes con las hormonas alborotadas.
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❛ Tomorrow ❜ ↳ YM. 🍁
Romance♡̷ 🍁 Espérame en la banca del parque mañana, Yoongi. Te estaré esperando por siempre, Jimin. 🍁 ♡̷ ╔═════ ▓▓ 🍁 ▓▓ ═════╗ 🍁彡 Historia basada en la canción Tomorrow never came - Lana del Rey. 🍁彡 Tristeza y angst. 🍁彡 Contenido homosexual. 🍁彡...