¡El destino me aguarda!
Estaba haciendo la maleta, de momento sólo llevaría lo imprescindible, lo demás permanecía
en cajas apiladas y bien etiquetadas. Mi intención era dejarlo todo preparado para la mudanza.
—Esto parece un campo de batalla. ¿Piensas viajar hasta Nueva York con todas estas cosas?
Mí queridísima amiga Isabella más que ayudar entorpecía mi labor, su único objetivo era
quedarse con el mayor número de mis pertenencias.
—Todas estas cosas son mías y viajarán a donde yo vaya. Y tú en vez de revolverlo todo, podrías
ayudarme, que es lo que se supone que venías a hacer hoy.
—No seas gruñona. Seguro que algo se perderá por el camino, siempre ocurre. ¿Cuántos
kilómetros hay de Dallas a Nueva York?
—Muchos, pero eso no quiere decir que vaya a perder una caja por kilómetro. Lo único que
desaparecerá será todo lo que consigas quitarme tú—. Me sacó la lengua y yo le guiñé un ojo.
Isabella estaba metiendo las manos dentro de una maleta, que ya estaba cerrada.
— ¿Quieres hacer el favor de estarte quieta?—. Le di un manotazo a modo de aviso.
— ¡La encontré!— exclamó mientras sacaba una blusa. Desde que me la había comprado, no
hacía nada más que pedírmela—. Quiero que me la regales, así cuando me la ponga me
acordaré de ti—. Puso esos ojitos tiernos con los que sabía que no podía negarle nada.
— ¡Que excusa más absurda!, ¿crees que con eso me vas a convencer para que te entregue mi
blusa preferida?—. Entonces puso esa mirada dulce y no me quedó más remedio que
rendirme, estaba tan mona.
Isabella había sido mi apoyo, mi amiga y confidente durante los años que viví en Dallas y la
quería con locura. Su carácter alocado y su sentido del humor siempre picante, me hacían reír
constantemente. También tenía algunas cosas que me sacaban de quicio, nunca pensaba nada
de lo que decía o hacía y eso nos había traído más de un problema.
—Te echaré mucho de menos—soltó un suspiro—. ¿Por qué tienes que irte tan lejos?— Le di
un fuerte abrazo.
—Prometo llamarte todos los días que pueda y en cuanto tenga días libres vendré a verte.
— ¿Me lo prometes?
—Que sí pesada, ¿alguna vez te he fallado?
—Nunca, siempre has cumplido tus promesas, pero estarás tan lejos que temo que te olvides
de mí con el tiempo—. La abracé con cariño.
—Eres mi mejor amiga, nunca dejaré de llamarte pase lo que pase.Me daba mucha pena dejarla, pero iba a cumplir un sueño. Había conseguido un trabajo que
unía mis dos pasiones: el cuerpo de policía y mi carrera de psicología.
Toda mi familia había pertenecido al cuerpo, mi bisabuelo, mi abuelo, mi padre, yo e incluso
mi exmarido. Todos habíamos trabajado en la comisaría de Abilene en Texas, donde nací y viví
hasta que me divorcié.