XIII

1K 154 4
                                    

💄👗Megan👗💄


Desde que salí del bufete supe que al poner un pie en este departamento la felicidad que sentía iba a ser sustituida por un intenso dolor de cabeza y todo por culpa de él. Arthur Federmann se caracteriza por ser un hombre extrovertido, animado, caprichoso, playboy, obstinado e infantil. A él nunca lo podrías encajonar como alguien serio, melancólico y amargado. Por eso la expresión tortuosa que vi hace unos minutos me tiene trastornada.

<<"Los únicos culpables de que Arthur sea así somos su madre y yo".>> —las palabras del señor Federmann se repiten en mi cerebro una y otra vez, como si se tratase de una melodía.

<<¿Qué le pudo pasar a Federmann hijo para que al mencionar su infancia su humor haya cambiado tan radicalmente?>>. —Me pregunto sin dejar de reproducir, en mi cabeza, la tristeza que embargó sus azules ojos.

<<La niñez de este idiota no fue tan sencilla y banal como pensaba>> —divago mientras juego con el control remoto del televisor sin despegar la vista de la caricatura, que suelo ver con los niños del hospital.

—¡HEY! —se quejó Federmann cuando apagué el televisor.

—Es hora de estudiar —me levanto y recojo las latas de refrescos y el cartón, donde venía la pizza.

—Pero estaba en la mejor parte. —Hizo un puchero.

<<Volvió el Arthur infantil>> —pienso y extrañamente un alivio me recorre todo el cuerpo.

—Cuando termines de estudiar podrás seguir viendo las caricaturas. —Trato de incentivarlo.

—Pero…

—Pero nada. —Lo corto. —Primero los estudios, después los momentos de recreación —dictamino antes de dirigirme a la cocina. Es la primera vez que estoy en este departamento, pero por la estructura del edificio debe estar en el mismo lugar que en el departamento de Adelia.

Ya en la cocina boté todos los desperdicios en la basura y regreso a la sala donde se encuentra el estúpido de Federmann hijo jugando con su celular.

—Hoy vamos a estudiar la asignatura del señor Ruiz. —Le informo al quitarle el teléfono de la mano y guardarlo en mi cartera. —¿Qué esperas para ir por tus libros? —le digo al ver que sigue sentado. Él hizo una mueca de desagrado.

—Voy. —Se puso de pie, perezosamente, y se perdió en el pasillo que llevaba a su recamara.

.

(…)

.

Reviso la hora en mi reloj de muñeca cuando han pasado 20 minutos y el idiota nada que regresa.

—¡Fue a buscar los libros a la biblioteca o qué! —exclamo con fastidio. Estoy comenzando a impacientarme. Normalmente comienzo a estudiar a las  8 en punto y ya son las 8:·30pm.

Para controlar las ganas que tengo de ir a buscar al idiota y traerlo jalado por las orejas me pongo a admirar el lugar.

<<Se nota que Adelia se encargó de la decoración>>. —Deduje al detallar las similitudes de ambos departamentos; el color de las paredes, el estilo de los muebles, entre otras cosas. Sólo había una diferencia, que resaltaba a simple vista, entre los dos y era una enorme pecera, igual a la que sale en buscando a nemo, ubicada en medio de la sala.

<<¿Cómo fue que no la vi cuando llegue?>> —me pregunto mientras poco a poco me voy acercando a la pecera.

—Sólo el idiota de Federmann tiene una pecera vacía —digo cuando estoy frente al vidrio.

Estoy a punto de darme la vuelta cuando un horrible pez me dio un gran susto, al golpear el vidrio justo frente a mi cara.

—¡Estúpido pez! —chillo al sentir el latido desbocada de mi corazón. —Menudo susto me diste.

Para el tipo de hombre que es Arthur Federmann imaginaba que tendría tiburones, peces espada, pirañas o cualquier otro animal exótico con el que pudiera alardear delante de las chicas que trae a su departamento de soltero. Pero nunca en la vida hubiese esperado encontrarme con un pez globo.

—¿Tú qué me miras? —le pregunto al pez que no ha dejado de perserguirme desde que me acerque a la pecera; si me muevo hacia la derecha o la izquierda él se mueve conmigo. —¿Por qué me sigues? ¿Acaso se te perdió una igualita a mí o qué?.

—Su nombre es Chonguito junior —la voz del idiota me toma por sorpresa, por lo que doy un brinco.

—¿Te asuste?.

Giro sobre mi eje y lo veo de brazos cruzados, con los libro entre sus musculosos y blanco brazos, y una socarrona sonrisa plasmada en sus labios.

—Un poco —reconozco y él explota en carcajadas. —¿De que te ríes, idiota? —pregunto.

—De nada. —Niega repetidamente con la cabeza. —Vamos a estudiar.

—¿Dónde lo obtuviste?. —Señalo al pez que no ha dejado de verme ni un segundo.

—¿Chonguito? —pregunta. Yo asiento con la cabeza. —Es una larga historia —dice y la curiosidad me pica, como si se tratase de un sarpullido.

—Tenemos tiempo. —Me siento en el sofá.

—Que pasara con…. —dejó las palabras al aire y movió un libro en mi cara.

—Comenzaremos más tarde. —Él sonrió de oreja a oreja y se sentó a mi lado.

—Cuando tenía 7 años mis padres y yo fuimos a un pequeño pueblo de Estados Unidos, en donde casualmente había una feria estatal. Tanto a mi padre como a mí nos encantaban las ferias y por eso en lo que bajamos del avión nos dirigimos allí. Me monte en todos los aparatos, comí de todo lo que vendían y en un juego de golpear al topo gané un par de peces, a los cuales llame señor y señora Chonguito, no me preguntes por qué elegí esos nombres —hizo una pausa. —No pasó mucho tiempo hasta que la señora Chonguito dio a luz a muchos pececitos, pero… todos, excepto ese pez que vez allí —señala la pecera —murieron, incluyendo sus padres  —guardó silencio.

Iba a preguntar de qué fallecieron pero al ver su semblante tan serio me quedé callada

—Esos peces significaban mucho para mí, ya que ese día en la feria marcó un antes y un después en mi vida, porque fue el último recuerdo feliz que tengo con mis padres —pareció darse cuenta de que habló de más porque se puso de pie inmediatamente. —Es hora de seguir estudiando.

Algo me decía que la muerte de esos peces era un tema delicado y aunque un lado me decía que no debía indagar más, mi curiosidad pudo conmigo.

—¿De qué murieron los peces?. —Ante mi pregunta él me dedicó una mirada fulminante.

—Por culpa de la ambición de una mujer que no pensó en el sufrimiento de un pequeño niño al matar a esos animales —admitió mirando a un punto fijo.  —Es por mujeres como ella que Chonguito Junior y yo seguiremos solteros para siempre —Su confesión me dejo perpleja.

Siempre creí que Arthur Federmann era un libro abierto, al que todos podían acceder, sin necesidad de pedir permiso, pero ahora tengo mis dudas. Cada vez descubro que algo misterioso, oscuro e intrigante lo rodea y no descansaré hasta averiguarlo.

.

.

.

Mi dulce plagaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora