Prólogo

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Era un día despejado y tranquilo. Totalmente diferente a lo que pasaba en la mente de Park Jimin. Por ella sólo acontecían los recuerdos de su infancia y lo que dejaba atrás.

Recordó los momentos que pasó junto a sus hermanos mayores y las bromas que se jugaban entre ellos a pesar de la difencia de edad. Sus hermanos que habían crecido y madurado de una forma trascendental y rápida, por lo que habían sido enviados al ejército al cumplir los dieciocho. No pudo despedirse de Siwon y Chanyeol debido a que estaban preparándose para las guerras que estaban por venir con los otros imperios.

Era irónico lo diferente que iba a ser la preparación entre los tres hermanos. Mientras ellos blandían su espada hacia figuras de madera, él tendría que aprender latín y a predicar la palabra de Dios. Sin embargo, no era algo que le molestara. Al leer las escrituras de niño, empezó a creer que El Altísimo no habría querido dicha violencia en la humanidad, así que se negó a practicar la lucha junto a su padre y hermanos, y prefirió adquirir otro tipo de conocimientos.

Cuando cumplió los dieciocho y su padre tenía que decidir cual iba a ser su futuro, estuvo rezando toda la noche para que Dios iluminara la voluntad de su padre y no lo enviara a derramar sangre. Sabía que un guerrero a los ojos de su progenitor era una imagen de orgullo y fuerza, pero haría hasta lo imposible para seguir enalteciendo el apellido Park.

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El recorrido hasta Florencia no se le hizo tan largo, de manera que pensó que había sido por el revuelto de cosas en su mente. Cuando Jimin alzó la vista y vio el gran templo que estaba frente a él, quedó anodadado porque sabía que ese era su lugar en el mundo. Desde ese momento declaró que no estaba para él, sino para los demás. Se había proclamado un sumiso del Señor.

Tocó la inmensa puerta de madera y esta se abrió casi al instante. Al entrar, lo recibió el Cardenal que estaría encargado de su estadía en dicho lugar. Se presentó como Namjoon. Después de unas cuantas formalidades, empezó a guiarlo a la que sería su habitación.

Era un espacio diminuto comparado al espacio que ocupaba toda la construcción. En ella sólo cabía la cama, una pequeña de mesa y una estantería para dejar sus sótanas. Al inspeccionar con más detalle la habitación se dio cuenta que sobre la mesa ya se hallaba su Biblia y su rosario.

Se recostó sobre su cama y abrió su Biblia buscando uno de sus pasajes favoritos para leerlo y luego dormir.

"Que el Dios de la esperanza los llene de toda alegría y paz a ustedes que creen en él, para que rebosen de esperanza por el poder del Espíritu Santo"

Romanos 15: 13

Y Jimin cayó dormido, pensando en cómo sería su día mañana. Estaba ansioso por las enseñanzas que recibiría de los clérigos y el camino al Paraíso que le mostrarían.

-Luisa


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