Capítulo Uno

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Cuando Kyungsoo entró en el salón del palacio de Kargul estaba asustado. En el gran pórtico de entrada los guardias lo miraron de arriba abajo con actitud prepotente, y cuando sus escoltas les explicaron que lo enviaban de Romir, y que era un regalo para el gobernador, sus ojos lo apreciaron con lascivia. Quizá pensaban que después que el gobernador terminará con el, podrían ponerle las manos encima. Saber cuál era su destino no lo alivió en absoluto. Aún tenía muy presente en su memoria las palabras del Kahir de Romir:

    —El gobernador de Kargul está muy descontento con nosotros. Las cosechas no han sido todo lo buenas que esperaba y la única manera de aplacar su ira es enviarle un esclavo que lo satisfaga. Tú eres el más hermoso de nuestros hijos, y además has sido educado por las sacerdotisas de Sharí.

Sharí era la diosa de la fecundidad y la pasión, y todos los huérfanos como el eran enviados a su templo para que las sacerdotisas los educaran, igual que otros niños eran entregados al templo de Garúh, el dios de la guerra, y entrenados como soldados para servir al Imperio. En el templo de Sharí, los niños eran adiestrados para satisfacer los apetitos sexuales de los hombres y mujeres, y sus servicios eran muy demandados por la élite gobernante, los únicos que podían pagarlos, además de los grandes guerreros. Kyungsoo sabía cómo complacer en la cama a un hombre, aunque nunca había estado con uno. Por eso lo enviaban. El desvirgar a un servidor de Sharí era algo que costaba mucho dinero, y solo los más ricos podían permitirse el lujo. Por eso, los ciudadanos de Romir, metrópoli que había sido arrasada y conquistada por el ejército del Imperio cinco años atrás, lo enviaban a él al gobernador de Kargul para aplacar su ira: su virginidad era un regalo digno de un rey.

En el harén del gobernador lo recibieron con reticencia. Había muchachos muy hermosos, pero ninguno era como el. Todos tenían el cabello castaño y la piel canela, pero el era de Romir, y destacaba por su piel clara como el nácar y su cabello negro como la obsidiana. La delicadeza de sus miembros lo hacía parecer casi de porcelana.

Lo bañaron y lo untaron con aceites. Estaba acostumbrado a eso. En los baños del templo era una práctica común. Los novicios como el ayudaban a las sacerdotisas a prepararse para los rituales de fertilidad, y después siempre se asistían entre ellos. Las manos de los hombres untadas de aceite, pasando suavemente sobre sus pechos y pubis afeitados, y los gritos de placer rodeaban los baños.

Después de prepararlo adecuadamente, lo vistieron con suaves gasas de oro y plata que cubrían su cuerpo completamente pero que, al ser transparentes, dejaban a la vista toda su belleza. Después le colocaron el collar que lo convertía en propiedad del gobernador.

Pertenecer a alguien. No sabía si aquello le gustaba o no. Los servidores de la diosa no pertenecían a ningún hombre, pero el iba a ser la excepción. Todos los amigos que había hecho durante años que había pasado en el templo y que habían dejado de ser novicios para ser servidores no tenían dueño. Seguían viviendo en el templo y sólo lo abandonaban cuando sus servicios eran requeridos. Pocas veces permanecían fuera del templo más de una noche. Pero el iba a ser diferente. Nunca iba a regresar porque ahora pertenecía al gobernador.

El collar era hermoso. Un toque labrado en oro en forma de serpiente, el tótem de la familia del gobernador, rodeaba su cuello. Tenía la boca abierta y se mordía su propia cola. Los ojos eran dos rubíes. Era algo excepcional que a un esclavo le pusieran una joya como aquella. Se había dado cuenta de que el resto de hombres del harén simplemente llevaban uno de metal.

El ama del harén le echó un vistazo en cuanto terminaron de prepararlo y, después de dar el visto bueno, indicó a los eunucos que lo llevarán hasta el gran salón donde iba a ser presentado al gobernador.

Y allí estaba, temblando bajo la escrutadora mirada de este hombre que había asolado Romir y del que decían que era un hombre cruel.

Los cortesanos lo examinaba con igual avaricia que lo habían hecho los guardias de la puerta, y sabía con la misma seguridad que todos esperaban ser los ganadores de sus favores en cuanto el gobernador se cansara de el. Todos sabían que en el palacio de Kargul era una práctica habitual el ceder los servicios de ciertos esclavos adiestrados a cambio de favores, y todos esperaban poder tener algo que él gobernador quisiera para pedir a cambio a Kyungsoo, aunque fuera por una sola noche.

El esclavo Kyungsoo || KaisooDonde viven las historias. Descúbrelo ahora