—¿Huh? ¿Q-Quedarme?— Logró murmurar, viendo cómo el rubio le tomaba de la cintura, para posteriormente cargarlo al estilo princesa.
—¿Acaso no quieres, Yuu-Chan?— Cuestionó, fingiendo tristeza, para que el otro accediera de una vez por todas.
—¿Qué? ¡No, no, no!— Agitó sus manos desesperadamente, negando con la cabeza. —¡Claro que quiero! ¡Me encantaría! Pero... Debo decirle a mis amigos, y también...
—Creo que no habrá ningún problema si no les avisas.— Mencionó con una sonrisa divertida, desviándose por un sendero diferente.
—¿A-A dónde vamos, Mika?— Indagó nervioso, aferrándose al pecho del de ojos zafiro.
Mikaela siguió caminando a paso apresurado por aquel camino que el azabache desconocía completamente. Sentía una enorme curiosidad por saber a dónde irían. Sin embargo, a pesar de que insistió con aquella pregunta, el rubio se negaba a decirle cuál era su destino.
Llegaron al interior de la inmensa mansión, por una puerta que el de orbes esmeralda no había visto antes. Divisó que en el lugar en donde se encontraban había unas cuantas heladeras, hornos, estantes y cajones repletos de diversos frutos y vegetales. Supuso que estaban en la cocina, una bastante amplia.
Pensó que se detendrían allí, mas no fue así. El de orbes zafiro continuó con su rápida caminata, aún con Yūichirō en sus brazos. Atravesó innumerables puertas y escaleras, por lo tanto, el de tez ligeramente morena consideró que debía estar muy agotado.
El otro prosiguió caminando, ésta vez un poco más calmado y tranquilo. En el momento en el que estaba dispuesto a preguntarle si aún aguantaba su peso, el rubio se detuvo firmemente frente a una gran puerta. No obstante, la abrió frenéticamente y así la cerró tras de sí.
Echó con toda la delicadeza que pudo al contrario en la voluminosa cama de su habitación. Debía ser lo más suave y cuidadoso posible si quería que el otro disfrutara de aquel momento, el cual tenía que ser verdaderamente lindo y perfecto para que se llevara los recuerdos más hermosos.
Sospechaba que el azabache nunca había tenido esa clase de “intimidad” con alguna persona, lo que le hacía tener aún muchas más ganas de hacerlo. Aunque necesitaba ser paciente, pues no quería obligarlo a nada que él no quisiera.
Comenzó lamiendo su cuello, añadiendo más marcas de las que ya había dejado anteriormente. Al mismo tiempo, desprendió cuidadosamente su camisa y se la quitó, para inmediatamente empezar a jugar con sus pezones.
Yūichirō sólo se limitaba a soltar pequeños —pero muy audibles— gemidos con cada cosa que hacía el otro. Por más de que no le agradaban aquellos extraños sonidos que salían de su boca, lo estaba disfrutando demasiado.
En sus cuerpos ya se podía divisar una leve capa de sudor. Ambos ya estaban escasos de prendas, quedando el rubio únicamente con su pantalón a medio desabrochar y el otro con su ropa interior. Los gemidos provenientes de la boca del tierno azabache era lo único que podía escucharse, siendo música para los oídos contrarios.
El de ojos zafiro dejó incontables marcas y chupetones, no sólo en su cuello, sino también por todo su cuerpo. Continuó lamiendo uno de sus pezones, mientras que frotaba y pellizcaba el otro con su mano derecha, dándole un sin fin de sensaciones extraordinarias al contrario.
Sentía que en cualquier momento tocaría el cielo. Aunque, sintió mucho pudor cuando el contrario retiró velozmente su ropa interior, abrió sus piernas y comenzó a besar sus muslos. Se sentía demasiado sumiso ante él, debía demostrar que él también podía hacer aquellas cosas tan placenteras.
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El Pianista | Mikayuu
FanficA Yūichirō lo habían invitado sus amigos a una fiesta que se haría en la mansión Tepes. El azabache se negaba a ir, ya que no le interesaban ese tipo de eventos tan formales y elegantes. Pero sus amigos insistieron tanto que, finalmente, el de orbes...