Capítulo 4.

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Emily

Ayer, el rey de Lacrontte iba a besarme.
Y yo se lo iba a permitir.

No sé si agradezco que no haya pasado porque muy en el fondo soy consciente de que este cambio de actitud es bastante sospechoso. En Lacrontte fue amable muchas veces, pero no intentó seducirme jamás. Debo enfocarme en eso. Además, esta mañana tenía una punzada terrible en el pecho y pronto descubrí que se trataba culpa. Me siento culpable por estar aquí, jugando a la conquista con un rey que seguramente no es sincero, cuando lo que debo hacer es pensar en una manera de ayudar a mis padres.

Lo que Liz me contó es preocupante y me he distraído demasiado. Afortunadamente, hoy la burbuja rosa en la que me había sumergido reventó. Tengo siete días junto a Magnus, ¿y luego qué? Volveré a mi realidad, encerrada en el palacio, mientras mi familia sufre las consecuencias de mis malas decisiones.

¿Cómo podría aliviarles la carga? Esa perfumería era su sueño y lo he arruinado por completo. Trato de no darme con el látigo, de verdad lo intento. Incluso quise mejorar mi ánimo con uno de mis vestidos floridos. Suelen darme aliento, pero en esta ocasión no lograron su cometido.

Me miro al espejo una y otra vez, buscando enamorarme del atuendo gris de mangas largas y amplias hechas de tul. Es una obra de arte con escote en uve y apliques florales que bajan por el torso. Una cinta roja se anuda en la cintura y le da pie a una falda llena de flores rojas que me cae hasta los tobillos. Es hermoso. La cuestión es que la culpa no me permite verlo con ojos de amor.

Mandé a llamar a Atelmoff con Christine porque necesito hablar con alguien y sé que él puede entenderme. Stefan nos puso en el mismo carruaje durante el viaje, por lo que se sobreentiende que el castigo en el que nos tenía fue levantado.

—Querida, soy Atelmoff. —Se oye al otro lado de la puerta.

Me apresuro a la entrada y lo dejo pasar. Mi cara de desazón ha debido alertarlo, pues la sonrisa con la que venía desaparece al verme.

—¿Qué sucede, mi niña? Lamento haberme tardado, estaba retenido en un asunto.

Me toma del brazo y me lleva hasta la cama. El escucharlo decir «mi niña» me arruga el corazón, pues es como papá me llama. ¡Vida mía, cuánto lo extraño! Busca una silla y la arrastra hasta donde estoy. Se sienta y se inclina hacia adelante sin dejar de verme a los ojos. Un mar azul contra las algas muertas. No quiero sentirme así.

—Perdí el camino, Atelmoff.

—No, por supuesto que no. —Me toma de la mano con cuidado para acariciarla—. Tus pasos son los que construyen tu camino.

—¿Y si ni siquiera merezco dar esos pasos? Yo arruiné a mi familia. Lo sabes, ¿verdad? Están en la quiebra. Nadie quiere comprarles nada a los padres de la amante del rey, pues es un irrespeto a la reina.

—En ese caso, el culpable es Stefan, no tú.

—Entonces, ¿por qué me siento así?

—Porque ya lo has culpado a él y, al ver que no dan resultado tus reclamos, te señalas a ti misma. Eso no es justo contigo, querida. No has arruinado a tu familia. Has luchado por ellos, por ti, por ser libre.

—¿Y de qué me ha servido?

—Respóndeme algo. ¿La Emily del año uno habría luchado tanto en Lacrontte? Sí, te obligaron a hacerlo, pero ¿esa versión de ti se habría arriesgado tanto? Eres valiente.

En parte tiene razón. Siempre viví protegida entre las alas de mi familia, pintando el mundo con los tonos más vibrantes. No había manchas ni fallos. La vida era perfecta mientras ellos me sostenían. 

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora