2. Dolorosa petición

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Los azules ojos de la chica permanecían fijos en el conejo entre sus manos que, como asustado, le miraba fijamente también; de fondo podía ver las prendas del chico que abrazó regadas a su alrededor.

Sus manos temblaban sin atreverse a soltar a ese conejito que también temblaba. Necesitaba hacer algo, no sabía qué porque tampoco tenía mucha idea de qué iba todo lo ocurrido, ni siquiera sabía si debía decir algo o no, y las mil cosas que atravesaban su cabeza no le ayudaban en nada.

—¡Momiji! —gritó de pronto una chica castaña que apareció de la nada, aparentemente, en la burbuja de tensión en que ellos habían caído.

—¿Momiji? —preguntó Leyna.

A decir verdad lo había imaginado, pero era tan ilógico que descartó de inmediato que el chico que había abrazado se había convertido en un conejo de pronto.

—Lo lamento —dijo de pronto el conejito provocando que a Leyna se le olvidara la manera correcta de respirar—, debe ser asqueroso.

—¿Asque...

Ni siquiera pudo completar la frase. No podía decirlo a ciencia cierta, porque la verdad no sabía nada de conejos, pero una parte de sí decía que la razón de que su madre le abandonara era justo eso que había pasado y, aunque no lo entendía, estaba segura de que "asqueroso" no era la forma en que se definía.

»Yo diría que es sorprendente —dijo Leyna tras aclarar la garganta—, y un poco preocupante. ¿Vas a estar bien?, ¿te duele?, ¿regresarás a la normalidad?, ¿puedo ayudarte?

Sus palabras estaban entrecortadas, no había logrado evitar el llanto al sentirlo débil e indefenso, no había podido evitar ponerse a llorar cuando pensó todo lo que había tenido que pasar ese chico por algo que estaba segura él no había pedido.

—No me duele —respondió Momiji—, pero parece que a ti sí.

—Lo lamento —susurró Leyna apartando las manos del chiquillo que no dejaba sus piernas aun cuando había sido liberado—. Es solo que... no lo entiendo, y ya estaba emocional, ahora que siento que hice algo malo tengo un poco de miedo. Lo lamento en serio.

—No fue tu culpa —aseguró el chiquillo—, yo debí haber sido más cuidadoso.

Leyna sonrió a pesar de que la confusión seguía haciendo estragos en su cabeza.

—Pensaba que eras fuerte —dijo la mujer—, ahora estoy mucho más segura de ello. Momiji, no importa lo que sea, nunca tendrás más culpa que un adulto. Porque, digo, si no es para proteger a los niños, ¿para qué sirve un adulto? Esto no es tu culpa, lo prometo.

Honda Thoru tomó entre sus manos al chico transformado en conejo. Leyna le miró levantar las prendas del chico y la escuchó pedir un favor.

—¿Podría —habló la chica de cabello oscuro—, no comentar esto con nadie?

Leyna asintió. No tenía con quien hablarlo, y no había manera de que nadie le creyera algo que ni siquiera ella terminaba de creer.

—¿Tu padre lo sabe? —cuestionó Leyna de pronto y el conejito asintió—. Bien, entonces.

La chica de uniforme azul hizo una reverencia y se alejó con un conejo y un puño de ropa, la secretaria se quedó sentada en ese lugar en que estaba y, al no ver más a ese conejito mirándole, volvió a llorar ya no tan tranquila.

Ni siquiera supo cuánto tiempo estuvo ahí sentada, pero se sentía como una eternidad de la que no podía escapar.

Sin embargo salió, fue su jefe quien la sacó de la burbuja.

—Lamento que tuvieras que ver eso —dijo el hombre llegando hasta ella.

Leyna negó con la cabeza. Era cierto que había sido complicado y demasiado increíble, pero haber visto semejante escena no era lo que le molestaba, lo que en serio le molestaba era lo difícil que la había tenido Momiji.

»Alguien vendrá pronto —anunció el hombre—, hará que olvides lo que viste.

La secretaria se incorporó alterada, lo que había atravesado sus oídos tenía un eco en la voz de ese que minutos antes habían quitado de su regazo.

«Creo que si los conservo, si soy valiente, llegará el día en que seré más fuerte que ellos, demostrando que nadie puede llegar a perder sus recuerdos; porque creo que no hay ningún recuerdo que simplemente puedas borrar».

—¿Borrarlos? —preguntó en un hilo de voz, un apenas audible hilo que con dificultad había escapado entre el nudo que obstruía su garganta, ese nudo que ni siquiera le permitía respirar con normalidad.

—Será mejor, de esa forma no tendrás que vivir con un secreto tan pesado —dijo el hombre que le había salvado antes y le empleaba justo ahora.

—¿Será también mejor para él? —preguntó Leyna y el señor Sohma le miró con curiosidad—. Antes le he dicho a Momiji que la responsabilidad deben tomarla los adultos, en serio creo que es así. Entonces, ¿está bien que yo salga corriendo mientras él ve como alguien más huye de esa realidad que él no puede dejar?

—Algunos nos quedaremos con él a pesar de esa realidad que él no puede dejar —aseguró el hombre de traje tomando asiento junto a esa chica que le suplicaba algo, que no terminaba de identificar, con la mirada.

—¿No puedo quedarme con él también? —preguntó ella—. Él dijo que quiere probar que no hay ningún recuerdo que se pueda borrar en realidad, creo que no quiere que lo borren de quienes han visto su verdadero ser, creo que él necesita pruebas de que no es asqueroso convertirse en lo que se convirtió, creo que en el fondo se aferra a esa dolorosa idea de que soportar el dolor de la ausencia valdrá la pena porque sigue siendo él en el corazón de todos esos que no lo pudieron aceptar... yo, no quiero ser una más que contradice esa idea, quiero ser una excepción, quiero probar con él que él solo es un niño que será protegido y amado por quienes le conocen y le aceptan tal cual es... Presidente, ¿puedo permanecer con mis recuerdos?... por favor.


Continúa...

UNA MAMÁ PARA MOMIJIDonde viven las historias. Descúbrelo ahora