La brisa del viento calmaba sus pensamientos, el canto de los pájaros y la humedad que antes tanto le fastidiaba ahora le eran placenteros; le hacía olvidar. Pronto sus piernas se volvieron más fuertes y firmes contra el terreno desnivelado, su agilidad aumento considerablemente, que ya no caía contra el suelo cada vez que tropezaba con una piedra. Sus oídos se acostumbraron a los sonidos salvajes, ya ninguno le asustaba. Sus ojos compensaron a distinguir los animales peligrosos de los inofensivos. Empezó a admirar la belleza del bosque. Se sintió valiente por primera vez en su vida, pero al mismo tiempo perdió sensibilidad y compasión.
—¿Cómo te sientes? —preguntó Darius, apenas viéndola por el rabillo del ojo.
Linna tocó su corazón. Latía tan lento.
—¿Sentir? —inquirió —. No siento nada.
Él detuvo su andar y le sujetó el antebrazo con firmeza. Ante la mirada curiosa de Linna, Darius le pellizcó la piel hasta sacarle un gritito de dolor.
—¡¿Por qué rayos hiciste eso?! —gritó luego de deshacerse del agarre. Comenzó por acariciar su piel enrojecida con expresión de reprimenda.
—Sigues viva gracias a lo que hiciste. Era él o eras tú —dijo Darius —. Recuerda ese dolor cada vez que te sientas así —dejó de tener ese semblante serio e imperturbable cuando le pellizcó la mejilla con mucha mayor suavidad.
Linna se sonrojó notablemente.
—Aun así, odio esto —resopló retirando delicadamente esa mano de su rostro.
Sentía que estaban prohibidos esos contactos, por más simples que fueran. Su sistema no era inmune a Darius, toda su protección, cuidado o caricias que recibía de su parte, podrían volverse en su contra, bloqueado esa capacidad de mantener su mente lúcida.
—Deja de quejarte. No eres la única que está aquí, perdida en el bosque.
Continuó avanzando a su propio y habilidoso paso. Aunque Linna se había acostumbrado en esos pocos días al entorno en el que ahora vivía, jamás podría seguir su ritmo.
Después de poco más de dos horas de adentrarse todavía más a la entrañas del inmenso bosque, una corriente de viento trajo consigo una ansiada frescura que elevó la felicidad de ambos viajeros al instante.
—Eso suena a… —Estuvo a punto de exclamar Linna, pero fue callada inmediatamente por su compañero.
Darius agudizó el oído para saber de dónde provenía aquel sonido, el agua golpear contra las rocas, ese fluido turbulento tan característico de una cascada.
—Por allá —emitió una vez que estuvo completamente seguro.
Ambos corrieron anhelantes hasta llegar a un rincón escondido entre las ramas de los árboles. Formaban una especie de cueva las irregulares piedras de una columna empinada, esas misma que estaban cubiertas de musgo. El agua caía desde aproximadamente diez metros, de forma torrencial e imponente. Un brillo descomunalmente blanco expedía de ella al chocar contra las rocas, llamándolos sin palabras a que fueran a tocarla. La naturaleza había creado una especie de piscina de unos cinco metros de ancho, como si hubiese esperado que algún día fueran personas a querer bañarse en ella.
—¡Es maravillosa! —profirió Linna tocando la cristalina agua de la piscina.
La piel de su palma, caliente y adolorida de ser el sostén de cada caída gritó de alegría una vez que la sumergió. Siguió así, lavándose las manos y enjugándose la cara, sintiendo como se escurría todo ese sudor y tierra acumulada.
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La nueva caja de Pandora
Fantasy"Cazar demonios y convencer a tu corazón de que todavía amas a tu novio y no a tu compañero de aventuras, nunca fue tan difícil." Linna Peimbert tras abrir un misterioso baúl, libera accidentalmente a decenas de nuevos peligros; seres mitológicos y...