La nueva caja de Pandora

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Un extraño baúl

El sol se ocultaba lentamente detrás de aquellas montañas tupidas de bosque, esas manchas color verde musgo lucían como criaturas extrañas una vez que se les mirase detenidamente. Lucían imponentes, tenebrosas y demasiado misteriosas para ser ignoradas.

Debía de ir hacia ellas. Debía ir escapar de esas ideas locas que le cruzaban por la cabeza.  

—¿Qué es lo que piensas? —Le preguntó una voz grave, despertándola de su ensoñación.  

Su barbilla se giró a otro lado, desviando los ojos antes de que derramaran ese odiado líquido salado. Aclaró la garganta y su vista se fijó en la corteza desgarrada de un árbol.

—Pienso muchas cosas, pero aunque te las diga no cambiaré el hecho de que te irás —dijo seriamente, tratando con dificultad mantenerse fuerte.

El joven hombre soltó un suspiro al mismo tiempo que lanzaba una piedra al lago frente a ellos, la hizo saltar tres veces por encima del agua antes de que se hundiera. Así como ahora mismo le ocurría, y éste era su momento después de tres largas horas, para desmoronarse.   

—Perdóname Linna, no puedo rechazar ésta oportunidad. Mis padres se han esforzado tanto para que pueda ir a estudiar a la ciudad…

—Entiendo. —Lo interrumpió levantándose del tronco derribado de un árbol, dando la charla por terminada.

—En serio no puedo despreciar… —trató él de continuar pero de nuevo fue abruptamente cortado.

—Entiendo Johan, entiendo.

Linna asintió lentamente, tratando de calmar sus náuseas. Las piernas se le movieron por sí solas pero se detuvieron a medio camino. Sus pensamientos ésta vez no la engañaban, si se iba ahora ya no lo vería más. Él se iría por unos cuantos años; ella se quedaría en ese pequeño pueblo solitario y todo habría acabado. Después de más de dos años juntos, ahora todo se derrumbaba.

—¿Cuánto tiempo? —preguntó titubeante.

—Cuatro años… o un poco menos —respondió suavemente.

Sabía cómo se sentía, ya que él se sentía exactamente igual. No quería dejarla, no quería, pero tenía que hacerlo si deseaba superarse y no lo conseguiría si se quedaba en ese lugar tan lejano a todo.

—Cuatro años —repitió ella con agonía.

Negó rápidamente cuando las ideas de conservar una relación a larga distancia se desmoralizaron como un cristal roto. No podría soportarlo, era mucho tiempo y su pesimismo era demasiado para no poder vivir tranquila; aceptando y abatiendo una y otra vez cada una de sus suposiciones.

—Vendré a visitarte siempre que pueda, tal vez pueda funcionar —agregó Johan sujetándola de los hombros.

—¿Funcionar? —inquirió Linna incrédula —. No, Johan. No podemos engañarnos de una manera tan absurda, sabemos que ambos haremos una nueva vida, en lugares diferentes, con personas diferentes…

Un nudo en la garganta le impidió continuar. Miró las estrellas en el cielo, en ese sitio todo era tan oscuro que cualquier cosa parecía brillar intensamente. Cerró los ojos por unos segundos y al abrirlos, la nariz de Johan casi tocaba la suya, sentía los lacios cabellos de su frente tocar la suya.

—Te puedo... ¿Te puedo dar un beso? —inquirió casi con timidez.

Aunque la sorpresa le consumió la cordura, los labios de Linna se entreabrieron al instante. Sabía lo que ocurriría después: se besarían, se abrazarían, se dirían que se amaban y luego lloraría en sus abrazos con un dolor más profundo que el de antes.

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