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Habitualmente, cuando Aziraphale o Crowley tenían un problema, buscaban el modo de hablarlo y eventualmente conseguirle una solución. Pero eran situaciones que podían tomarles muchas discusiones, años sin querer hablarlo y algo de orgullo por parte de cierto demonio. Actitudes qué, si en realidad querían hacer algo bien, debían empezar a cambiarse. Precisamente esa había sido una de las condiciones del ángel ni bien tomaron la iniciativa de vivir juntos.

Aziraphale había sido muy claro. Consciente de que su fiel compañero poseía costumbres y modos de expresar su gusto y disgusto de un modo que él, muy a pesar de los años que tenía a su lado, no podría decifrar. Requería desesperadamente una actualización.

Podré ser un angel, querido, mas no soy adivino. Dime las cosas tal cual, y yo lo haré también. Esas habían sido las palabras del de rizos blancos. Crowley asentía, negaba cundo se le pedía, todo hasta ser capaz de poder poner sus propias reglas. Condiciones mas que reglas.

Y una de esas era, por sobre todas las cosas, confiar en su persona. Sencillo.

Más de una vez, sino es que cientos de veces, el ángel le había hecho menos ante su puesto como demonio, y su capacidad de ser de fiar. Muy a pesar de qué, de ambos, el que más le mentía al otro era el propio Aziraphale.
No pedía exclusividad, sino más bien la confianza de poder acercarse y pedirle algo si así lo quería, o requería; preguntar algo e inclusive contarle. Porqué él, como su amigo, jamás haría algo para juzgarle o herirle. Y después de hablarlo, rogarle, Aziraphale aceptó.

Ambos se esforzaban en trabajar con aquellas condiciones, experimentado lo que ellos creían sería imposible después de seis mil años juntos. Al parecer, y para su sorpresa, aún tenían mucho que aprender del otro; en cuanto gustos y disgustos, mañas y manías, formas de hacer las cosas. Crowley era muy quisquilloso a la hora de arreglar su ropa en el armario, cuidando de separar la mezclilla del cuero, detalle que Aziraphale no había visto venir en lo absoluto.
En conclusión a eso: el ángel era un tanto desordenado, el demonio no. Crowley odiaba el café descafeinado, pero Aziraphale podía vivir con ello. El pelirrojo solía comer demasiados vegetales, al contrario de lo que el ángel creería, ya que bien este podría omitir los vegetales y no existiría diferencia. En cambio, el ser de luz tenía una peculiar preferencia por las frutas, debido a la alta cantidad de azúcar que algunas contenían. Decidiendo que ambos tenían que comer de todo, aunque en realidad no lo necesitasen o no fuese de su agrado.
Aziraphale dormía con pijama, sólo seis horas. Crowley dormía en ropa interior, diez horas sin excepciones. A parte de las pequeñas siestas que a veces, muy a veces, solía tomar en su ausencia.

Detalles que conforme avanzaba el tiempo lograron domar por completo. Manías a las cuales pudieron adaptarse, hasta que supieron vivir armoniosamente sin problema.

Claro, las cosas mejoraron una vez hicieron el intento de formalizar su amistad beneficiosa. Ya que los besos fugaces y las miradas de afecto los hacían sentir incómodos cuando se sentaban a repasar el hecho de que, no, aún no lo hablaban como era debido. No significaba un gran cambio, sino más bien la satisfacción de ponerle un título a lo que ambos ya compartían. Empezó con los apodos, terminó con ambos compartiendo habitación. Y todo iba bien, mejor que bien.

Aunque, aquél día después de muchos, había tomado la extraña decisión de estudiar con detenimiento los movimientos de su ángel. Quién determinados días de la semana cerraba temprano la librería y salía a solo Dios sabrá dónde. Sin decirle nunca a dónde se dirigía por supuesto. Detalle qué, a la larga, despertó su curiosidad.

-Vuelvo en unas horas, querido- murmuró el ángel acercándose a donde Crowley. Inclinándose ligeramente para poder besar su mejilla a modo de despedida seguido de su cabeza.

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⏰ Última actualización: Sep 05, 2022 ⏰

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