Mis Putas y Yo (Memorias Tristes). 5.

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...El martes día 19 de diciembre, vigésimo segundo cumpleaños de mi amigo Peter, lo pasé en el Hospital Anatómico-forense y después en el tanatorio Román Alegre, aguardando desde las veintidós cero-cero horas aproximadamente hasta las veintitrés treinta más o menos en que empezó la fiesta.

Comenzó cuando nos corrieron las cortinas que impedían ver el fiambre afeitadito y maqueado de mi colega, que yacía inmóvil cuan largo era en una salita que con un camastro nido de chinches, una mesilla, un lavabo clavado en la pared y paredes negras de humo y repletas de secretos hubiese pasado por la habitación de un motelucho de cuarta categoría.

Empezó, digo, aproximadamente a las veintitrés treinta del día 19 de diciembre, y acabó a las quince quince del 20, cuando todos teníamos el convencimiento de que las malvas ya habían nacido.

Tuve ganas de cantarle el cumpleaños feliz al muy hijo de puta, sin embargo no lo hice y sí me fui al bar. La noche anterior no había sido muy buena que digamos y estaba hecho una mierda. Y ver tanta gente hecha una mierda estando hecho una mierda me sentó fatal.

Me eché al coleto dos whiskies-7up, tan poco acostumbrado a beber como estaba e invité a un tal Pope a un par con Coca-cola. Se encontraba en el bar tan apalancado como yo. Y tan dolorido. El whisky me hizo comenzar a intimar con él. Y el dolor.

Le pregunté si Pope era el diminutivo de Popeye o algo así.

Me dijo que no, que en una vida anterior había sido sacerdote de la iglesia cismática griega.

Me quedé mirándole, ignorante de que en pocos meses estaría más como una puta cabra que él.

Me dijo que si pensaba que estaba como una puta cabra estaba equivocado.

Le dije que efectivamente lo había pensado.

A lo que me contestó que insistía en que estaba equivocado, que no estaba como una puta cabra, sino ‘afortunadamente’ como una puta cabra, felizmente loco.

Luego me largó un rollo acerca de la divina locura y la terrenal cordura, compendio de virtudes sociales que alejan de la esencia y sumergen en el automatismo propio del individuo social establecido, que si la abuela fuma y se le apaga la pipa, y bla, bla, bla. Le habría prestado más atención ahora, pues en aquel momento aún era uno de ellos, de la masa, una pieza insignificante y prescindible del engranaje mundial establecido, y tenía siete velos traslúcidos sobre mis ojos que me impedían ver la realidad, así que la atención regresó a mí con la sorpresa cuando, dando un respingo, escuché de su puño y letra, con su típica voz nasal:

-Vente al tigre conmigo -dijo.

Y ante mi cara de asombro y mi respingo dijo:

-Al retrete. No voy a apestarte cagando ni voy a proponerte una enculaíta rápida. Vamos, follow me.

Por supuesto que le seguí. No sé por qué ni me importa, pero lo hice.

Y allí me puso un buen rayajo de coca. Fue mi primera vez.

-Toma, métete esto por la tocha -me dijo el cabronazo-. Así, haz lo mismo que yo.

La noche transcurrió entre pelotazos, visitas al tigre, como lo llamaba mi nuevo amigo, y arrumacos ora plañideros ora eufóricos a mi querida novia Verónica, que acompañaba a los familiares cotorreando con las muchachitas que fueron allí a cumplir, y se divertían mucho con mis gracietas y mis lloros.

Sólo fui en una ocasión a ver a mi querido amigo muerto; fue tras la cuarta raya y el enésimo pelotazo, cuando tenía tal nudo en la garganta que no podía ni tragar, y si lo hacía, porque evidentemente lo hacía ya que los vasos de tubo del bar no tenían ningún agujero en el culo y los vaciaba que era una alegría, no experimentaba ninguna sensación.

Pope me dijo que eso era porque la coca era cojonuda y que me recrease con el goteo que producía.

Ajeno yo a todas sus explicaciones me armé de valor para asistir a la contemplación del rostro de Peter, pues era lo único que le habían dejado al descubierto. Así que envalentonado me iba arrimando, convencido, pues quería también decirle algunas cosas a su jodido oído inerte.

Según me acercaba tenía que contener las arcadas. Arcadas que, siempre según el excelso criterio del doctor en drogas por la Universidad de la Vida, el señor sacerdote de la iglesia cismática griega, que era el que me había invitado, querían decir que la coca era cojonuda.

Cuando llegué a su vera, la madre me miró y sonrió como nunca he visto sonreír a nadie, seca de llorar. Se apartó del lado del cadáver de su hijo para cedernos a él y a mí unos instantes de intimidad. Yo también sonreí como pude, mas más pareció un mohín.

Al agacharme para llegar bien a su oreja y que nadie nos escuchase hablar contraje el abdomen, presionando éste levemente el estómago. Entonces la arcada me sobrevino acompañada de whisky, bilis, algo espumoso y las judías pintas con chorizo que mi madre me había dado para comer el mediodía anterior, fecha que se me antojaba remota, lejana.

El desahogo lo escondí detrás de la oreja de mi amigo muerto, entre las sábanas mortuorias. Afortunadamente nadie me vio. Y salí corriendo de allí como alma que persigue el diablo, lamentando haberle dicho únicamente que sentía haberle echado la pota encima.

Los que me vieron salir de la sala camino del bar achacaron mis prisas y mi rostro corrido y desencajado a la gran pesadumbre que sentía por la pérdida de una grande amistad que era la que nos había unido.

Cuando el fuerte pestazo se apoderó del lugar, todos pensaron que mi amigo ya había reventado y que comenzaba a pudrirse, pero no dijeron nada.

Los siempre discretos y serviciales operarios funerarios tuvieron que enchufar el extractor de malos olores al máximo.

¿Han olido alguna vez una vomitona como la que yo eché, tan diversa y heterogénea?

La siguiente raya me despejó un poco.

El café y los churros me dejaron de puta madre.

Lo que me jodió realmente, es que nadie hizo ni puto caso a su última voluntad en lo que respecta al tratamiento de su cadáver.

A pesar de haber estado en el Anatómico, finalmente y como él quería, no le hicieron autopsia. Sólo le lavaron, afeitaron, peinaron y expusieron.

Un nuevo día saludaba a los que todavía seguíamos vivos...

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⏰ Última actualización: Sep 28, 2012 ⏰

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