Prólogo

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La lluvia no habia cesado desde hacía una hora, era una tormenta al pie de la letra, cada cuanto un trueno o rayo se asomaba entre las nubes negras, el ambiente era exelente para Levi, tomando en cuenta todo el trabajo que le restaba,  le pareció tranquilizante la lluvia.

"Estará molesta", pensó con culpabilidad, no le había ido bien en el trabajo, y su mal humor lo había empujado a no avisar su llegada. Se había limitado en encerrarse en su estudio."Le pediré disculpas, no quiero a Petra molesta...", una sonrisa se asomo de sus labios, había recordado la última vez que Petra se molestó; lo había hechado de casa, aunque, apenas cerro la puerta en sus narices la volvió a abrir y se disculpó. En definitiva, la pequeña mujer no sabía molestarse.

Un sonido hueco lo distrajo.

—¿Petra? —cuestionó el azabache, alzando la mirada luego de hora y media sumido en papeleo.
Frunció el ceño, estaba seguro de haber escuchado algo."¿Qué demonios fue ese sonido?¿Donde te metiste, cariño?", pensó.

Luego de unos minutos se resignó a creer que lo había imaginado, pero un nuevo sonido lo hizo confirmar que no imaginaba. Un gemido proveniente de la segunda la planta lo había puesto en alerta, temiendo lo peor.

"No...Ella no podría hacerme esto...nos amamos", se dijo a si mismo."debe de estar tocandose, pensando en mi..."

Y entonces el sonido se repitió, y de nuevo, y otro tras de ese. Se puso de pie, y a paso veloz y silencioso salió. Los gemidos crecian a segundos, cuando llegó al filo de las escaleras uno ajeno a su mujer se unió, quedó paralizado, sosteniendose a la barandilla con fuerzas. Incrédulo miró hacía arriba, rogaba por que solo fuera una mala pasada, pero los gemidos seguían. Hecho una fiera comenzó a acender, estaba dispuesto a encarar a su mujer, pero apenas al llegar al último escalon quedo, de nueva cuenta, incapaz de moverse.

—¿Estas segura que tu maridito no llegará pronto? —cuestionó el amante, para luego soltar un gemido, Levi enmudeció, creyó reconocer la voz, pero se nego a creerlo. Un nudo se anclo en su garganta, y el sabor de la traición se alojó en su boca. ¿Eso había sentido su madre?

—Segurísima, llegará dentro de una ho...—gimió alto, el choque de piel con piel hacía eco en los fríos pasillos, llegando a los oidos del azabache, a quien los ojos se le había cristalizado. —...ra, ahhhh...Erwin... —el colera trepó desde lo profundo de su ser, estaba herido, lo habían lastimado donde más le dolía, su orgullo.

Se dio media vuelta, incapaz de seguir ahí bajo, ansioso de laegarse de una buena vez. Emprendió de nuevo el camino hasta su estudio, tomo su saco, las llaves de su auto, su celular y su cartera.

Salió en silencio, con las lágrimas amontonadas, pero sentenciadas a permanecer cautivas, jamás lloraría, mucho menos por algo que valía tan poco. Salió, sin darle importancia a la lluvia y se montó en su auto.

Se marchó sin mirar hacía atras.



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