El instante en que mis ojos se cierran comprendo la soledad en la que me sumo. Entonces, en mi solitario cuarto, en un sofá gastado por los años, me percato de que estoy en un sueño, pero es un sueño de algo que ya viví. Los murmullos, las voces alzadas, el crujir de la madera. De alguna forma que no deseo, cuando voy adormeciéndome en el mundo de los sueños, siempre revivo el día en que me perdí.
El día en que dejé de ser Thomas Morgan.
Mi consciencia me pide a gritos despertar. Lo hago agitado, asustado, solo.
Mi respiración no se controla, mis ansias de volver arriba y ceder a mis pesimistas pensamientos me tormenta.
Tembloroso, me coloco de pie y busco la puerta, pero una llamada entrante me detiene.
Es el número de mi compañía telefónico. Yo espero sea de Ross Alexander.
Sin detener el jadeo, contesto.
—¿Está bien, Morgan? Si lo estoy llamando en un momento inapropiado...
—No piense mal de mí. Acabo de tener otra pesadilla.
—Eso es bueno, si escucho a otra persona jadear de manera libidinosa me traumaré de por vida. Las cosas se ponen turbias a estas horas.
—Entonces me reservaré la propuesta de pasar charlando durante más tiempo.
Silencio.
Trago saliva para no morderme la lengua y llamarme idiota a voz alzada.
Soy un idiota.
—Oiga, no se propase.
—Perdóneme.
—Solo bromeo, Morgan. ¿Cómo está?
—Vivo.
—¿Una respuesta más positiva?
—Vivo y sobreviviendo. —La oigo suprimir una risilla—. ¿Y usted?
—Bien, acompañada de un café y mi almohadilla. No crea que dormiré en el trabajo, la almohadilla va para... usted sabe, la comodidad de mi retaguardia.
—Gracias por la información adicional.
Un sonido extraño se escucha, luego la saturación de su micrófono. Está suspirando con fuerza.
—Dios, qué vergüenza. Olvide lo que dije.
—No se avergüence, sé perfectamente por qué lo hace.
—Aguarde un momento, Morgan.
Mientras espero que vuelva camino hacia la ventana y contemplo en cielo nocturno a través de mi empolvada ventana. Parece que veo una pintura o una imagen perfecta, porque el cielo está mucho más azul y estrellado que de costumbre. En la cumbre, la Luna se luce.
—He vuelto.
—¿Ha visto la Luna hoy? Está grande y hermosa.
—Me gustaría hacerlo, pero no estoy cerca de la ventana. Me hace falta una.
Suspira con desánimo.
—De niño mi habitación era cerrada, no tenía ventanas, ¿sabe lo que hice?
—¿Les pidió a sus padres que hicieran una?
—Lamentablemente no, la situación económica familiar no lo permitía. Lo que hice fue dibujar una ventana en la pared. Suena deprimente, sin embargo...
—Es buena idea —interrumpe con su tono colmado de calidez—. Una pesa que soy pésima dibujante, imprimiré una que dé hacia un cielo nocturno muy estrellado.
—Mucho más conveniente, una solución secundaria.
—Es curioso que lo diga. Mi padre decía qu a veces buscamos una puerta cuando tenemos una ventana. O sea, nos ensimismamos en buscar un solo camino a la solución de nuestros problemas cuando siempre hay otra.
—¿La muerte no es mi única solución? —suelto en un paupérrimo tono lastimero. Me siento patético otra vez, lleno de oscuridad.
—¿Sigue teniendo pensamientos así? Morgan...
Su Morgan es como el de mi madre cada vez que me reprendía por algo malo.
—Me es inevitable —le confieso, bajando la voz—. Usted ha cerrado esa puerta.
—Es bueno saberlo. Ahora, busque una ventana.
—Quizás ya la encontré.
—Espero que lo diga de forma metafórica y no literal.
Capto su indirecta y sonrío.
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Mi última señal ✔️
Short Story🏆 Ganadora de The Wattys 2017 en "Lecturas Fascinantes" Te daré un ejemplo de lo extraña que es mi vida. O mejor, me limitaré a preguntarte qué harías tú en mi lugar. Cierra tus ojos y amplía tu mente... Espera, no cierres los ojos o no podrás lee...