Metamorfosis

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En algún lugar de la histórica y hermosa Inglaterra, yacía sobre una de sus oscuras calles una pequeña cabaña, con puertas anchas, ventanas sucias, un patio amplio y pastoso, unas cercas de madera y un techo algo viejo. Dentro se encontraba una humilde, pero orgullosa familia, la cual se disponía a tomar la siesta. La misma estaba conformada por un padre, una madre, dos hijos y la abuela.

Muy entrada la noche, en uno de los cuartos, bastante amueblados, por cierto, estaba un pequeño niño, ligeramente robusto, oji-azulado, con cabello castaño, de apenas unos 9 años. Dormía plácidamente, o eso parecía. Aquel infante conocido como Wade estaba a punto de recibir un gran cambio en su vida, que ni siquiera el mismo pensaría.

En medio de su descanso, percibió que una luz aparecía frente a él, una luz tenue y acogedora que apenas cegaba a quien la mirara. Se encontraba sumido en su profundo sueño que en realidad debería llamarse pesadilla, mientras que aquella luz hacia aparecer imágenes frente a sus ojos. Le mostró la situación en decadencia del mundo, las guerras, la pobreza extrema, las desmovilizaciones, la esclavitud, la contaminación, la delincuencia, la corrupción, las violaciones, las muertes y todos los pecados que nos acechan día a día sin descanso. Esto retumbó una y otra vez en su cabeza, haciendo que se quebrara por dentro. Aunque realmente solo él sabe que fue lo que cambió dentro de sí.

Fue demasiado. Su mente no pudo soportarlo. Tenía muy poca edad para comprenderlo. Lo único que pasaba por su cabeza era aquella imagen de una película que vio esa misma noche; en donde el sacerdote con la cruz en una mano y la biblia en la otra, le practicó un exorcismo a un alma pagana. Wade despertó con una oscura determinación en sus ojos, las manos empuñadas y una extraña risa nerviosa. Se levantó sobre sus pies, miró al espejo y dijo: -Lo necesitan... necesitan de dios... necesitan ser exorcizados... debo sacar sus demonios...deben desaparecer... El mundo debe ser limpiado.- Fue algo tan extraño que no se sabría con certeza si lo había dicho él, o algo dentro de él.

Caminó lentamente hacia el cuarto de su abuela, -una habitación oscura y llena de cortinas cocidas a mano-; al tiempo recordaba las veces que su amada abuelita insultaba y echaba de su casa a aquellos mendigos que solo querían un poco de agua. Abrió un cajón del escaparate, que estaba tan viejo que se escuchó el crujir de la madera podrida. Sacó un libro viejo y harapiento, le dio la vuelta y en el reverso estaban escritas estas 2 palabras: "Holy Bible". Abrió el texto, buscó el capítulo 27 de Isaías, casi como conociera el manuscrito de pies a cabeza; y empezó a leer lentamente su primer versículo. Mientras se acercó a la mesa de noche, sacó de su estuche una caja de dientes, y miró con atención a aquella arrugada anciana.

Con una sonrisa en su rostro, empujó con fuerza la caja de dientes hacia la boca de la mujer. Siguió empujando hasta que la prótesis llegó a la garganta. La habitación se tornó más oscura, mientras, la anciana hacia un esfuerzo por respirar, pero Wade no paraba de empujar. En su inútil lucha, la mujer perdió su último aliento, en cambio el niño, lleno de vida, colocó la palma de su mano sobre la frente, luego el vientre, seguido del hombro izquierdo y por último en el derecho, terminando aquel acto con una simple pero significativa palabra. -Amen-.

Luego de un acto tan atroz como ese, su mente se terminó de quebrar. Se había convertido en otra persona, o peor aún, ya no era un niño. Su misión no acababa, es más, apenas iniciaba. Wade, aun con la Biblia en su mano, se dirigió hacia la parte trasera de la casa, levantó unas cajas de madera y recogió un frasco de gasolina. Entró en el cuarto de su hermano, lo sujetó con fuerza y lo amarró de forma que no se soltara. Seguidamente lo desnudó, y lo puso en posición fetal. Arrancó un cuarto de hoja del libro, lo lubricó con gasolina y lo introdujo lentamente en el recto de aquel joven adormilado. Siguiente a esto sacó un encendedor de su bolsillo, activo el mecanismo y se encendió la llama. Hizo el mismo procedimiento que con la hoja, pero esta vez lo hizo con fuerza, haciendo así, que su hermano se retorciera. El joven sentía como su interior empezaba a arder, al mismo tiempo se quedaba sin aire, su cuerpo se tornaba negro, moría lentamente y soltaba incontables gritos de agonía.

El MesíasDonde viven las historias. Descúbrelo ahora