Capítulo único

6 0 0
                                    

Punzada

Se siente como una punzada en pecho que desciende por los hombros, provoca una corriente eléctrica dolorosa en los brazos y se desvive en las yemas de tus dedos. Te deja inmóvil, con un poco de intriga e incertidumbre. Sigues sin comprender el origen de dicho sentimiento, ni siquiera sabes si le pertenece ese nombre.

Por un momento desconoces esa sensación, la percibes ajena a todo lo que representas. Buscas desesperante e insaciable la naturaleza que le ha provocado. Un mal momento, uno bueno. Aunque estas características no llegan a cumplir una satisfecha definición.

Nuevamente miras tus manos, quizás el lugar donde ha muerto el dolor contenga las respuestas.

¿Por qué no preguntas por el inicio? Aquello te resulta complicado y te dedicas a fruncir el ceño.

Otra punzada.

Tus ojos caen y los párpados se rinden, gotas saladas y cálidas salen de estos indicando que ha sido un mal momento al final de todo.

¿Porqué?

Se va.

Una pequeña frase surge en tu mente, ¿quién dice aquello?, ¿quién se va?, ¿es importante?, ¿debes recordarlo?; más aún, ¿debes detenerlo?

Miras adelante con el rostro deformado, tus músculos fallan y a pesar del intento en reprimir una nueva punzada que esta vez se propaga por todo tu sistema nervioso, sabes que es absurdo intentar.

"No puedo hacerlo", te dices.

¿No puedes? o más bien, no quieres.

Ahora sientes frío, uno que calcina tus mejillas por donde han desaparecido las lágrimas.

Llega un sentimiento que conoces a la perfección, soledad.

Dura, intrépida, persistente y tenaz, aquella que te recuerda lo que eres para quien te ve del otro lado, sólo un estorbo, pasajera y una pérdida de sus mejores momentos.

Deseas aferrarte en súplicas, arrastrarte por un perdón, por cosas innecesarias. Pero algo llamado orgullo y amor por ti misma evita con triunfo que te destroces frete a sus ojos. No caerás por otro abandono.

Otro.

Y otro.

Y no el último.

La costumbre te ha hecho así, sólo sentir punzadas y jamás estirar los dedos para que el dolor termine intentando alcanzar la mano ajena.

Después, llega el auto consuelo. Aquella sensación incómoda y repugnante que nace de una nueva punzada.

Todo es nuevo, menos las sensaciones.

Costumbre, sólo así le puedes llamar.

Costumbre por amar, darlo todo, ser dejada, sentir la punzada, destrozarte un poco cada día, compadecerte, volverlo a intentar y caer en este ridículo círculo de incertidumbre.

Te acompañas de un pensamiento positivo y masoquista que dice: "¡No será igual!"

Dolor.

Felicidad.

Dolor.

Volverlo a intentar.

No rendirse, y volver a caer.

Nueva persona, nueva punzada.

Pero esto no tienen consecuencias, ¿o sí?

La punzada se desvive en las yemas de tus dedos, los ojos te pesan y cada día se mira más rota la imagen que das.

No habrá más personas a las que te atrevas a mirar, a las que les dediques punzadas y te dejen más destrozada después de verte.

Ya te imaginas el porqué. No lo vales, aunque intentes.

Se irá y se irán.

Sobrevivirás, lo sabes a la perfección.

Destruida y rota, pero no será su culpa, esta es toda tuya.

Porque las punzadas son tuyas y de nadie más.

PunzadaWhere stories live. Discover now