El interior del anfiteatro era frío a pensar de tanta gente que caminaba dentro de él. Contemplé a muchos hombres corpulentos armados hasta los dientes, pero en algunos de ellos llegué a percibir temor reflejase en su mirada. Estos eran delgados y parecían tener menos experiencia en el arte del combate.
- Es la hora. - anunció Zeneth a los luchadores. - Ya sabéis lo que tenéis que hacer. Para los nuevos; el público quiere ver un espectáculo sangriento. Así que, matad a vuestros adversarios y procurad entretener a la gente.
Y para cuando las rejas metálicas dejaron el paso libre a los gladiadores, estos marcharon sin ánimo alguno, directos a su posible expiración. Yo me acerqué a ver detrás de las rejas, contemplé curioso el lugar; estaba abarrotado, y el gentío gritó emocionado al ver a los luchadores.
— ¿Es la primera vez que ves esto? — una voz resonó muy cerca de mí.
Me giré sorprendido, y diría que un pequeño susto me proporcionó. Era más pequeño de estatura, pero daba a entender que compartamos misma edad. Sus ojos oscuros se camuflaban con su piel trigueña y el revuelto cabello castaño.
Asentí.
— Yo sueño que algún día seré un gladiador. Pero Zeneth me lo niega, diciéndome que soy demasiado pequeño y delgado.
Lo era. Tan escuálido como un abedul, pensé.
Yo en cambio, tras ver el espectáculo, decidí que jamás sería un gladiador. Algunos de ellos volvían heridos o no... En todo caso, me repugnaba el olor a sangre; su olor tan fuerte me desagrada. Es sólo acostumbrarse, me animó Yogk, que así se llamaba, mientras limpiábamos las armas y armaduras hasta vernos reflejados en ellas.
Yogk y yo, más el resto de sirvientes y esclavos, dormíamos en literas en una habitación no muy grande en la casa de Zeneth. Evidentemente, yo estaba acostumbrado a dormir en una lujosa alcoba con una considerable cama mullida. Mientras que allí, no dormí durante días por la invasión de privacidad; los ronquidos y los movimientos me perturbaban.
Añoraba mi hogar, y a la vez no. Era como un sentimiento extraño que me recomía la cabeza. Creía odiar volver, pensaba que mi familia no me quería de vuelta; sin embargo recordé lo afligida que mi madre estaba por verme ir, no podría abrazar más a su tercer hijo.
•~•~•~•
— Tienes el acento del este. — me habló Yogk. — ¿Eres del Reino de Renja?
Nos encontrábamos almorzando en el amplio comedor. Los esclavos no estaban permitidos comer junto a los gladiadores, pero Zeneth nos autorizó por "buen comportamiento". Comíamos aislados en una pequeña mesa al final del comedor, pese a que algún que otro hombre me miraba demasiado con detenimiento, y mala vibración me causaba.
Le di un morisco a la manzana y asentí.
— Y tú, ¿de dónde eres? Porque tu acento me resulta muy peculiar.
Permaneció unos segundos en silencio y con la mirada fija puesta en mí.
— Vengo de una tribu muy al sur de estas tierras... Unos hombres me secuestraron mientas pastoreaba las ovejas.
Por supuesto yo me mentí sobre mi pasado cuando me preguntó. Le conté que vivía en una familia pobre y me vendieron para sacar dinero y comer, ya que éramos muchos hijos.
— Los primeros días se pasa muy mal, pero a medida que pasa el tiempo te acostumbras.
No obstante ya habían transcurrieron dos años, y seguía sin acostumbrarme a la muerte como tan normalizado lo tenía Yogk, no lo comprendía. La primera vez que vi un cadáver abierto en canal vomité al instante, y algún que otro hombre desmembrado había.
No obstante, eso no fue lo que me dejó el verdadero trauma.
Caían las hojas en otoño, y la ciudad celebraba jovial el cumpleaños del príncipe heredero, Ethel. Su encanto cautivó a todo aquel que osara mirarle, montado en su corcel blanco con toda la elegancia que los dioses le brindaron. Recién cumplidos los once años, confirmé que la perfección sobraba en él. El cabello ondulante al viento como las propias hojas secas de los árboles, los ojos al igual del color de las uvas, y esa afable sonrisa en su rostro admirable, reconocí un sentimiento intruso infiltrarse al instante en mí.
Más tarde, un gran banquete se celebró en el hogar de Zeneth. Entre los músicos, se encontraba Yogk tocando una lira de madera, yo en cambio serví bandejas a los luchadores; venían famélicos tras combatir en la arena. Entre tanto realizaba mi trabajo, un hombre de estatura superior y de hombros anchos, me agarró por la muñeca con resistencia y sin darme tiempo a reaccionar, me empujó dentro de una habitación iluminado sólo por una vela en la mesita.
Ojalá pudiera borrar ese recuerdo de mi memoria, simplemente me trae angustia y sufrimiento.
Aquel hombre aprovechó mi desconcierto para manosearme. Intenté gritar, pero me tapó la boca; intenté zafarme, pero ató mis manos. Con el corazón latiendo a mil por hora, y lágrimas en los ojos, tenía la mente en blanco por culpa del shock. Su maldita sonrisa sobre mí me aterrorizaba, y su mano vagando en mi delicada piel me retorcía ente llantos.
La celebración finalizó cuando la luz del alba se abría paso entre las montañas nevadas. Yogk, quién me estuvo buscando durante horas, halló conmigo escondido detrás de unos matorrales del jardín. Sollozaba de cuclillas y abrázandome con la tela de mi ropa desgarrada.
El moreno sostuvo mi barbilla con sus dedos finos.
— ¿Por qué estás aquí? ¿Qué te ha pasado?
Un niño de siete años no podría responder tras lo que ha sufrido, por lo que intenté explicárselo sin entender la acción.
Él solamente enjuagó mis lágrimas para después abrazarme con ternura.
ESTÁS LEYENDO
El Príncipe Olvidado
Fantasia⚠ADVERTENCIA⚠: contenido sexual/yaoi/smut. Si no te gusta, ¿qué haces aquí >:v? Los dioses juzgan a los mortales, algunos los bendicen y a otros los maldicen. Y por desgracia, al Príncipe Hetrimos le tocó sufrir la ira de los dioses. Desterrado a lo...