Parte I

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2008

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2008

San Diego, CA.

A veces solemos ignorar a las personas que están a nuestro alrededor porque no estamos lo suficientemente familiarizados con nuestro entorno o nos cuesta comenzar de nuevo.

Y cuando es lo segundo, es difícil levantarte solo, sin alguien que te tome la mano y te respalde.

No obstante, sin saberlo, encontramos a ese alguien a escasos centímetros de nosotros.

—Oye tú, ¿qué haces ahí? —preguntó la pequeña rubia con curiosidad.

Le gustaba subir a la terraza, era uno de sus lugares favoritos. No tenía permitido estar ahí, ya que, al vivir en el penúltimo piso no le correspondía la terraza.

En ocasiones, ella se preguntaba si podría conocer a los dueños de aquel lugar, hacerse amigos de ellos y pedirle permiso para subir. Se cansaba de estar siempre con el corazón en la mano, cautelosa de que en cualquier momento la atraparan y eso les causara problemas a su padre.

—Yo... yo... —balbuceó el niño castaño, quien intentaba buscar algo con urgencia.

—¿Qué dijiste?

El niño ni pudo parpadear bien cuando notó los pies de alguien más invadiendo su diminuto espacio personal.

Los ojos del castaño se levantaron un segundo del suelo y contemplaron la belleza singular de la niña, quien desde su lugar desprendía un fuerte olor a frutos del bosque.

Era la primera vez que la veía, y nunca había tenido la oportunidad de conocer a alguien más linda que aquella niña de rubios cabellos. Sus ojos azules, parecidos a los de él, con la excepción que los de ella llegaban a ser más verdosos y brillantes, lo dejaron sin aliento.

Sus palpitaciones comenzaron a acelerarse, provocando que su pulso también se elevara, haciendo estragos en su pequeño corazón.

«¿Eso era algo normal? ¿Estaba bien sentirse así?», se preguntaba el niño con preocupación.

—¡Hey! ¿Me estás escuchando? —volvió a indagar, viendo que el niño se le quedó mirando por un largo rato. Empezaba a sentirse incómoda por la intensa mirada del pecoso.

El niño que la veía le parecía adorable, su cabello marrón le tapaba la mayoría de su frente y sus ojos azules eran como dos vidrios coloridos que había visto antes en las ventanas de las iglesias, le parecían encantadores.

Sus pecas fueron lo último que observó, las cuales estaban esparcidas desde sus mejillas hasta su nariz, pero no podía verlas en este último lugar con mucha claridad, porque estaban ocultas por dos tiras adhesivas alrededor.

«¿Se habrá golpeado?».

Ella por lo general era muy curiosa, le gustaba cuestionar todo y no era de quedarse en silencio.

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