Capítulo 34

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SALVAVIDAS

"A pesar de ti, de mí y del mundo que se desquebraja, yo te amo".

—Lo que el Viento se llevó, Margareth Mitchell.


DUNCAN

Al abrir la puerta, quien menos espero es la persona que al final hace acto de presencia.

Tenía planeado echar al intruso, pero gracias a mi sorpresa se ha ganado el par de segundos suficientes para preguntar:

—¿De nuevo tienes visitas?

No luce mejor de lo que recuerdo, sus ojeras sigues ahí, y por el brillo en su frente puedo asegurar que suda un poco. Quizá tenga fiebre, aunque también está un poco pálido.

—¿A qué viniste Jake? —increpo, y no me sorprende escucharme tan indiferente. Después de todo no merece ser tratado con amabilidad. Últimamente se la pasa desaparecido y de repente se manifiesta así, como si nada malo hubiera hecho.

Creo que intenta entrar porque se inclina hacia adelante a pesar que permanezco inmóvil en plena mitad, cerrándole el paso.

—¡Estoy harto, no puedo más con todo esto! —Levanta la voz mientras apoya la mano en el umbral de la puerta con fuerza innecesaria, por un segundo llego a pensar que está drogado y acaba de salvarse de caer al suelo.

—¿De qué demonios hablas? —Contemplo sus hombros ensancharse un poco mientras respira pesadamente, casi como un toro frenético. Y sin despegar la mirada del suelo dice:

—De tú y yo.

—¿Qué? —Por un momento siento pánico y el alma abandona mi cuerpo. Quizá sabe que June está presente. Probablemente sabe lo de nosotros. Pero no me cuadra cómo fue que se enteró.

—Me gustas Duncan, y siempre lo has hecho.

Su declaración me arrastra hasta el interior de una caja y me sacude con fuerza, dejándome en blanco, desencajando mi mandíbula y aturdiéndome.

Esperaba que dijera cualquier cosa, lo que sea, menos esto.

Mi cabeza niega el paso de cualquier posibilidad sugerente. Tal vez escuché mal. Pienso que no tiene ningún sentido.

Es imposible.

¿Me vio con cara de June?

—¿Te drogaste? —cuestiono atropelladamente.

Eleva tan solo la mirada, puedo contemplar sus pupilas bajo una fila larga de pestañas. Sus hombros vuelven a elevarse y entonces suelta una risa que me eriza la piel. Es inquietante que, pese a ese último gesto luzca tan prudente.

—Sabía que dirías algo así —asegura—. Pero estoy siendo sincero, Duncan. Jamás te vi con ojos de un amigo. Me acerqué a ti con otra intención, pero seguramente no lo recuerdas.

Una chispa de enfado empieza un incendio en mi interior que se expande a gran velocidad.

¿Siempre le he gustado? De ser cierto, ¿tiene una idea de lo que eso significa?

—¿Qué infiernos debo recordar? —mascullo.

—Soy bisexual, y me gustas —pronuncia y de repente tengo un déjà vu—. Esa noche, en la fiesta de facultad, cuando nos conocimos... ¿Te suena?

Soy transportado al pasado, al momento exacto en el cual estaba más al pendiente eligiendo una compañera de noche que interesado en hacer nuevos amigos hombres. Después de su confesión tan que apenas recuerdo, solo me disculpé y luego me fui. No lo tomé en serio. Era una fiesta y muchos estaban drogados y muy alcoholizados. Yo tampoco me encontraba bien con todos mis sentidos.

La inocencia prohibida ✓Donde viven las historias. Descúbrelo ahora