El demonio de Abadón.

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19 años antes...

Los árboles se movían con fuerza aquella noche de otoño, susurraban cada vez que el viento sacudía sus hojas, casi parecía que anunciaban algo. La noche era oscura, más oscura que cualquier otra. Los truenos advertían de una tormenta venidera, y las nubes oscurecían todavía más el cielo, ocultando las estrellas.

Pasando el bosque, cruzando el antiguo cementerio celta, más allá de las minas, en una pequeña casa de madera, una bruja gemía de dolor. Permanecía con las piernas abiertas a cada lado, y el sudor caía por su frente. Suspiraba, gritaba y sacudía la cabeza. Su hija iba a nacer esa noche, y debía ser todo perfecto.

Con las primeras contracciones comenzó a purificar el lugar de malas energías. Encendió incienso y paseó por la casa, descansando cuando su cuerpo no le permitía más. Preparó la cama donde daría a luz, colocando nuevas sabanas: limpias y de color blanco. A su alrededor creó un circulo de velas del mismo color. Mientras estuviesen encendidas, nadie podría llevarse a su hija.

Cuando el reloj tocó las doce rompió aguas, sintiendo como caían poco a poco por sus piernas, mojando el camisón de color blanco. Tan rápido como pudo se tumbó en la cama, y recitando un simple hechizo trató de eliminar cualquier dolor.

A las doce y diez minutos comenzó el parto. La joven bruja de cabellos negros ya sudaba, y pedía al señor oscuro que todo fuese como debía ir: bien.

A las doce y veinte minutos la pequeña no salía e inmediatamente la mujer supo que algo no iba bien.

A las doce y media recitó otro hechizo y lloró, suplicando que ninguna de las dos muriese allí.

A las doce y cuarenta y cuatro nació una bruja de ojos verdes, los mismos de un padre que jamás conocería en vida.


Actualidad.


—Tía Hilda, hoy no iré a la Academia, voy estar con mis amigos en el instituto. Creo que nos vendrá bien a todos relacionarnos más a menudo. Además, sigo queriendo que brujos y mortales convivan.

Sabrina Spellman cogió una manzana de la nevera y le dio un mordisco a la espera de que su tía le respondiese algo como: ves con cuidado o cariño, ¿todavía sigues con eso en la cabeza? Pero para su sorpresa no dijo nada de eso, no dijo nada. Asintió con una sonrisa en los labios.

—¿Te parece bien?

—Creo que es lo que debes hacer, cariño—abrió el horno—. Ver a tus amigos mortales, a Harvey—rio nerviosa.

Sabrina alzó las cejas y le dio otro mordisco a la manzana. ¿Por qué su tía no decía nada más? ¿era porque tía Zelda no estaba allí? Negó con la cabeza y recogió su bolso del suelo. Qué más daba, por suerte para ella podía escoger, podía decidir con quién pasar sus días. Brujas, hechiceros, mortales...eso no importaba cuando eras una mitad de cada.

—Está bien—se encogió de hombros—. Adiós tía Hilda, adiós Ambrose.

Al cerrar la puerta dejó atrás un olor dulce a caramelo y chocolate. A algodón de azúcar y manzana caramelizada. Diferentes olores que siempre le recordaban a la misma persona: Hilda.

Cuando llegó al instituto al primer lugar al que se dirigió fue a la biblioteca. Si quería dar con sus amigos, ahí es donde debía buscar. Iba a paso rápido, tratando de no toparse con la señora Wardwell, hacía tiempo que no hablaban, no después del pequeño incidente que tanto quería olvidar.

Al entrar en la biblioteca de luz cálida encontró a sus amigos con un simple vistazo por la sala. Hablaban sentados en uno de los sofás. Allí estaban Ross, Theo, Harvey y una chica que no había visto jamás. Frunció el ceño y se dirigió hacia ellos.

Morgana (fanfic the chilling adventures of sabrina)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora