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HARPER


"Hay belleza en las cenizas de un corazón que
ardió por lo que amaba."

RON ISRAEL



Apretujaba el papel entre mis dedos sudorosos, arrugado por las veces que lo había doblado y desdoblado, escrito y tachado las palabras que quería trasmitir. Pero mi cabeza era un caos. Todo había sido un desastre desde el último par de años, pero las cosas se habían precipitado en los últimos meses.

Papá me dio un débil apretón en la mano para animarme antes de levantarme y subir a la palestra. Intenté ocultarme detrás del atril, pero los invitados comenzaron a mirarse los unos a los otros cuando empezó a sonar Story of My Life de One Direction.

Desdoblé el papel e intenté alisarlo con la palma de la mano. Sin querer me miré las uñas de las manos, perfectamente pintadas de rosa pastel. Lo odiaba. Lo odiaba con toda mi alma, pero mamá detestaba que siempre las llevara oscuras, así que pensé que sería un buen tributo a su memoria cumplir un último deseo, aunque ni siquiera estuviera para verlo.

«Menuda gilipollez».

Intenté sonreír al recibir las miradas de desconcierto e incertidumbre de los invitados, pero no recordaba la última vez que lo había hecho sino era para tranquilizar a Percy, o para animar a papá durante las muchas horas que se pasaba hundido en el sofá llorando de forma desconsolada la pérdida de su esposa.

Mamá sabía que de los tres yo era la más fuerte, el pegamento que los mantendría unidos cuando ella ya no estuviera. Pero creo que nunca llegó a ver la otra mitad de mí, la que estaba rota, hecha pequeños añicos que me estaban cortando desde el interior y poco a poco estaban terminando conmigo.

Entre la multitud, encontré los ojos verdes de Percy, que por primera vez en semanas estaba sonriendo un poquito al darse cuenta de que al menos le sería fiel en su último deseo. Porque esa canción era nuestra, de los tres. Nuestra canción favorita, y quería que fuera lo que los demás se llevaran de este día al regresar a casa; la historia de nuestra vida y lo que Sarah Beauchamp había significado para nosotros como madre y mujer.

Cuando la canción finalizó, los invitados se me quedaron mirando fijamente, esperando que diera comienzo a mi panegírico, pero de repente, la garganta se me cerró, la lengua se me volvió de cemento pesado y las palabras que había escrito en aquel papel sucio y arrugado en la cafetería del hospital, se me apelotonaron y mezclaron como una amalgama sin sentido.

Eran una mierda: vacías y sin significado alguno. No podía darle su último adiós con esa porquería: se merecía mucho más. Algo que realmente fuera mío. Nuestro.

Inconscientemente, desvié la mirada hacia la fotografía que con tanto cuidado había escogido. Fue en lo único que no la había dejado decidir, porque ella siempre decía que no estaba guapa en ninguna. Mentira, era preciosa. Tenía una sonrisa limpia y encantadora, capaz de iluminar una habitación, los ojos verdes que todos los días veía a través de Percy y el cabello castaño claro a la altura de los hombros, nunca un centímetro por encima o por debajo... Eso antes de que comenzara a caerse a causa de las quimioterapias y tuviera que usar pañuelos, porque podía estar enferma, pero nunca desarreglada.

Inhalé una profunda bocanada de aire y de repente, las palabras brotaron de mis labios.

—Supongo que os habrá sorprendido que una violinista del calibre de Sarah Beauchamp escuchara a un grupo como One Direction, pero lamento decepcionaros: eran su banda favorita. Y a ver, ¿a qué buena británica no le gusta esta BoyBand? De hecho, hasta podéis echarme un poco la culpa. —Hablaba en inglés, a pesar de que mi instinto natural era hacerlo en francés. Se formaron algunas risitas ahogadas que se mezclaron con sollozos velados—. Recuerdo la primera vez que los escuché, tenía siete u ocho años y me parecían geniales, de hecho estaba súper enamorada de Harry Styles. Creo que por aquel entonces Harry era el favorito de todas. Yo no tenía muchos amigos, mi madre era mi mejor amiga y tenía que compartir aquel descubrimiento con ella. El caso es que estaba ensayando para un concierto y no había nada peor que eso. Era mejor enfrentarse a la ira de Voldemort antes que a la de Sarah Elizabeth Sterling si osas interrumpirla, aun así yo corrí al salón y le dije que tenía que escucharlos, que eran muy buenos. ¿Sabéis lo que hizo? Pues los escuchó y se enamoró de ellos tanto como yo. Creo que ese fue nuestro primer vínculo de verdad. Desde entonces, comenzamos a escucharlos en todas partes, nos comprábamos los vinilos, porque mi madre adoraba esos discos. Teníamos camisetas a juego y no nos perdíamos unos MTV Video Music Awards o unos Grammy para ver cuántos premios les daban, incluso recuerdo que en pleno supermercado nos poníamos a cantar y bailar si ponían una canción suya. ¿Qué es la vergüenza? No lo sé. —Sacudí los hombros y de repente me descubrí sonriendo un poco al darme cuenta de que había logrado un ambiente distendido en la sala—. Discutíamos por cual era mejor, porque mi favorito al final terminó siendo Zayn y el suyo Liam, excepto durante aquella época que tenía el pelo como Harry, que la molestó un poco. Nunca olvidaré el día que fuimos a uno de sus primeros conciertos en Londres con la tía Ethel y mi prima Addie. Fue uno de los mejores días de mi vida. Y si por si os le preguntabais, sí, tengo una foto con los chicos: a mi madre nada se le interponía en el camino cuando quería algo... Cuando tenía once años me compró cinco peces para que pudiera llamarlos como a los chicos, pero como ya supondréis, a los dos días me aburrieron: sobrevivieron gracias a ella, y aun así, Louis tuvo que ser sustituido por Louis II. —Sin querer, me descubrí riendo un poco, casi de forma natural ante todos aquellos recuerdos que con tanto mimo atesoraba. Quería recordarla así, no con dolor, porque ya tenía demasiado arrepentimiento, sufrimiento y pesar por cosas a las que no podía ponerles solución. No quería que ella se convirtiera en una más—. Lloramos mucho cuando Zayn decidió dejar el grupo y no os cuento cuando decidieron tomarse un descanso... Sigo esperando ese reencuentro... ¡Ah! Y como olvidar el día que nació Percy. Recuerdo que entré en la habitación con Carles y mi iPhone 5 rosa con Little Things a todo volumen. Papá decía que estábamos locas de atar, pero nos hicimos la férrea promesa de que lo convertiríamos en un Directoner, y creo que lo hemos conseguido, ¿verdad? —le lancé una sonrisilla divertida que él me devolvió levantando un poco las comisuras de los labios, a pesar de que odiaba que lo humilláramos contando sus vergüenzas—. Mamá decía que era su chico especial. Es nuestro chico especial: un pequeño científico gruñón que se duerme aprendiendo fórmulas matemáticas. Es único y se lo recordaré siempre. —Las lágrimas me inundaban los ojos, pero era incapaz de dejarlas salir. No podían fluir libremente, porque al igual que mis sentimientos, estaban guardados bajo llave en el fondo de mi pecho, donde nadie pudiera alcanzarlos. Miré al frente y parpadeé un par de veces—. Así que sí, esta canción la eligió ella, yo solo mantuve el secreto. Siendo honesta, creo que podría escoger una para cada momento de nuestra vida. Así que el día de mi boda me pidió que tenía que poner una canción suya y por supuesto mi marido está obligadísimo a bailar conmigo For You en nuestro primer baile, porque sí, también era muy fan de Christian Grey. Lo siento, papá —me disculpé con una mano en el pecho, pero realmente me dolía. Era como si me estuvieran comprimiendo el corazón dentro de la caja torácica. Papá se rio de ese modo sutil y discreto en el que los ojos azules se le arrugaban por las comisuras de forma encantadora: se le formaban hoyuelos. No podía parar de pensar que solo tenía diecisiete años y que en el remoto caso de que me casara, ella no estaría para verlo, para verme vestida de blanco como siempre había deseado, para conocer al hombre con el que posiblemente pasaría el resto de mi vida, porque sí, era romántica hasta la médula y pensaba que el amor era para siempre: yo no opinaba lo mismo—. Pero, eras, eres y serás el amor de su vida —aseguré—. Después de todo esto, me he dado cuenta de dos cosas. La primera es que las madres deberían ser eternas, porque, en serio, no sé si en algún momento aprendemos a vivir sin ellas. La segunda, es quizás algo que nos han enseñado desde que somos pequeños, pero que en este caso, es cierto, y es que no debe hablarse mal de los muertos. Pero es que en el caso de Sarah, no hay nada malo que pueda decir sobre ella. Soy una adolescente, tengo diecisiete años y tendría mil y una razones para detestar a mi madre, pero si no las tengo ahora, no las tendré nunca. Mi madre era una mujer sencilla, que le gustaba vivir las experiencias día a día. Por eso creo que os merecíais conocer esta parte de ella, no la que veíais a través de sus conciertos o en la televisión, la que escuchabais a través de la radio o la que leáis en las revistas de arte, porque era mucho más que eso. Era una mujer... Era una mujer risueña por naturaleza, que se emocionaba incluso cuando veía una nube con forma de perrito. Alguien que disfrutaba de los pequeños placeres de la vida, que le encantaba descubrir el mundo. Que adoraba pasar tiempo con su familia, que le gustaba sentarse una tarde de lluvia a leer una novela romántica, o que podíamos pasarnos la noche de un sábado devorando capítulo tras capítulo de Outlander, porque, sí, era una romántica empedernida, ¿y a quien no le gustaría vivir un amor a través del tiempo y la historia? Que le encantaba dar largos paseos por el Sena en busca de inspiración, pero que le gustaban todavía más cuando lo hacía en compañía de mi padre. Que a pesar de tener una agenda ocupada, nunca se perdió uno de mis recitales de ballet, una competición de ajedrez de Percy o una exposición de papá. No olvidaba un cumpleaños o una fecha importante, sin importar en que parte del mundo estuviera: era una mujer todoterreno. Que llenaba la nevera con nuestros horribles dibujos solo para hacernos felices y que nos sacaba muchas, pero que muchas fotos, porque entre achuchones siempre nos decía que no quería que creciéramos: sobre todo a Percy, porque los odia a muerte. Nos enseñó a amar el arte, a ver más allá de lo que la vista puede mostrarnos... Le encantaba que papá la llevara una tarde al teatro o al cine y después a cenar, que le regalara flores, porque sí, porque le gustaban: sus favoritas eran los lirios. A pesar de que solía decir que no era guapa, mi padre tiene millones de cuadros suyos en su estudio y os aseguro que era preciosa, alegre y llena de vida desde que tenía mi edad: fueron la inspiración el uno del otro. No sé, así que si tengo que decir algo malo sobre ella, quizá es que era demasiado exigente y estricta con lo que comíamos, y casi siempre por mí culpa. Y aun así, dos veces al mes caía que nos llevara a nuestra hamburguesería favorita y comiéramos hasta reventar, y todos los sábados teníamos tortitas para desayunar. También que reñía a papá por dejar los platos sucios en la pila y se ponía de los nervios si no los colocaba como ella quería en el lavavajillas. En serio, le titilaba el ojo como un robot defectuoso a punto de explotar, y que decir cuando le manchaba el suelo de pintura. La pobre tenía mucha paciencia con nosotros, ya que papá y yo somos un desastre. No puedo contaros mucho de su juventud porque apenas sé nada. No le gustaba mucho hablar de su pasado. Siempre decía que empezó a ser feliz cuando conoció a mi padre y creó su propia familia, pero mi madre es mi ejemplo a seguir. Sarah escogió el amor, la música a mi hermano y a mí, rompiendo con todo lo que habían establecido para ella desde que era una niña. Así que si algún día me enamoro, no querré un amor ordinario, porque ella me enseñó que el amor de verdad debe ser aquel que te rompa la armonía de la partitura y te haga vibrar como las cuerdas de un violín.

PERVERSAS MENTIRAS [HIJOS DE LA IRA I] | Nueva VersiónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora