13. Deducciones

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Martín abrazó con fuerza a Gabriela que no podía contener un llanto desconsolador. Sin embargo, sus palabras confusas y contradictorias retumbaban como truenos en una noche de tormenta. O tal vez, es que en realidad estuviera a punto de llover. Parecía que todo el ambiente de terror que se desencadenaba surgiera desde su propia mente. 

—Gabi —le susurró al oído. 

—Él tenía sus manos en todas partes —lo interrumpió la chica mirándolo a la cara—. Sonreía mientras lo hacía, lo disfrutaba. No era la primera vez que lo hacía Martín —confesó entre llantos. 

Su mejor amigo lo comprendió de inmediato. 

Gabriela había estado siendo abusada sexualmente por ese tipo. 

—Tomé lo primero que encontré —siguió narrando—. Y no pude detenerme hasta que estuvo en el suelo sin moverse. 

Gabriela se separó del cuerpo de Martín y volvió a confrontarlo a la cara mientras que su mejor amigo sentía como el corazón se le partía en pedazos. Estaba ahora confrontando una dicótoma moral; ayudarla justificando la violencia o no hacerlo y salvarse al menos él. Pero después de contemplar los ojos hinchados y rojos de Gabriela, verla como luchaba por respirar. sintió arrepentimiento de no haberla ayudado como debía. 

Debía ayudara, sí.

Debía salvarla, sí.

Debía hacerlo.

Martín acarició de nuevo el rostro de la chica y le hablo con el alma destrozada. 

—Dije algo que no debía —confesó. 

—¿A qué te refieres? —quisó saber ella.

—Parece que hay un investigador rondando. Tiene pistas y estuvo cuestionándome —Martín agacho la cabeza avergonzado. 

—¿Y tú qué le dijiste? —el llanto se había detenido y había vuelto a adquirir esa frialdad que la rodeaba últimamente.

Para Martín era como una mascara que usaba cuando se asustaba.

—Qué quizás por la muerte de tu tío, te estabas comportando rara —confesó arrepentido.

Gabriela se quedó en silencio y lo contempló con cierta decepción evidente en los ojos. Aunque Martín notó algo más en ellos. Algo que no lograba identificar con claridad.

—Algo debemos hacer con él —contestó ella.

—¿Enloqueciste? —se sorprendió Martín—. Eso empeoraría todo —se apresuró a decir asustado de que sugiriera matarlo.

—No me refería a eso —refutó ella enfadada—. ¿Acaso me crees una asesina?

Aunque la pregunta pareciera irónica a sabiendas de que mató a su propio tío, él entendía que aquella situación no había salido de la mente de un asesino, sino de una chica aterrorizada y dolida. 

—Quizá haya que decir que fue en defensa propia —sugirió Martín.

—Y lo fue —respondió ella tajante. 

—¿Qué hiciste el arma? —preguntó Martín tratando de pensar en qué sería lo ideal en la situación en la que estaban metidos.

Gabriela lo miró a los ojos y se puso más tensa que antes. Sacó algo de su espalda, se acercó a su mejor amigo y le puso unas tijeras envueltas en un trapo sobre las manos.

—Las limpie —complementó. 

El muchacho se quedó estupefacto con el arma que habían usado para matar a alguien entre sus dedos.

—Hay que eliminar los cavos sueltos —retomó Gabriela mientras su mejor amigo parecía desconcertado. 

—¿Qué dijiste? —Martín levantó la mirada.

—Hay que eliminar los cabos sueltos —repitió ella al mismo tiempo que su rostro se oscurecía y en sus ojos destilaban pura desconfianza.

En ese instante un trueno ensordeció e iluminó todo el lugar.

—Mamá tenía razón —susurró ella antes que todo se volviera oscuridad—. No eres digno de confianza. 



¿Dónde Esconder un Cadáver?Donde viven las historias. Descúbrelo ahora