Capítulo 1

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El verano se aproximaba cual zorro a punto de cazar a su presa, y en el pueblo de Arona se arrastraba un ambiente hostil.

Eso significaba una cosa: Clases.

A las cuatro de la tarde, Elisa tocó el ruidoso timbre de la casa número 23.

Allí vivía Harmony Evans, su compañera en un trabajo para la escuela.

Elisa era paciente, y esperó hasta que una seria y vaga Harmony le abrió la puerta.

—Hola, ¿qué tal? Soy Elisa—dijo amablemente.

—Yo soy Harmony, entra.

Harmony era egocéntrica y fría, pero educada con los adultos y distante con los compañeros de clase que no conocía bien.

Lo que muchos dudaron en creer es que era respetuosa con sus amigas las cuales apreciaba y a la vez de ellas temía su traición.

Su pelo ondulado era como el fuego, su piel era blanca como la nieve y sus ojos eran de color ámbar, al igual que su madre, Michelle. Ella siempre tuvo muchos pretendientes, pero desde la desaparición repentina de su marido, nunca quiso tener una relación de nuevo, ni con esos hombres que después, se percató de que sólo la querían por su dinero.

Ella siempre estuvo fuera de casa, por lo que Harmony no recibió el afecto necesario durante su infancia, convirtiéndose en esa persona sarcástica, malvada y engreída que era.

Su familia entonces no tenía mucho dinero, y cuando cumplió los ocho años, fue trasladada a un colegio público. Entonces se asustó.

¿Y si no era bien vista por los demás? ¿Y si antes de que pudiera forjar una amistad, era rechazada, aislada, y odiada, como le sucedió a su madre?

Por dentro, Harmony era un mar de inseguridades y preocupaciones.

Pero todo eso se desvaneció cuando conoció a alguien.

Entonces su mundo oscuro, cambió a uno de felicidad, donde todo era de color rosa, donde no había problemas.

Ambos pasaban la tarde juntos, en un lugar al que para ir, él siempre le decía que tenía que cerrar los ojos y él la guiaría, porque si no, no podrían volver nunca más.

Pero un día, el único amigo que tenía no apareció, y Harmony se quedó ahí de pie, en el lugar en el que se suponía que podía ir a aquel sitio maravilloso, pero se quedó cerca de esa puesta de sol, y sola y olvidada, nunca volvió a cerrar sus ojos con la calma de entonces.

Pasó un día, y la niña volvió para encontrarse sola.

Y otro.

Y otro más.

Siete años después, ella conoció a Elisa.

Ella siempre fue curiosa, de las personas a las que les gusta el misterio. Todo el tiempo se hacía preguntas, las mismas que, hundiéndose en sus pensamientos, intentaba responder. Y todos sus profesores lo sabían.

Se crió en una familia humilde, y gracias a eso, aprendió a ayudar, a perdonar y a respetar.

El cabello que poseía era como el chocolate con leche, su piel como la arena del desierto y sus ojos azul claro mostraban pequeñas partes grises que sólo se notaban cuando la luz los reflejaba y sus pupilas se dilataban.

Ambas iban a la misma clase, pero ninguna llegó a interesarse por la otra, por eso sólo se conocían de la escuela, y después, cada vez que Elisa intentaba conocerla un poco, se le hacía difícil comunicarse con ella, debido a su carácter.

Pese a su forma de hablar y su frialdad, Elisa no se rindió, y consiguió que Harmony la respetara, llegando a haber una complicidad mutua.

—Ahhh... Qué aburrimiento, ¡si me dieran dinero cada vez que hiciera los trabajos, ya tendría el doble que mis padres!—Espetó Harmony, frustrada, tumbándose en el sofá en forma de L, con los brazos cruzados en la nuca.

—¿Podemos acabar con esto, por favor?—sugirió ella, viendo cómo Harmony intentaba tomar una siesta.

Entonces la muchacha adormecida se sintió alertada notablemente: un silbido. Pero no era uno cualquiera, sino el de cada día, que retumbaba en el eco de la inclinada calle hasta dar con sus tímpanos.

—Si te refieres al aburrimiento, tengo la solución—se levantó súbitamente del lujoso sofá, miró el reloj, que marcaba las siete, cogió un vaso con zumo de la mesa y fue a la ventana, donde vio a Jordan, su vecino, que pasaba por ahí por casualidad. O no tanta.

De piel bronceada, pelo castaño despeinado y ojos ámbar, ahí estaba el matón que odiaba a Harmony, quien se veía bastante cansado de haber hecho deporte. Era el momento perfecto para que ella hiciese su jugada.

—Siempre lo veo volver a su casa a esta hora—dijo ella, para sí misma, mientras observaba con precisión la cabellera del chico.

—Osea que, ¿admites que lo has estado espiando todos los días?—inquirió Elisa.

Harmony la ignoró cual perro ladrando, e inmersa en su plan obsesivo, dijo:

—Anda, ¡si es el niño piojoso!—se asomó en la alta ventana—.Te ves muy cansado, deja que te dé un poco de vitaminas—propuso con sátira, y a la vez hizo caer del vaso el líquido, que el sol hizo brillar, el cual por inercia cayó a su cabeza.

—Pero qué... ¡¿Quién me ha tirado ESTO?!.—bramó el joven, quien al notar el líquido, el cual bajó de su cabello a sus hombros, miró hacia arriba y se encontró con los ojos de oro de una Harmony victoriosa—¿Pero qué me has tirado? ¡Estoy harto de ti, furcia! —gruñó.

Frustrado y rabioso, le lanzó su pelota de béisbol con toda su fuerza, la cual ella esquivó rápidamente, haciendo que llegara a la cabeza de la distraída Elisa.

—¡Ahh! ¡Qué daño! ¡¿Quién ha sido?! —chilló ella mientras tocaba la zona dolida.

—Más te vale no aparecer en el instituto, ¡porque hago desaparecer esa estúpida sonrisa tuya! ¿ENTENDISTE? —le amenazó Jordan, tratando de sonar agresivo, aunque su baja estatura provocó que se viese gracioso.

—Ay, casi me olvido, no te muevas —avisó Harmony, quien cogió su móvil con un movimiento rápido y fluido, de éste se escuchó el sonido de una cámara, y ésta mostró una fotografía de Jordan en la calle, con el rostro fruncido y un líquido regalimando de éste—Si quieres que la borre, tendrás que currártelo muucho.

—Ten cuidado, que para las damas como tú, los pasillos son resbaladizos —Respondió él, con doble intención.

—¿Qué has dicho?—Preguntó, haciéndose la sorda.

—Nada, que eres muy fea —Dijo, mientras daba media vuelta para irse—Adiós, niña —Y levantó el brazo derecho en signo de adiós, para después entrar a su casa.

—¿Quién era? —Preguntó Elisa, quien había estado acabando el trabajo para calmar su ansiedad.

—Nadie —Respondió Harmony, sin ganas, cerrando los ojos y estirando sus brazos.

—Dime, porfaa, nunca me cuentas nada... —dijo poniendo ojitos, en busca de dar lástima.

—Mejor ven otro dia, tengo cosas que hacer —su mirada volvió a pertenecer a la seriedad de siempre.

Entonces se despidieron y Elisa volvió a su casa.

Delirios De SueñoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora