Capítulo 4

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—Idiota, idiota, y mil veces idiota.

Blasfemó Lucía al llegar a su oficina, mientras lanzaba las carpetas sobre su escritorio.

—¿Pasa algo señorita Hill? —preguntó Samantha.

—Pasa, que el nuevo gerente de Marketing no es más que un cretino.

Samantha no se atrevía a hacer ninguna otra pregunta. En el tiempo que llevaba trabajando para Lucia, jamás la había visto alterada de esa manera.

—Es un imbécil —espetó.

—¿Quiere que le traiga algo? ¿Agua?

—No Sam. Gracias. En este momento me apetece estar sola.

La joven asintió y sin más se marchó.

Una vez sola, Lucia se sentó en su silla e intentó calmarse. Alex Meyer no sólo había insinuando que era una interesada, también, había dicho que hacía concesiones cuando se trataba del dueño de la empresa ¿Qué clase de persona pensaba que era? Monsanto podría ser su padre. De hecho, era como su padre.

Se dio cuenta que, hacía tiempo que ninguna persona la hacía salirse de sus casillas. Afortunadamente, ni Edgar ni el resto del personal de ventas, había presenciado aquella escena. Suficiente había tenido con que su jefe se mofara sobre la pequeña discusión que tuvieron, al pedirle a Meyer que la tuteara.

Cuando lo vio entrar a la sala de juntas y la miró fijamente, por lo que parecieron horas, sintió que era la mirada de alguien agradable, pero no, era de esos con aires de superioridad, que creía que con una simple sonrisa podía conseguir todo lo que quería. Solo esperaba que un incidente como ese no se volviera a repetir o se vería obligada a comunicar la falta a Recursos Humanos, no permitiría que nadie le faltase el respeto. Ellos estaban allí para trabajar en beneficio de la empresa, no para andar riñendo como niños.

Tomó una bocanada de aire y cuando exhaló sintió como liberaba el mal humor. Ahora que estaba más calmada, comenzó a analizar lo que pasó. Se sentía avergonzada. Ella no era de las que permitía que una nimiedad la hiciera perder los estribos. Debía disculparse con Sam, prácticamente la había echado de la oficina, cuando la muchacha solo quería ayudarla.

El teléfono interno sonó, y la sacó de sus pensamientos. Era su secretaria avisándole que el señor Monsanto ya estaba disponible para atenderla. Salió de su oficina y después de disculparse con Samantha por lo ocurrido minutos atrás, se dirigió a la de su jefe.

Al llegar, se consiguió en la antesala con Antonia, quien se encontraba retocándose el labial, de color rojo. Esta alzó la mirada y la observó de arriba abajo y tras dale una mirada despectiva, musitó:

—Pasa, hace rato que te está esperando.

Lucía puso los ojos en blanco. Le chocaba la actitud de la pelinegra y más cuando ella no había hecho nada para merecer un trato semejante. En varias oportunidades había estado tentada a comentárselo a Edgar, pero descartó la idea. No era una chismosa, ni mucho menos, además no se veían con frecuencia, solo en las ocasiones que Monsanto estaba de visita en la ciudad. Entró en la oficina sin tocar la puerta, puesto que Antonia le dijo que la estaban esperando.

De inmediato, Edgar levantó la mirada y le dio una sonrisa sincera. Seguidamente, se puso de pie para darle un fuerte abrazo, el cual ella devolvió gustosa.

—No sabes cómo me alegra verte —musitó él.

—Igualmente. Siempre es bueno ver una cara familiar.

La madre Lucia se había dado una nueva oportunidad en el amor, y se encontraba en Múnich, Alemania, con su nuevo esposo. Por lo que estaba sola en España. Lamentablemente no tenía hermanos, ni ningún otro familiar, eran solo ella y su madre. Ellas y Edgar, el mejor amigo de su padre, que se negaba a abandonarlas, convirtiéndose en parte de su pequeña familia.

El Viudo JovenDonde viven las historias. Descúbrelo ahora