Eran las tres de la madrugada cuando Alex recibió una llamada de su madre. Su hermana Marta estaba dando a luz. Finalmente sería tío. No dudó ni un segundo en recoger sus cosas y encaminarse a Madrid junto al pequeño Mateo. Después de todo, contaba con el permiso de su jefe Edgar Monsanto. Ese era un tema que habían conversado antes de terminar de finiquitar su traslado a Oviedo. Por nada se perdería un acontecimiento como ese, se trataba de su hermana menor y la llegada al mundo de su primer sobrina.
En el camino, se comunicó con la Gerente de Recursos Humanos y le notificó que se ausentaría de su jornada laboral y que el dueño de la empresa estaba en conocimiento de ello. No porque tuviese el visto bueno del jefe, haría lo que le diera la gana. No era lo correcto, era el jefe de un departamento y debía respeto tanto a sus subalternos, como al resto de sus compañeros. Afortunadamente, era viernes, y solo se ausentaría un día, ya el domingo estaría de regreso a Oviedo y el lunes se reintegraría sin problemas.
Durante las horas que duró su viaje a Madrid, Alex no pudo apartar de su mente a Lucia. Se había acostumbrado a esperarla en el estacionamiento para subir juntos hasta las oficinas de la corporación. En los últimos días, había descubierto lo mucho que le encantaba el capuchino, y procuraba tenerle uno todas las mañanas, para desearle de esa manera el mejor de los días. Ella ya no se mostraba tan arisca, en parte porque había dejado un poco de lado sus intentos de conquista. No era que hubiese dejado de gustarle, al contrario, cada día que pasaba, se interesaba más en ella. Pero si realmente quería avanzar debía tomárselo con calma, o de lo contrario, la mujer de hielo volvería a alzar todas sus barreras y le sería imposible llegar a ella.
Llegaron al hospital y Megan sonrió al ver a Mateo corriendo hacia ella. El niño, a pesar de que fue levantado en medio de la madrugada para emprender el viaje, estaba lleno de energía.
—Los he echado tanto de menos —soltó antes de estrecharlos entre sus brazos y llenarlos de besos. Tenía poco más de un mes sin ver a su hijo y a su nieto, pero se sentía como si fuesen pasado años. Los extrañaba con locura.
Luego apapacharse y profesar el amor que se tenían. Les contó que la bebé había nacido y que tanto ella como su madre se encontraban en perfecto estado. Antonella, era una niña hermosa y totalmente saludable.
—Abu, ¿Cuándo podremos ver a Antonella? —preguntó el pequeño.
Mateo no podía contener la emoción. Desde que su tía quedó en estado, él se adjudicó el rol de hermano mayor de la pequeña. Sentía que al ser mayor, debía cuidarla y protegerla. Cosa que lo llenó de orgullo a sus mayores. A pesar de su edad, Mateo era todo un hombrecito.
—Tranquilo peque, acabamos de llegar.
Alex intentaba calmar las ansias de su hijo, pero la verdad, era que no veía la hora de tener en sus brazos a la pequeña.
—En menos de un minuto estaremos con ella —comenzaron a andar en dirección a la habitación donde se encontraba la nueva madre—. Hace poco que la llevaron a la habitación de Marta, para que le diera pecho. Fue tan hermoso ver a mi hija amamantar a su bebe.
—¿Pecho? —Inquirió Mateo— Que asco. Pensé que los bebés comían biberones, compotas y papillas.
Megan y Alex soltaron una carcajada ante tal ocurrencia.
—Y lo hacen, pero cuando tienen una edad más avanzada. En sus primeros meses, la lactancia es muy importante para que crezcan sanos y fuertes.
Mateo detuvo el paso y se llevó una de sus manitas a su quijada. Analizando las palabras que le acababa de decir su padre. Alex, al ver que el niño había dejado de seguirle, se volvió a donde se encontraba y musitó:
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El Viudo Joven
RomanceAlex Meyer es un hombre apasionado, enamorado de la vida y de su familia. Sin embargo todo cambio, cuando la vida le arrebato a la mujer que amaba, dejándolo solo con su hijo de cuatro meses. Desde ese entonces, el joven viudo se olvido del amor y s...