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Se desvió hasta llegar a una gasolinera, unos dos kilómetros a la derecha de la ruta por la autovía

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Se desvió hasta llegar a una gasolinera, unos dos kilómetros a la derecha de la ruta por la autovía. Antes de bajar del coche le echó un vistazo a Martina, que se había quedado dormida hacía un rato; pero no se resistió y volvió a acomodarse en el asiento para acercar una mano a la mejilla de aquella preciosa obra de arte.
Ella se despertó sobresaltada por el contacto y cuando se cercioró de quién había sido, se enderezó en su asiento y le miró a los ojos esperando cualquier cosa que fuese a decirle.
—Si necesitas ir al baño, ve ahora que voy a echar gasolina.
La gitana asintió de nuevo con ensimismamiento, el sueño llegando a ella de nuevo. Se deshizo del cinturón que la aprisionaba contra el asiento de aquella tartana y fue camino a los servicios, con Adrià detrás de sus pasos para pagar el repostaje. Vio al fondo del establecimiento las puertas de los cuartos de baño y se aproximó a ellas con el paso más rápido.
Fuera de los aseos, Adrià pagaba a regañadientes la gasolina que necesitaba para su depósito. Tendrían que parar ya cerca de allí, porque no les llevaría mucho más lejos. Habían recorrido parte de España durante cuatro horas sin pausa, de noche y con la calefacción apagada para que no gastara mucha gasolina, a lo que Martina no puso pegas por miedo a lo que su acompañante pudiese decir. Nunca le había temido, más bien sentía respeto hacia él, aunque aquella vez todo se había vuelto distinto: ella le quería, pero nunca la había gritado, a pesar de que lo hizo porque quería lo mejor para ella. Martina no le dio muchas vueltas al asunto y lo aceptó. Así serían los cosas a partir de ahora con Adrià. Él sólo quería lo mejor para los dos.
Cuando llegó al coche, el chico la esperaba con un cigarro entre los labios y las manos al volante. Martina no dijo nada y también agarró otro de esos cilindros que sabían a humo y a la vez a gloria; los necesitaba después de aquel breve descanso que había conseguido alcanzar contra la ventanilla.
Adrià arrancó el motor y volvieron a la carretera con las ventanillas bajadas y el humo desapareciendo por ellas. El silencio denso provocó que Martina llevase su dedo hasta la radio y la encendiese. Anuncio tras anuncio llegó a la única emisora que estaba reproduciendo algo de música a aquellas horas de la madrugada. No reconocía aquella música, pero no era desagradable tener algo sonando dentro del coche. Adrià la miró con una ceja levantada y media sonrisa en los labios, con un gesto que le preguntaba si aquello era en serio.
—No suena mal —admitió ella, subiendo el volumen.
Adrià, que había terminado su cigarro hacía unos minutos, le quitó a Martina el que se iba a llevar a los labios, inspirando él aquel humo. Después de otras dos caladas, se lo devolvió, del todo consumido. La chica decidió no decir nada y tiró la colilla por la ventana, acercándose al altavoz para escuchar mejor la canción. Con sorna comenzó a repetirla:

El cielo está de color vino
y lentamente llena
de dulce lluvia nuestras copas.
Ojalá no anochezca.

Pero comenzaba a amanecer por el horizonte, creando un cuadro impecable sobre los cristales del coche. Las nubes de tormenta se aproximaban y su oscuridad se iba entremezclando con el rosado del cielo.

Un cielo color vinoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora