Capítulo I

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I

Amigos

Annabeth  jugueteó con un  cuchillo en sus manos, observando su alrededor con nerviosismo, como si cada sombra en la noche fuera un monstruo preparándose para atacar.

El parque estaba completamente en silencio, iluminado por la luz de la luna sobre sus cabezas. Artemisa debe estar de buen humor, pensó ella, mirando el oscuro cielo, apretando los labios por las escasez de estrellas que podían verse gracias a la contaminación lumínica de NY. Apenas podía ver la constelación más importante para ella y su novio, Percy:  La Cazadora era difícilmente distinguida en el cielo nocturno.

Se removió incómoda, sintiendo los penetrantes ojos plateados de Jem sobre ella. No sabía cómo, pero podía sentir su mirada como si fuera algo físico, casi como si pudiera tocarla. Es cierto que él no había sido nada más que amabilidad, pero ella se sentía extraña a su alrededor.

Luego de unos minutos de tenso silencio, él habló:

—Atenea...¿No es una antigua diosa griega?

Sobresaltada, se volteó hacia él, con un breve destello de ilusión en sus ojos grises.

—Sí, lo es. ¿La conoces? —Lo miró  expectante, con la esperanza de que él supiera sobre los dioses. Odiaba cuando tenía que explicar sobre el mundo griego a completos ignorantes.  Y, por alguna razón desconocida, esperaba de todo corazón que él no fuera un ignorante.

Él no la decepcionó.

—Algo... Es la diosa de la sabiduría, la estrategia y las artes, ¿no?

Annabeth estaba tan contenta que podría haberlo besado. Bueno no, eso no. Pero si estaba muy emocionada. Era increíble encontrar mortales que supieran acerca de la mitología antigua. Claro que él no era un mortal ordinario; pero ese hecho era irrelevante.

—Sí, lo es —asintió, mirándolo con una leve sonrisa en sus labios.

Jem pareció realmente desconcertado durante un momento, antes de recuperarse.

—Déjame ver si lo entendí —dijo,  fijando sus ojos plateados en los grises de ella, inmovilizándola en su sitio, para sorpresa de la chica. No le gustaba nada el poder que su mirada tenía sobre ella. — Me estás diciendo que tu madre es la antigua diosa griega de la sabiduría, lo que te haría una semidiosa. Mitad diosa, mitad humana. ¿Estoy en lo correcto?

Ella se mordió el labio con incertidumbre, asintiendo con la cabeza. ¿Me creerá? pensó. Sabía que era una historia bastante inverosímil. La mayoría de la gente pensaría que estaba loca y llamaría a un manicomio. Pero él era un cazador de sombras... Lo inverosímil es parte de su vida cotidiana.

Lo observó mientras él asimilaba la información. Su pensamiento inicial sobre él había sido confirmado: Jem era muy guapo, de una forma casi etérea, angelical (sin juego de palabras). Con el cabello plateado y sus  rasgos asiáticos, hacía que Annabeth se sintiera un poco cohibida a su lado. Ella, que había conocido al mismísimo Apolo, consideraba que el tranquilo nefilim era mucho más encantador que el ardiente dios del sol.

Él suspiró, desviando la mirada hacia el cielo, poniendo mala cara.

—Pensaba que eran solo mitos... Pero bueno, todos los mitos son ciertos.

Annabeth se echó a reír ante aquello. Era hilarante ver a un hombre adulto poner mala cara, haciendo morritos como si fuera un niño pequeño.

—¿Cuántos años tienes? ¿Cinco? —bromeó, picando su brazo con un dedo.

Jem resopló, divertido. Su cabello parecía resplandecer con la luz de la luna, haciendo que luciera exótico, pero no menos guapo.

—Tengo 18 años, en realidad...Al menos físicamente.

Ella lo miró, frunciendo el entrecejo. ¿Qué quería decir con eso? pensó, frustrada. Si hay algo que odiaba más que a nada, incluso más que a las arañas, era no saber las cosas. Como hija de Atenea, se enorgullecía de saber, sino todo, muchísimo más que el resto de las personas, y era realmente frustrante no saber algo. Por una vez, entendía lo que sentía Percy cuando ella le hablaba de arquitectura: total y completa ignorancia.

—¿Que quieres decir? —espetó, ladeando la cabeza con clara curiosidad.

El chico la miró con una enigmática sonrisa bailando en las comisuras de sus labios mientras enarcaba una ceja, con gesto burlón:

—¿Siempre eres tan curiosa? No es de buena educación ir por ahí preguntándole a completos desconocidos acerca de su vida, señorita Chase. —la pinchó, sonriendo con diversión.

Ella se sonrojó, pero alzó la barbilla con un gesto orgulloso, y le mantuvo la mirada con desafío.

—Técnicamente, no somos completos desconocidos, señor Carstairs.

Jem echó la cabeza hacia atrás, riendo a carcajadas. Ella solo puso los ojos en blanco como respuesta, escondiendo su diversión.

Miro hacia otro lado para esconder la sonrisa que amenazaba con estallar en su rostro. No sabía por qué, pero escucharlo reír la hacía sentir más liviana. Podría pasar toda su vida escuchando su risa.  Tal vez era porque Jem era tan agradable que lo único que querías era que estuviera feliz. Tal vez había otra razón. Pero no importaba cuál fuera ese motivo, lo que importaba era que ella se sentía feliz solo con verlo sonreír.

—Un buen punto, Annabeth. Pero tampoco es que seamos amigos precisamente —ríe entre dientes.

Eso también era cierto, pero algo fácil de corregir.  Ella sonrió y comentó con voz dulce, mirándolo expectante: —Podemos ser amigos. Si tú quieres, claro.

El peliplateado la mira con ligera sorpresa, antes de sonreír con dulzura. El gesto hizo que el corazón de Annabeth se derritiera un poco.

—Claro que sí. Podemos ser amigos, Annabeth.

La chica no pudo evitar devolverle la sonrisa.

— Y vamos a empezar porque me llames Anna. Mi nombre completo suena demasiado formal y es un verdadero dolor en el culo — indicó con tono ligero mientras ladeaba la cabeza, jugando con sus largos rizos rubios.

Él soltó una risotada por su comentario.

Entre semidioses y nefilimsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora