Capítulo III

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III

La reacción de Percy

Cabaña de Poseidón, Campamento Mestizo, Long Island, NY.

—Estoy embarazada.

Las palabras quedaron suspendidas en el aire mientras Percy, con los ojos abiertos como platos, abría y cerraba la boca como un pez, incapaz de decir palabra, procesando lentamente la información.

Annabeth no lo miró. Jugaba con sus pulgares nerviosamente, ocultando el rostro tras una cortina de pelo rubio. Estaba sumamente asustada por su reacción y era incapaz de mirarlo. Podía sentir el cuerpo tenso de su novio a su lado, y estaba empezando a preocuparse de que él no fuera a reaccionar bien. Sabía que eran jóvenes, solo tenían 17 años, y también sabía que su estilo de vida era peligroso, pero... realmente esperaba que él no se molestara. O al menos no demasiado.

Se fue poniendo más y más tensa a medida que pasaban los minutos y Percy seguía sin reaccionar, manteniéndose completamente inmóvil. El silencio era tal que podía escuchar su propio pulso en sus oídos. Era ensordecedor, y se sintió a punto de entrar en un ataque de pánico. Sentía ganas de gritar.

Saltó casi hasta el techo cuando él habló con voz estrangulada:

—Tú... ¿Dijiste lo que creo que dijiste?

Ella apretó los puños sobre su regazo, y repitió las palabras en voz casi inaudible, cabizbaja, sin atreverse a mirarlo a los ojos. Sin poder seguir en ese lugar, se desasió de sus brazos, se levantó y salió corriendo de la cabaña en dirección a la playa.

No llegó muy lejos. Una mano cogió su brazo con firmeza mientras corría y fue detenida de golpe, tropezando hacia atrás, antes de estabilizarse con un poco de dificultad. Unos fuertes brazos que ella conocía bien envolvieron su cintura y la suave voz de Percy le habló al oído.

—Annie... Vamos a ser padres... — Por el tono ahogado de su voz, él parecía estar conteniendo la emoción.

Estaba realmente emocionado, aunque para que mentir, tambien un poco asustado. Percy conocía los riesgos a los que se enfrentaban cada día, y no quería que su hijo se viera en peligro por su culpa, pero no podía evitar sentirse feliz. Sabía que su vida podía acabar de un momento a otro, como las de las tantos otros semidioses antes que él. Tenía que vivir mientras pudiera, sin importar si moriría mañana o en otros 50 años. Y no se refería a una vida a medias, sin poder abandonar la protección del campamento. Quería vivir de verdad.

—Sí — susurró ella en respuesta, interrumpiendo sus pensamientos, dejando que las lágrimas se escaparan de sus ojos.

—¿Por qué lloras? —dijo él, dándola vuelta y secando sus mejillas con los pulgares.

Ella se mordió el labio con fuerza suficiente para extraer una gota de sangre, abrazando al chico y escondiendo la cara en la curva de su cuello, sollozando y balbuceando sin parar:

—Percy... Solo tenemos 17 años. Somos tan jóvenes, y... este bebé estará siempre en peligro. Tal vez no seamos lo suficientemente fuertes para protegerlo y nuestro hijo pague por nuestros errores y yo...

Él la interrumpió, callándola con un beso. Annabeth le respondió el gesto por instinto, abrazándolo por el cuello y atrayéndolo más cerca de ella, haciéndolo encorvarse ligeramente.

—Tranquila, listilla... Todo estará bien. —susurró Percy, separándose de sus labios y apoyando su frente en la de ella.

Ella suspiró, derramando un par de lágrimas más que él fue secando con sus dedos. Odiaba llorar, porque sentía que mostraba debilidad, pero era inevitable. Parecía como si un dique se hubiera roto, permitiendo que toda una avalancha de emociones se le vinieran encima. Estaba cansada, y no pudo evitar apoyarse en el pecho de su novio, de su mejor amigo, en busca de comodidad. Él solo la abrazó con fuerza, sin decir ni una palabra.

Luego de unos minutos en la misma posición, la rubia se separó de él y le sonrió, con los ojos un poco enrojecidos por el llanto. Trenzándose el pelo rápidamente, habló:

—Ven a entrenar conmigo.

El muchacho parpadeó, confuso por el repentino cambio de tema, y se detuvo a observarla con escepticismo.

—¿Estás loca? —la miró como si súbitamente se hubiese convertido en alguna clase de criatura mutante desconocida y le hubiera salido una segunda cabeza, una cola y un tercer ojo. — Estás embarazada, Ann.

La mujer resopló. No era como si ese hecho fuera a detenerla. Era una semidiosa, una guerrera hasta la médula. Ella no suspendería sus entrenamientos, su rutina normal, solo por estar embarazada. La modificaría un poco, para asegurarse de no dañar al bebé, pero no la suspendería hasta que fuera estrictamente necesario.

—¿Y qué? —lo observa alzando una ceja con gesto burlón. —Embarazada o no, todavía puedo patearte el culo.

Él sonrió con diversión antes de tomar su mano y empezar a caminar hacia el anfiteatro.

—Lo sé, listilla... Lo sé.

Annabeth rió.


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⏰ Última actualización: Sep 12, 2015 ⏰

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Entre semidioses y nefilimsDonde viven las historias. Descúbrelo ahora