Capítulo 10.

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Emily

No sé cuánto tiempo nos tomó volver ni cómo Magnus me convenció de subirme de nuevo a ese caballo infernal, pero cuando llegamos al lago todos se encontraban reunidos. Algunos pusieron una cara de alivio al vernos arribar, otros de apatía y los hermanos Wifantere de molestia. Nada de eso me importa, estoy feliz y satisfecha. Ningún mal gesto arruinará esto.

Además, el paisaje es maravilloso. Estamos rodeados de frondosos árboles que se mecen por los fuertes vientos, el sol colorea el sitio en tonos vibrantes y una inmensa cascada cristalina forma un arcoíris con las piedras de colores que hay en el fondo. El lago se extiende largo y profundo como una fuente natural que aviva los ánimos. El aire se siente frío y puedo suponer que el agua también lo está. Stefan corre hacia mí mientras Magnus me ayuda a bajar del caballo. La brisa me levanta el vestido, por lo que me esfuerzo por sostenérmelo pegado a las piernas.

—¿Te encuentras bien, Emily? —Asiento sin dar muchas explicaciones—. ¿Por qué se han tardado tanto? Estaba preocupado, creí que algo terrible te había pasado.

—Está a salvo conmigo, Denavritz —asevera Magnus con la amargura de quien lidia con un niño que no deja de molestarlo.

—Lo pongo en duda.

—Qué casualidad, es lo mismo que yo hago con el amor que dices tenerle. —Pasa por su lado sin hacerle mucho caso, pero a medio camino se queda congelado, igual que una escultura de hielo.

Sigo la dirección de su mirada. Hay una mujer que no noté al llegar y no comprendo cómo, pues su cabello cobrizo resalta entre los rubios, marrones y negros. Tiene el pelo corto y le cae simétrico en los hombros, una cara ovalada como de princesa, ojos oscuros y porte esbelto. Luce un vestido verde con corsé, el cual no le impide moverse con una gracia que solo las nobles poseen. Es una de ellas, estoy segura. No sé qué edad tenga, pero parece mayor que yo, sin duda; sin embargo, la sonrisa juvenil que enseña me hace ver que tiene menos años de los que aparenta. Otra mujer de pelo rojo que evidentemente el rey de Lacrontte conoce bien.

—Nos volvemos a ver, Magnus. —Su voz es melódica y se parece a la de esas vendedoras amables que quieren convencerte de comprar. Camina hacia él con la seguridad que he visto en personas como Vanir, sutil y hermosa. Sus caderas van al ritmo de sus pasos.

Espera, ¿Magnus? ¿Lo ha llamado por su nombre? Para atreverse a hacer algo así, debe haber mucha confianza entre ellos. ¿Quién es esta joven?

—Es mejor que te detengas —le ordena antes de que pueda aproximarse demasiado—. Y soy el rey Magnus para ti.

—Nunca han existido esos formalismos entre nosotros.

—Cállate la boca, Gretta. Soy un monarca, no tu amigo de la infancia.

Gretta, ese es su nombre. Aquella declaración causa algo en ella. Si no había frenado la marcha, con eso lo hizo. Su seguridad decae igual que una máscara. Le dolió, y mucho, lo puedo leer en sus ojos.

—¿Qué hace ella aquí? —le cuestiona a Francis.

—Es lo mismo que yo me pregunto —contesta el consejero, aún al lado de su caballo—. Cuando llegamos ya estaba aquí.

Magnus se vuelve hacia Stefan y lo apunta a la distancia con el índice.

—Si esta mujer no se va, estos acuerdos se acaban.

—Soy la enviada y portavoz oficial de Grencowck para estos diálogos —ella interviene y con eso vuelve a ganarse la atención del rey de Lacrontte—. Viajé por cinco días para llegar acá. No pienso irme.

—¿Cinco? Pero si solo llevamos cuatro días reunidos. ¿En qué momento la citaste, Denavritz?

Stefan se aclara la garganta… ¿asustado? No lo creo. Más bien está ganando tiempo para encontrar las palabras correctas. ¿Es esto así de grave?

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora