Capítulo 7.

662K 71.2K 157K
                                    

Emily

La tarde de hoy está llena de brisas que me bambolean el vestido. El cielo luce apagado, tiene el gris de los uniformes de la Guardia Real y ha envuelto a Roswell con una estela fría que me eriza la piel. El día está triste… o quizás yo lo estoy. Puede que ambos.

La reunión ha acabado más temprano de lo que debería, así que nos han invitado a los viñedos del palacio. Están todo sentados bajo la sombra de una carpa, tomándose el famoso vino de Cristeners. Yo me he apartado del grupo. No soy capaz de mirar a los ojos a Stefan o a Lerentia. La ira y la decepción me corroen el corazón igual que el ácido. Estoy dolida, no voy a negarlo, pues no esperé que un detalle como la pulsera me doliera tanto, pero me destruyó demasiado.

Estoy sobre un puente arqueado, lo suficientemente lejos como para no escuchar las voces ni las risas de nadie. Quisiera desaparecer o que todos desaparecieran. Veo el agua baja correr rápido con los sonidos típicos del riachuelo. En el fondo hay una variedad de piedras marrones, negras y cremas sobre las cuales nadan peces de ida y vuelta. El collar que me obsequió Stefan me quema la palma de la mano mientras lo aprieto fuerte. Estoy decidida a hacer hoy lo que debí haber hecho hace un tiempo: deshacerme de él.

Escucho unos pasos firmas y sonoros acercándose. Por un instante creo que me los estoy imaginando, pues anoche no dormí bien y estoy cansada, pero cuando la figura del rey de Lacrontte, vestido con un abrigo largo negro, aparece a mi derecha y el olor de la madera en su perfume me llega a la nariz, sé que de verdad está aquí. No quiero verlo, también me estoy alejando de él. Estuvo acechándome con la mirada en los viñedos y yo opté por ignorarlo. ¿A qué vino? ¿A seguir recriminándome como anoche?
Espero que empiece a hablar y no lo hace, solo me observa. 

—¿Qué me ves? —pregunto, exasperada por su presencia.

—A ti, nada. Estoy mirando lo que hay al otro lado.

—¿Qué? —Giro la cabeza hacia la izquierda—. ¿Los árboles?

—Sí, los árboles. Son grandes y… frondosos.

Levanto una ceja, incrédula. ¿De verdad? Es el papel más patético que le he visto representar.

—Claro, señor discreción. Me moveré para que puedas verlos bien.

—Por favor, Emilia, —Sonríe al verse descubierto.

Hoy su buen humor no me contagia, me enoja. ¿De verdad pretende venir aquí y fingir que no ha pasado nada?

—No me llames así, y lo digo en serio.

—¿Me estás haciendo un berrinche? Te informo que no los tolero.

—No me sorprende. No te toleras ni a ti mismo.

He dado en el clavo porque se queda callado. Pone las manos en el barandal del puente y desvía por fin la mirada hacia el horizonte.

—No estuvo bien lo que hice anoche —reanuda la conversación, esta vez con una mejor estrategia—. No debí hablarte de esa forma.

—¿Vienes a disculparte?

—Sabes que no me disculpo con nadie. Solo vine a decirlo y a traerte esto.

Levanta la mano y veo que tiene entre los dedos una ramita del viñedo.

—Es una ofrenda de paz —añade. Ni siquiera me la entrega, sino que la pone encima del barandal para que yo la tome. Como la tonta que soy, lo hago.

—Fuiste grosero.

—Lo fui. No tengo justificación. La paciencia no es una de mis virtudes.

—La empatía tampoco.

Las cadenas del Rey. [Rey 2]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora