La habitación

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Su cuerpo se retorcía negándose a enfrentar la realidad. Una piel perlada de un sudor casi imperceptible se aferraba a unas sábanas que le recordaban el frescor de la protección, la tranquilidad de un abrazo. La respiración acompasada con el viento que provenía de fuera, de lo oscuro, de lo gris, de lo peligroso. Una calle desierta de madrugada que sonaba a un eco de despedida que todavía no se atrevía a enfrentar. Y sin embargo, ese ritmo, esa respiración que imitaba al viento, tras las cuatro paredes de una habitación impersonal, se había vuelto su casa. Refugio, hogar. Destino y lugar de partida. Pero todo era tan efímero que a Irene se le despegaba el alma del corazón cada vez que pensaba que los minutos descontaban momentos, y que los momentos, inevitablemente volaban fuera, saliéndose por la ventana y cayendo de nuevo al oscuro precipicio de lo frío. Del peligro, del desorden, del ataque personal.

Siempre tenía una sensación aberrante de soledad cuando abría los ojos en mitad de la noche y se daba cuenta de que solo les quedaba una hora. Una hora de esa vez a la semana que podían dedicarse en cuerpo y alma, ese día que ambas conseguían el valor, las horas y las excusas perfectas para huir de una vida que no querían pero que sí necesitaban mantener. Cuando eran las diez de la noche, se abrazaban como si fuera el mejor día de sus vidas. Pero a las cinco y media de la mañana, siempre, a la misma hora, Irene se despertaba con una sensación de angustia imperdonable en el pecho. Y es que una hora más tarde, Inés se deslizaría fuera de esas sábanas y las volvería frías. Las volvería desconocidas, las convertiría de nuevo en sábanas de hotel, ya no eran refugio ni salvavidas. No eran nada.

El despertador sonaría en una hora y ambas se debatirían entre los deseos y las obligaciones, rogando en silencio y sin hacer demasiado ruido para el corazón. Un minuto más, una vida entera. Dormían cuatro horas, aferradas la una a la otra como si pudiesen así de alguna manera conseguir fundirse, conseguir deshacerse del todo de aquello que les sobraba pero sin embargo ocupaba la mayor parte de su tiempo. Las obligaciones, las metas, los propósitos, las cosas a medio hacer. Tenían tanto que gestionar y tanto que masticar antes de poder intentar abrir una ventana nueva, que incluso parecía, en ocasiones, que la cerradura estaba atascada. Que no saldrían, que vivirían en ese bucle eterno a la que la vida les había condenado. Por haberse abandonado a la suerte, a la pasión, al pecado intrínseco que todos llevamos dentro y del que, aunque no creamos en Dios, nos sentimos culpables.

La mente de Irene oía pasar los minutos en silencio, descontando el tiempo para tocar otra vez el frío desastre. Otros seis días de espera que cada día eran más eternos, más insoportables, menos cómodos. Otros brazos, otras bocas, otras palabras. Estaba empezando a dejar de importarle lo demás, el resto. Se sentía atrapada, hechizada, totalmente absurda fuera de ese mundo. Ella ya no pertenecía a la vida humana corriente. Y quizás, esa semana, pensaba su cerebro a toda velocidad, podría tener suerte. Quizás un encuentro, quizás si bajase más rápido las escaleras que de costumbre podría ganar unos segundos más para estar con ella. Un beso rápido tras una puerta, unas manos entrelazadas a los ojos de un despacho que nunca hablaría. Un documento con una nota que le desee un buen día. La felicidad inocente entre tanta mala suerte. Entre tanto absurdo.

Pasaron más de diez minutos y más de quince. La madrileña se centró en la respiración acompasada del cuerpo que dormía a su lado, la mente ingenua de una Inés que seguramente no tendría ninguna de esas angustiosas preguntas y dudas en la garganta. Ella siempre dormía plácidamente hasta que el despertador sonaba. Entonces, se levantaba y aceptaba con resignación lo que tocaba en ese momento, a cada instante. Irene no entendía cómo lo hacía, pero sabía a ciencia cierta que eso no significaba que no sufriese. Sufrían distinto pero sufrían lo mismo. Se retorcían en un querer amargo pero profundo que les duraría toda una vida. Y que transformarían, tarde o temprano, y lo convertirían en los brazos que acunarían su vida y la sabrían guiar al camino correcto, o por lo menos al camino que ellas habían elegido.

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⏰ Última actualización: Aug 03, 2019 ⏰

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