[Prólogo]

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Sentía las manos congeladas, y la nariz la tenía rosada. Podía suponer que era por el frío invernal; sus mejillas las tenía calientes y húmedas por las lágrimas, los ojos le ardían. Y por supuesto, el día se había puesto de su lado al tornarse el cielo gris, y que comenzará a llover, en la mochila que tenía colgada por el hombro podía sentir a su celular vibrar por las llamadas o mensajes que recibía y no contestaba, muy seguramente de su familia o amigos. Pero ciertamente, no podía, ni quería hablar con alguien en ese momento.

Caminó bajo el sordo sonido de la lluvia que caía libremente por su todas las calles y por su cuerpo enfundado en ropas ligeras y unas zapatillas Adidas negras. Suspiró aliviada mente al estar, inconscientemente, en su lugar favorito, un viejo y desgastado parque familiar, sonriendo sin verdaderas ganas de sonreír y a paso lento, se acercó al viejo y chirriante columpio de cadenas oxidadas y asiento sin color.

Se sentó en el desgastado juego y con parsimonia hizo un lento vaivén, impulsándose con sus pies y sujetando entre sus manos las cadenas. Al cabo de algunos minutos dejó de mecerse y terminó agachando su cabeza mirando hacía sus rodillas; sentía a su corazón oprimirse en su pecho a cada pequeño latido, tenía la vista nublada por las lágrimas que retenía por tiempos, un molesto nudo en la boca del estómago y en la garganta, de sus labios salían pequeños y casi imperceptibles quejidos y sollozos.

Mi cabeza está llena de y aún así no es suficiente.

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