Capítulo 6

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Me llevaron hasta un lugar alejado del pueblo, poco antes de caer la noche. El atardecer se había apoderado del cielo; un sol rojo alumbraba el lugar. Nunca pensé que vería un paisaje tan hermoso en mi vida. Me escoltaron hasta mi cabaña, el lugar en el que pasaría la noche. Intuía que no iba a dormir demasiado. Era una estancia vacía casi por completo, de no ser por una mesza y la cama, cualquiera hubiera pensado que ahí no podía vivir nadie. La casa no había sido limpiada en mucho tiempo, el polvo y las telarañas se amontonaban en las paredes, formando un ambiente de completo abandono. Habiá alguien al fondo, en la esquina más oscura del lugar. Agachado, el cuerpo de un anciano decrépito reposaba en calma. Respiraba tan lentamente que a primera vista parecía muerto. La columna vertebral le marcaba la espalda, como plataformas de piedra en un río de aguas bravas. La puerta se cerró tras de mí, con un sonoro crujido. Si me hubiera dado la vuelta unos segundos antes, hubiera podido percibir la maligna sonrisa del escolta. ¿Sería esta una de las pruebas? Comprobar si podía pasar la noche en un entorno hostil. Pero no podía ser eso; el viejo Huampa había dicho que las pruebas comenzarían al día siguiente. Quizás el esquelíetico hombre llevaba tanto tiempo allí que nadie se había acordado de él. Quizás no fuera agresivo, pudiera ser que solo estuviera allí por gusto. Me acerqué a la cama; quería descansar un poco.

Espanté a una araña enorme de color negro que se había subido a la almohada. Movía sus patas peludas en un intento de escapar hacia la pared, debido a los movimientos de mi mano, que habían conseguido que se fuera. Me senté en la cama, para comprobar si el colchón estaba lo suficientemente mullido o no. No podía haber sido más duro. Los muelles rechinaban cada vez que me movía, lo que alertó al hombre, quien se giró hacia mí.

Su mirada era realmente turbadora, era la mirada de un loco, de un pobre hombre que no tenía a donde ir, ni a nadie al que pedir ayuda. Sus ojos eran un pozo de desolación, casi tan vacíos como la estancia que nos rodeaba. Su piel desnuda era pellejo, rugoso y con muchos pliegues. La prominente barba gris desaliñada le llegaba hasta el abdomen. Su cuerpo era aún más pequeño de lo que parecía hacía un momento; pero lo que más me desconcertaba era su mirada, ávida de algo de comer que no fueran gusanos o cucarachas. El pelo enmarañado le caía por los hombros; en algún momento tuvo que cortárselo. Tenía manchas rojas en la piel, quizás en un intento de desesperación o de locura había tratado de arrancársela.

Debía de llevar mucho tiempo allí metido; me preguntaba cómo habría sobrevivido. Los gusanos y las cucarachas debían abundar en ese lugar polvoriento; un alimento no demasiado saludable para una dieta humana.

Tenía mucho miedo por lo que pudiera hacerme. Un hombre loco es una de las peores cosas con las que te puedes encontrar. Aunque a lo mejor el loco no era él, sino las personas que lo encerraron; puede que no estuviera menos cuerdo que yo. Seguía observándome, parecía un gato esperando su ración de pescado por haberse portado bien. Solo que esta vez el gato se iba a quedar con la miel en los labios.

Por fin, uno de los dos se movió, después de haber estado un rato cruzando miradas, el hombre decidió dirigirse hacia mí, a cuatro patas, muy lentamente. Arrastraba los jirones de ropa que le colgaban por los costados. Agachado, el hombre parecía más pequeño aún; más viejo, más asustado. Me miró, parándose a unos metros de la cama, como si le diera miedo acercarse demasiado a mí, por temor a que le hiciera algo. Él estaba más asustado de mí que yo de él. Giró la cabeza como un búho. Me eché hacia atrás, apoyándome en la pared y aplastando sin querer a la araña que estaba trepando por ella. Sonó un crujido cuando la aplasté, que asustó al hombre. Exclamó un grito ahogado. Al ver que no iba a conseguir nada esperando, decidí hablarle yo a él, para intentar calmarle y conseguir una conversación civilizada.

-Hola... Eh... Me llamo Serkian, ¿cómo te llamas tú? -estaba muy nervioso; casi no me salían las palabras.

El hombre no me contestaba, solo se limitaba a mirarme. Le tendí la mano, esperando que me la estrechara. -Vamos, no debes tener miedo, no te voy a hacer daño. No llevo nada encima que sea peligroso. - El hombre señaló a la pared, donde una mancha de sangre de la araña la teñía de color rojo. -Oh, ¿eso? Ha sido un accidente, no era mi intención hacerle daño. - decidí que si seguía tratando de tranqulizarle no iba a llegar a ninguna parte, así que fui directo al grano.- ¿Quién eres y qué haces aquí?- No recibí respuesta. Podía ser que el hombre fuera mudo, o que estuviera tan asustado como para no atreverse a contestarme.- ¿Sabes escribir?-me miró con desconcierto- Decir tus ideas en un trozo de papel, contarle al mundo lo que piensas sin necesidad de hablar. Expresar tu mundo interior, tu yo, de una forma apta para cualquiera que se atreva a leer tus obras. Una de las mejores sensaciones y experiencias que hay en este mundo. Observa. -busqué por la habitación un trozo de papel y un bolígrafo, pero no encontré nada. La habitación había estado tan vacía durante tanto tiempo que solamente la cama era necesaria. Miré por debajo de la almohada, por si por casualidad podría haber algo útil. Encontré un trozo de carboncillo minúsculo, que manchaba los dedos al tocarlo. También había un cuaderno, con todas las páginas arrancadas menos una, en la que había una foto pegada con cuatro trozos de celofán. Dos de ellos se estaban despegando. En la foto, había cuatro personas sonriendo; felices, despreocupados, su vida se resumía en ese instante. Sus sonrisas alegres cobraban vida a través del papel. En el reverso de la foto, alguien había escrito unas palabras con una caligrafía preciosa, similar a la de los manuscritos más antiguos. "Para la pequeña Lucy. Esperamos que te mejores pronto, mientras tanto, cuídate mucho. Te quieren, mamá y papá. 1-3-2113." Había otra frase debajo, semioculta por el pegamento que se había acumulado en esa parte; alguien debía de haber intentado pegar la foto con pegamento antes de hacerlo con el celofán. La cogí para examinarla de cerca, y cuando lo hice, el anciano pegó un alarido que hizo que me sobresaltara. Un sonido agudo, estridente y perturbador que debió de oírse por toda la aldea. Acto seguido, saltó hacia mí y me quitó la foto, derribándome en su empeño. 

-Muy... Importante. No toques .-Esas fueron sus primeras palabras, y las últimas que me dirigió. Me costó levantarme, hacía tiempo que no hacía ejercicio y mis piernas estaban atrofiadas. Al menos había sacado en claro que el hombre sabía hablar. Aunque no estableciéramos demasiado comunicación, al menos podría sentirme menos inquieto sabiendo que no iba a estar solo. Me esperaba una larga noche, de esas que pasas mirando la Luna y reflexionando sobre la vida. 

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⏰ Última actualización: Oct 19, 2014 ⏰

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