Lunes 8 de septiembre de 1980

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Un par de dilemas, serios traumas, decisiones que tomar. ¿Qué hacer? ¿Virarse? ¿Mandar todo a la cresta?
¿Escapar?
¿Qué pasaría? ¿Pasaría algo? Imagínate. Piénsalo un
poco, pongamos las cosas en la balanza. ¿Qué pasaría? ¿Qué?
Y si te fueras, por ejemplo, si te marcharas sin mirar atrás, asumiendo la soledad, sabiendo que puede ser un error, un grave error, pero que igual te sentirías bien, ¿lo harías? Perderías la seguridad pero, ¿qué significa estar seguro? ¿Alguien lo está? ¿Podrías admitir, sin hacer trampas, que realmente estás seguro?
Hay preguntas que es mejor dejar sin responder,

¿no?
El día, una vez más, está soleado. Te bajas de la micro dos cuadras antes de lo indicado. Quieres estar solo antes de ingresar a clases, antes de enfrentarte a ella. Antes de enfrentarte a todos. Caminas un poco y entras, sin saber por qué, a una farmacia con un espejo gentileza de Sal de Fruta Eno. Tienes el pelo mojado. Te ves pésimo de uniforme, piensas. Te desabotonas el cuello y
aprietas el nudo de la corbata, para verte menos formal y empaquetado. Más rebelde. Como esa película que viste en la tele, una noche que no podías dormir.
—¿Qué deseas de la vida? —le pregunta un profesor mediocre y reprimido a un tipo que anda en moto y usa chaqueta de cuero.
El tipo, al que le sobra onda, le responde:
—¡Más!
Fin de la escena. Gran escena. Qué quieres de la vida, cabrito. Quiero más, quiero mucho más. ¿Algún problema?
—¿Padre?
—Sí, hijo. —Quiero matarte. —¿Madre?
—Sí, hijo. —Quiero tirarte...
Jim Morrison nunca pasa de moda. El farmacéutico apaga la radio y sospecha de ti. Quizás no debería tocar a The Doors a esta hora de la mañana. Quizás. El tipo debe creer que eres un junkie, que lo vas a asaltar, que deseas anfetaminas o downers o un cóctel de vitamina C con Librium. Te arreglas el pelo. Lo desordenas y ordenas y desordenas nuevamente para que parezca natural. Sientes el efecto del vodka con naranja. Buen desayuno. Deberían vender cocaína en las farmacias,
piensas.
—Hola, buenos días, gusto de saludarlo. Me podría dar, si fuera tan amable, medio gramo de polvo de

ángel.
—¿De Medellín o Santa Cruz?
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—La boliviana es más barata, ¿no?
—La peruana es la más económica, pero desgraciadamente se nos acabó. —Está bien. Déme la de Medellín. Hoy es un día importante.
—Sabia elección. Lo barato, al final, sale caro.
—Muy cierto.
Ahora lo que suena es la radio. Noticias. Faltan tres minutos para la campana y la entrada a clases. Te pones tus nuevos anteojos oscuros. Se ven increíbles. Te ves increíble. El vodka fue con jugo de naranja Soprole, media galleta de soda McKay, más ricas no hay, un poco de yoghurt de vainilla, medio Valium que le robaste a tu vieja mientras estaba en el baño, maquillándose.
—¿Desea algo, joven?
—Gracias por lo de joven —le digo.
Por el parlante de la radio aflora El Correo de Minería. El tipo es del SÍ. Los del SÍ escuchan la radio Minería y la Portales y, los más fascistas, la Nacional. Jorge Alessandri, que nadie sabe cómo no se muere de viejo, dice que votar negativamente es un crimen contra Chile. La Yolanda Sultana predice un 75 por ciento a favor del SI; Shara, a la que le deben haber pagado más, dice que los astros le aseguran al SI un 80 por ciento, y que el presidente puede estar tranquilo.
—Déme una tira de vitaminas C —te oyes decir—. Y una caja de preservativos. De condones. Ojalá lubricados, por favor. Con puntita para guardar el semen. Si tienen espermaticida, mejor, ¿no?

El tipo palidece. En la radio hablan ahora de Jaime Guzmán. Hablan de Gustavo Leigh, que llama a votar
NO. Odias a Jaime Guzmán, lo admites. A veces tienes pesadillas con él. Sueñas que te vas a convertir en su doble: blanco, transparente, virgen, cartucho, calvo, mal vestido, con esos anteojos horrorosos. El perno más perno de Chile.
El farmacéutico te trae lo que pediste. Abres tu billetera. Ahora tienes plata. Tu viejo te dejó plata en el velador, mientras te estabas pajeando en la ducha. El concha de su madre no fue capaz de irte a buscar a Las Rejas, pero lava su culpa —¿tiene culpa?, ¿sabe acaso lo que eso significa?— dejándote cualquier plata.
—Gracias, señor farmacéutico —le dices, aceptándole el vuelto.
Después corres.
Y llegas justo. Antes de la última campana. La suerte de algunos, ¿no?
;No?
Estoy al final de la clase. Desde mi silla-con-mesi-ta-incluida observo. Los observo. Estamos en clase de inglés. Sé más que la profesora, que nunca ha escuchado un disco, nunca ha leído la Rolling Stone. La próxima hora es Biología. No debería estar aquí, pienso. Pero estoy.
—Vicuña, would you please take off your dark glasses?
—Sorry, Miss, but I have an eye problem.
Mejor dicho: I have a problem. Pero no digo nada,
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porque no deseo sacarme los anteojos ni deseo enfrentarme a la inspectora. Decido callar. Es tiempo de callar, como dicen por ahí. No tengo nada que decir. No me interesa hablar

MALA ONDA -alberto fuguetDonde viven las historias. Descúbrelo ahora