Me estoy hartando de la innecesaria clase de matemática. Lo único que hago es escuchar lo que el profesor dice pero sin prestarle atención alguna. Faltan sólo quince minutos para acabar con la pesadilla de trigonometría, pero ¿por qué parece que el tiempo está en mi contra y se decide a correr más lento de lo usual?
Estoy concentrado en mi dibujo, en silencio para, al menos, distraerme un poco y no dormirme de aburrimiento. Mi dibujo era la silueta de una persona de estatura pequeña, cabello largo y vestido. La estoy dibujando otra vez y no la puedo sacar de mi cabeza. Ahora sí que me es imposible no impacientarme, necesito que el timbre toque ya e irme a mi casa en paz. El viejo seguía hablando y no le prestaba atención a ningún alumno, ¿acaso siquiera estaba interesado en que aprendiéramos algo?
Como por arte de magia suena el timbre y mis alborotados compañeros se levantan de sus asientos y se retiran del aula como si fueran animales salvajes en busca de carne. Sí, yo también me quería ir, pero no quería atropellar a nadie en el camino. No los entiendo, están todo el tiempo actuando como si tuvieran cinco años, ¡tienen dieciséis, inmaduros, compórtense un poco!
Me retiro último para no cruzarme con nadie y poder hacer mi camino en paz, lo que menos necesitaba en esos momentos era encontrarme con algún energúmeno sin neuronas que se topara en mi camino.
Comienzo a caminar sin esperar ningún colectivo, quería despejarme un rato. Lo único que necesito es tener mi cuaderno de dibujos y lápiz cerca, si tengo ambos ocupando mis manos me calmo fácilmente.
No quería pasar por acá, ¿en qué momento me desvié hacia la plaza?
Hace un momento me encontraba caminando a mi casa, me distraje tanto que terminé en la plaza que queda a dos cuadras del colegio. Supongo que tendría que apurarme y retomar mi camino, necesito dormir un poco, no creo que ni dibujando se me vaya de la cabeza.
Estaba por retomar mi camino cuando llega a mis pies una pelota de fútbol y escucho gritos detrás mío.
-¡Hey! ¿Me la pasás, por favor?
-Hablale bien, Agustín, es más grande y se puede enojar.
Eran dos niños. Muy parecidos. Él tenía el pelo corto, lacio y marrón oscuro. Parecía tener no más de ocho años. La niña que lo reprochó se veía más pequeña, como de cinco. Pelo largo, lacio y del mismo color que el del niño. Me quedo unos segundos mirándolos hasta que salgo del trance y les devuelvo la pelota.
-¿Ves, nena? No se enojó, vos hacele caso a tu hermano en vez de revolear la pelota cuando mamá nos llama para volver. Vamos, que porque sea tu cumpleaños no significa que podés hacer lo que quieras.
-No te hagas el grande, tonto. Sos un poquitín mayor que yo, pero hoy tengo éstos muchos. -Dice la niña usando seis dedos de sus manos. Su hermano prosigue a abrazarla por los hombros y dirigirla hacia una mujer la que supuse era su madre. Se veían felices, era una imagen que no se me fue de la cabeza en todo el día.
Me acordé de ella.
Cómo la extraño.
ESTÁS LEYENDO
Cabeza
Non-FictionUn viaje a lo que hay dentro de mi cabeza, o al menos un poco de ello.